El escritor escribe en
la pantalla de su ordenador las siguientes palabras: “El escritor
escribe en la pantalla de su ordenador las siguientes palabras: “El
escritor escribe en la pantalla de su ordenador las siguientes
palabras...””. Los dedos le tiemblan sobre el teclado. Esquirlas
de sudor recorren su frente, arrugada en ese momento. Ojos inyectados
en sangre, color febril. Sobre su escritorio un folio amarillento.
La mirada del escritor
se concentra en el pulcro blanco del documento virtual. Aunque,
intermitentemente se para sobre el papel. De su boca sale un suspiro,
carraspea, se remueve sobre la silla y vuelve su atención, de nuevo,
hacia el monitor.
El canto de un pájaro
de fondo, el ruido de las agujas del reloj que, imperturbablemente,
se mueven al son de un ritmo constante, infinito. Tic, tac. Así
cientos de veces.
El hombre sigue con la
mirada fija, mientras la silla giratoria, sobre la que tiene
acomodadas sus nalgas, rota 360º en períodos de cinco tic-tacs.
Pantalla, pared,
armario, puerta, pared, cama, pared, pantalla. Otra vez. Pantalla,
pared, armario, puerta, pared, cama, pared, pantalla. Gira que te
gira. Como en una centrifugadora, las gotas de sudor saltan de la
cabeza del hombre, en todas direcciones.
No hace un día
caluroso, ni la humedad es excesiva. Una brisa suave, aunque escasa,
penetra en la habitación. Sin cortinas, únicamente un ligero
movimiento de las ramas de los árboles da fe de la existencia de
corrientes.
De repente, suena el
timbre y un rictus desencajado aparece en la cara del escritor. Se
propina un bofetón, sale de la estancia, baja las escaleras y se
dirige a la puerta.
- ¿Quién es? - dice,
mientras se ríe al acercarse a la puerta. - Otra vez la ausencia de
una maldita mirilla.
- Soy María, ¿recuerdas
que habíamos quedado para charlar? - contesta una mujer joven dentro
de un vestido rojo veraniego.
- Un momento. - el hombre
se coloca bien la ropa, se pasa un dedo por su flequillo voluminoso y
llave en mano, abre la puerta. - Adelante...
La mujer se abalanza
sobre él, mientras un rubor aparece bajo los ojos de éste. El
abrazo dura veinte segundos. Ella aprieta con fuerza, contoneando sus pechos sobre el torso del hombre. Al separarse, un bulto eréctil asoma en el pantalón deportivo de nuestro escritor. Ella sonríe y entra en la casa. Sube
las escaleras y entra en el estudio del hombre. Mientras él hace lo
propio, ella se tumba cómodamente en la cama.
- ¿Qué estabas
haciendo? ¿Mirabas alguna página guarra? ¿Por eso has abierto el
Word? Podemos verla juntos... - dice ella mientras lo mira, se moja
los labios y da unos golpecitos con la mano sobre la cama.
- ¡Qué página guarra
ni que ocho cuartos! Ojalá. Estaba intentando escribir.
- Anda, cálmate y
acércate. - le cortó ella, a la vez que le agarra la mano y lo
acerca a su vera. - Relájate, señor escritorcillo.
La mujer se humedece los
labios y los acerca al cuello del hombre. Éste está tieso, rígido. No obstante, paulatinamente, la cara arrugada y el semblante
militar van desapareciendo. Ambos cierran los ojos, sus cuerpos se
acercan y entrelazan sus bocas.
Los brazos de ella
constriñen el tórax de su amante. Éste, a pesar de la erección,
sigue con mayor quietud que la mujer. La lengua de la mujer del
vestido de rojo se mueve de los labios al cuello, del cuello al pecho
y del pecho a los pantalones de su pareja.
De repente, los ojos
azules del escritor se abren e intentan enfocar. Están encima de la
silla giratoria. Rotan en sentido pantalla, pared, cama, pared,
puerta, armario, pared, pantalla. Las manos del hombre,
vigorosamente, agarran aquellas rojas caderas.
- ¡Para, para, para! -
caen los dos al suelo, despeinados y sudados.
- ¿Pero que ocurre
ahora?
- ¡Vete, corre, vete! -
dice él, mientras espera a que ella se levante para arengarla con
golpecitos en la espalda.
- ¡Pero, ¿se puede
saber qué ocurre ahora?! - chilla histéricamente la belleza
bermeja. Baja a trompicones las escaleras y una vez sale por la
puerta dice – ¡No me vas a dejar cach...! - en el momento justo en
que el tablero de caoba se topa con sus narices.
El timbre vibra y vibra
por causa de la presión repetida del dedo de la joven. Nuestro
escritor corre escaleras arriba, se sienta en la silla, mira la
pantalla y blande el teclado haciendo que la pantalla se llene de
negros caracteres.
- ¡Inspiración, maldita
amante celosa! ¡Por fin, has venido a mí, perra!
El escritor escribe en
la pantalla de su ordenador las siguientes palabras:
“Inspiraciones
lascivas”
3 comentarios:
Ayyyy me duelen los ojos, tendrá algo que ver con EXCASA Y AVALANZA?
Qui lo sa¡¡.
Era yo no IRi¡¡
Perdón, mira que siempre pongo escasa... y avalanza, pienso que se escribe como avalancha... y mira, no te irás a dormir sin saber algo nuevo :P mis disculpas, te gustó, Gra?
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