Después de un duro día de trabajo
y tediosos encargos, Dors sólo pensaba en llegar a casa, quitarse los zapatos,
el sujetador y tumbarse en el sofá. No quería que nada ni nadie se interpusiera
entre ella y su merecido descanso. No obstante, al cruzar la puerta de su
apartamento, se encontró con el suelo lleno de pétalos de rosa y, encontró a
Jules tumbado semidesnudo en el sofá en el que tanto anhelaba reposar. Al verla
llegar, con un exceso de seguridad en sí mismo, el hombre pensó que la reacción
lógica ante tanta sensualidad sería el inminente acercamiento de ella. Mas no
fue así.
- ¿Qué coño haces en mi casa,
Jules? -dijo malhumorada Dors- ¿Quieres hacer el favor de vestirte y largarte?
No estoy de humor y tus allanamientos de morada me ponen de los nervios.
- Pensé que te gustaría mi regalo
de cumpleaños, puesto que mañana cumples treinta años. -contestó él
impertérrito.
- ¡Sólo necesitaba que alguien me
recordara que me hago vieja! Y después de un día tan duro...
- Querida... -se levantó del
sofá- Reláj...
-¡Cállate! No me llames así y no
me digas que me relaje, idiota. -Dors estaba realmente cabreada.- Te he dicho
que te vayas. ¿Por qué sigues en mi sofá?
- Tengo un problema. -dijo él,
ignorando el estado de ira ascendente de la mujer.- Hoy no puedo volver a casa,
ya sabes que a estas horas no hay taxis por esta zona.
- ¡Serás gilipollas! Haz lo que
quieras, pero sal de mi sofá. Duerme en mi cama, duerme en el suelo, duerme en
el balcón, pero que no te vea. No te quiero ver. Sólo necesito tumbarme en mi
sofá y quizás, ir al baño. Mañana te quiero fuera de mi casa.
-Sí, quer... -y no le dio tiempo
a acabar la palabra, pues Dors le asestó tamaño puñetazo en la cara, dejándolo
aturdido durante unos segundos.
Después de esa escena de ira
contenida, Dors vio salir de la sala de estar, escopeteado a Jules, que se
metió en la habitación de ésta para dormir sin hacer ruido alguno. Dors no
podía soportarlo, su maldito exnovio francés(¿En qué momento había decidido
salir con una lapa francesa?). Siempre tan galanes y sofisticados, sumisos y detallistas.
No temía una violenta reacción, pues era un nenaza y un calzonazos, pero aun y
así, no soportaba sus insistentes detalles de sensualidad y pasión.
Dejó caer su cuerpo sobre la
aterciopelada textura del sofá, mientras instintivamente, un pie descalzando al
otro, haciendo volar por los aires los carísimos zapatos con cuatro centímetros
de tacón que amenazaban con destrozar su columna vertebral cualquier día.
Sintió la opresión del sujetador al caer en el cómodo mueble tapizado y con un
movimiento de maestría se deshizo de él. Acto seguido se acarició los pechos
para comprobar que seguían intactos y sobreponerlos a un día de encierro
forzado. Seguían siendo hermosos y suaves. No reprimió el instinto de acariciar
aquellas hermosas aureolas que ponían fin a su cuerpo en aquella dirección. Eso
la relajó y se sumió en un dulce sueño. Su cuerpo y su alma estaban en harmonía
al fin.
El sueño no duró mucho, pues la
vejiga le reclamaba con insistencia que la dejara salir y puso rumbo al baño.
Jules tenía la puerta abierta de la habitación y, instintivamente, abrió los
ojos al oír que Dors se acercaba. Al verla con los pechos desnudos, éste se
levantó gritando:
-Mon amour....
Y mientras él se aproximaba
corriendo, Dors aferró el pomo de la puerta de su dormitorio, y con destreza y
agilidad, le postró la puerta en las narices, haciendo que Jules se pillara los
dedos con el marco. El francés dio grititos de dolor amortiguados por la pared
que los separaba y entendió el significado de los actos de la chica hacia él.
Mientras tanto, Dors fue al baño y
sintió la necesidad de sumirse bajo las cálidas gotas de agua con las que se
rociaría bajo la ducha.
No sabía muy bien la razón, pero
aquella sádica escena y la nostalgia producida por su inminente aniversario,
habían producido en ella una sensación de ternura, de calidez bajo sus ropas
que no tardó en desestabilizar los pensamientos de Dors. Ya no era ella, su
mente había viajado y notaba como las gotas de agua se convertían en unas
manos que descendían temblorosas, acariciando la tersa piel de su cuello,
descendiendo por entre sus pechos apretados por un top blanco, ajustado, con un
escote exuberante, un busto adolescente, liso y turgente; en otras palabras, provocador.
La ducha lo empapaba y sus sonrosados pezones luchaban por atravesar la fina
tela. Las manos siguieron su camino; el vientre, jugando con sus curvas. Tenía
diez y siete años y la inseguridad virginal de ambos le excitaba, notaba como
unos dedos exploraban la novedad de los labios femeninos, con curiosidad y
asombro. Y el agua seguía jugueteando.
Aquellos recuerdos se desbocaron
y tal cual sus manos se enredaban entre su cabello enjabonado, descendieron
acariciando cada uno de los milímetros cuadrados de seda de su cuerpo,
haciéndole perder la vista y enloqueciendo sus manos que se convirtieron en el
más fiel juguete sexual de una chiquilla de trece años que aprendía en el
orfanato a conocer su cuerpo. Un cuerpo que cambiaba, que ardía por dentro. Las
lecciones que había oído de las mayores, libros prohibidos, pensamientos
impuros, todo servía para aprender a amarse. Y su verdadera yo, lanzó un
rugido. Sólo quería seguir teniendo aquella sensación de vértigo constante,
mientras las feromonas seguían usándola de títere para sus oscuras y ardientes
fechorías. La función acababa de empezar.
Así era la locura del placer, así
lo vivía y así debía ser, por más que la represión luche contra los más puros
instintos de nuestra naturaleza. Tumbada en la bañera, semiconsciente, jadeante
y aturdida, su posición y postura entraron en harmonía con la trayectoria del
rayito de agua tibia, que golpeaba suavemente su pubis. Y de nuevo, se vio con
una pequeña lengua entre sus piernas que amenazaba con invadir su clítoris,
húmedo y excitado. Sus piernas se aferraban a la cabeza de él. Se aferraban y
lo oprimían, impidiéndole respirar mientras se dedicaba en cuerpo y alma al
placer de aquella mujer de veintidós años. Nunca podría olvidar la juguetona
lengua de aquel chico, zigzagueante ante los labios, usando movimientos
penetrantes, haciendo enloquecer a sus victimas con total majestuosidad y
diplomacia. Dors no recordaba el nombre de ninguno de ellos, pero todos eran
extraordinarios; a todos los amaba, por haberla hecho sentir especial. Sin
tiempo para llegar al éxtasis, con intención de agarrarse la cabeza y
zarandeársela contra el fondo de la bañera del placer, se topó con los geles de
baño, los cuales se derramaron por encima de ella.
Primero pensó en las rápidas eyaculaciones
de Jules, pero luego, gracias a su maravillosa nueva capacidad de viajar en el
tiempo y a los dulces aromas que monopolizaban su capacidad olfativa, Dors se
vio recubierta de una fina capa de chocolate y sintió las cálidas lenguas de
dos compañeros de laboratorio que recorrían su firme vientre de veintisiete
años. Aquello si que era un regalo de cumpleaños. Y el contraste del frío del
helado de fresa, justo antes de que este fuera devorado por sus amantes. Dors
adoraba su sexualidad, adoraba el placer y la vida. Había olvidado que la
habían despedido del trabajo. Y únicamente echaría de menos la pasión con la
que la habían tratado, el altruismo por dar y recibir caricias de sus novios y
amantes científicos. Pudiera parecer algo excéntricos, pero conocían muy bien
como tratar a una dama. En cambio, no entendía que había visto en Jules. Un
atractivo y un mujeriego. Incapaz de controlarse, incapaz de darse al placer de
las mujeres.
Dors había sufrido la mejor
experiencia sexual de su vida. Extasiada y confusa cerró el grifo y dejó que
las últimas gotas recorrieran su espalda. Salió y buscó el interruptor, pues
parecía todo oscuro. Al momento se dio cuenta que le era imposible abrir los
ojos, pues el placer seguía dentro de ella. ¿Era el mejor orgasmo de su vida?-
Pudiera mejorarse -pensó. Aún estaba a tiempo.
Salió del baño desnuda y
ligeramente mojada a causa del agua que se deslizaba por sus cabellos. Abrió la
puerta de su habitación sabiendo que Jules había oído sus gemidos previamente.
Sabía que éste temería un nuevo derechazo si intentaba siquiera moverse. Así
pues, conociendo lo que conocía de él, y cuan excitable era el subconsciente
del hombre, Dors acercó sus turgente pechos a la cara del francés y se los pasó
por encima de todo el cuerpo. Luego, decidida a llevar a cabo su venganza,
levanto el cubrecama y se metió en ella. Esperó a que él despertara.
- Buenos días, querido. -le
susurró.- ¿Me has echado de menos? Espero no haberte hecho sufrir mucho...
Ante la mirada atónita de Jules,
Dors metió la mano en su paquete y con cierto asco, añadió:
-Es una pena que tú ya hayas
acabado.
Y Dors murió de placer.
4 comentarios:
Brutal, Santi. absolutament tot de punta. xddddd
ets sublim!
xDDD M'encanta que diguis això :) m'agrada jugar amb les sensacions :P PS: Gràcies per la publicitat!! (3r cop que t'ho agraeixo, ho sé... però :) )
Ya llevaba días queriendo leer tu nuevo relato, y por fin he tenido un hueco para poder hacerlo.
Sinceramente, impresionante!!
Me encanta como describes las sensaciones de Dors, parece que las vivas en tu propia piel. Brillante!!
Sigue así, sorprendiendo.
Enhorabuena MiLord.
Uff deu ni do. Ja veus si jugues amb les sensacions m'encanta . Escrius molt bé :)
Publicar un comentario