Aquel
día, un misérrimo día de perros, Glándula se levantó con el conocimiento exacto
de que iba a tener mucho que escuchar. Además, lo que le pareció más
sorprendente de aquel absurdo día fue que dio los buenos deseos al sol, sabiendo que
podía hablar. No en aquel preciso momento que con felina flexibilidad se lamía
la nacarada piel de su entrepierna, mas aquel que tuviera que ser el receptor
de sus palabras, tarde o temprano, no dudaría de que, efectivamente, alguien le
había puesto cierta mezcla opiácea en la leche con cacao de la mañana, que le
permitía ser entrevistado por semejante blasfemia de la naturaleza.
Hablan
las leyendas urbanas que, sobre papel mojado, desgarrado y quemado, se cuenta
la historia de un extraño animal que arrítmicamente cantaba, bailaba en cuanto
nadie lo esperaba ni lo deseaba, gruñía repentinamente y, aun siendo capaz de
cautivar con las más bellas palabras, balbuceaba y conectaba inconexamente los
más ininteligibles improperios que oído alguno mereciera y pudiera soportar.
Finalmente, le llegó la muerte. Y más finalmente, ésta, contrariada, huyó.
Otras
fábulas perdidas y derrochadas a lo largo de cientos de años y con el soporte
físico del número incontable de átomos, que equivaldrían a imaginemos un número
mil veinticuatro de piedra junto al cual un halterófilo se dispone a levantar
con toda su fuerza las dos últimas cifras de nuestro número mineral, nos
indican que hay construcciones literarias a cuyos autores nadie les ha pedido
jamás que las escribieran.
Por
otro lado, aquellos que salieron con los pies bien altos o con los huesos más
blancos de laberintos, fastidiosas oficinas burocráticas, irresolubles
crucigramas o epilépticos cubos de rubik de ciento veinticinco fastidiosos
pequeños cubitos, cuentan y siguen contando, paulatinamente, con la mirada fija
en un techo azul cielo, las fantásticas aventuras de una especie de apéndice de
la tierra que, impresionado ante la candente voluptuosidad del fuego, corría
enloquecido en persecución de un gran fruto del árbol del que florece azahar
que rebotaba de un lado a otro con la peculiar necesidad de penetrar en un
cesto colgado de un olmo. Si bien dicen los expertos, no pidan peras al olmo,
pues son naranjas gigantes las que se resguardan en el árbol del que tantos
hablan y del que tanto se ignora.
En
definitiva, hay muchas leyendas de las que un jaguar amanerado, bolita de pelo
y holgazán jamás podrá hablar, pero, definitivamente, hoy tengo la oportunidad
de dar vida a una historia donde, yo, Glándula (en efecto, en el primer párrafo hablo de mi en tercer jaguar
del singular), el felino más aterrador sobre la superficie de Groenlandia,
hablaré con un hombre que mantendrá la misma cordura tanto al fin como al
inicio de la entrevista, que hará las delicias de los lectores vikingos más desdichados.
Entrevista a Lord Galdor por Glándula Sudorípara
G.S.: - Buenas tardes, Lord. Le
entrevista Sir Sudorípara.
L.G.: - Otra broma con mi olor
corporal y me voy. ¿Dónde está la cámara oculta?
G.S.: - Me temo que no le
entiendo. Póngase cómodo, sea breve con las respuestas y acabemos con esto.
L.G.: - Pero que cosita más mona
eres tú, chiquitín.
G.S.: - Señor Lord, grrr mantenga
el protocolo. Si necesita compañía le puedo dar la dirección de una tigresa
amiga mía que te deja bien limpio el sa... bolsillo.
L.G.: - No suelo frecuentar ese
tipo de compañías.
G.S.: - De acuerdo... (araña un
papel), la pregunta treinta... ya está, respuesta.
G.S.: - Veamos, Lord. Dicen de
usted que es la viva voz de la elocuencia. ¿Es eso cierto?
L.G.: - Lo es.
G.S.: (Ronronea expectante)
Bien... Entonces podrá usted decirme a quién le debe esa maravillosa capacidad
de expresar lo inexpresable que atesora vuestra merced.
L.G.: - Efectivamente, puedo.
G.S.: - ¿Lo hará hoy?
L.G.: - Le repito que no es
compañía lo que necesito ahora mismo.
G.S.: - Excelente, la pregunta
treintiuno... resuelta. (Lame agua de su bebedero) ¿Cuál es su visión de la
situación que nos rodea?
L.G.: - Miopía y astigmatismo.
G.S.: - Entiendo, una alegoría
fantástica a la inestable niebla que cae sobre nuestra sociedad actual.
L.G.: - ¿Eso le dice a usted el
oculista? Ignoraba que a parte del noble estudio de la óptica, tuvieran tiempo
para la filosofía.
G.S.: (En susurros, arañando, con
la mirada fija en el papel) Antisemita radical. Bien, dígame pues, ¿Cómo se
siente ahora mismo?
L.G.: - Dado que estoy en un
sueño, quiero saludar a mis familiares, amigos y puertas que se cierran en el
momento justo en que suena el despertador. Siempre he querido poder vivir en un
mundo con Pokemons® con los que poder hablar, como ahora hago contigo,
contiga... con ello... ¿Qué se supone que eres? En conclusión, ¿puedo lanzartee mi Poke-Ball®?
G.S.: - Ni se me acerque. Soy un
jaguar pigmeo de Groenlandia, mezcla de pekinés y podenco ibicenco. (Apunta...)
Gay reprimido. Muy bien, excelente. Tssss, grrrr la bolita quietecita.
Siguiente pregunta. En ocasiones...
L.G.: - ...los peluches me
hablan.
G.S.: - Otra interrupción absurda
y deberé pedirle que me clave una katana en el culo. En ocasiones se le ha
visto hablar mal de la Iglesia y sus prácticas.
L.G.: - Me tuvieron dos años de
pruebas en el campanario y no quisieron hacerme contrato. ¿Eso responde su
respuesta?
G.S.: (Mirando a una cámara
ficticia) - ¿Es ese el futuro que queremos para nuestros hijos?
L.G.: (Toca la espalda de
Glándula) - No quiero ser grosero, pero... ¿de qué hijos hablas, si
probablemente eres un híbrido estéril?
G.S.: - ¡Lord, maldito bastardo!
Lleva razón.
L.G.: - Lo sé.
G.S.: - ¿Es usted dogmático?
L.G.: - Si lo fuera, lo sabría.
G.S.: - ¿A quién debe su nombre?
L.G.: - A un casino de Las Vegas.
Me lo jugué todo al rojo.
G.S.: - Así pues, tiene instintos
ludópatas.
L.G.: - Le apuesto lo que sea a
que no.
G.S.: (Recibe un mensaje por el
inalámbrico) - Me informan que ha llenado el cupo de tópicos fáciles. Querido
Lord, le pido moderación. Hábleme de su infancia.
L.G.: - La infancia de Lord
Galdor transcurre en la fatídica época que engloba los años entre 1988 y la
actualidad. Son muchas las víctimas que ha dejado a su paso durante ese periodo
a los cuales jamás olvidaremos.
G.S.: - ¿Le gustan los animales?
L.G.: -
Ahora se me insinúa el gatito. Sigo alegando ausencia de necesidad de presencia
ajena.
G.S.: -
Entre vestidores tenemos a la actriz que hizo de extraterrestre verde en la
última película de Star Trek. ¿Sigue queriendo ser ajeno a tal compañía?
L.G.: -
... (Babas recorren su barbilla) Pero..., ¿va de verde o no?
G.S.:
(Levanta una patita en dirección a una puerta con estrellas) Y aquí tenemos a...
(Aparece una pelirroja despampanante)
L.G.: -
Otra furcia de color carne, fuera de mi vista. (Balbucea) ¡Saca tus turgentes y
pálidos senos de mi cara! ¡Seguridad!
G.S.:
(Apunta... tacha la palabra gay reprimido) Fetichista. ¡Maravilloso! Déjeme
seguir con la entrevista, mientras sus neuronas siguen inexorablemente muriendo
a causa de la degradación de la materia orgánica de la que está usted formado.
L.G.: -
¡Lo sabía! Eres un polimerizo peluche de feria.
G.S.: - Descubra la composición de los polímeros, abra lo boca y ejecute un chimpancesco sonido. A ver, cariño mío, si fuera un polímero
seguiría siendo materia orgánica en descomposición. ¡Va, callad! Siguiente
pregunta, ¿cuánto os mide?
L.G.: -
Me encanta que me preguntes eso. Pues el otro día pude comprobarlo con aparatos
de alta precisión, los cuales usan la radiación gamma de ciertas reacciones
nucleares para llevar a cabo mediciones con cinco decimales de precisión
métrica. La medición fue óptima mas... si atáis cabos... entenderéis porque...
G.S.: -
No logrará satisfacerte la compañía femenina en un largo tiempo.