En las frías noches de invierno
de las ciudades catalanas, en cuanto la semana laboral llega a su fin, las
hormiguitas que habitan los pasillos de hormigón se aferran a la felicidad con
la ayuda de vanas compañías y la pasión por las bebidas alcohólicas,
conociéndose las unas a las otras por medio de rituales decadentes a ojos de
los dioses de mentes ancestrales, que ven como sus creaciones se zambullen en
espirales de egoísmo y fanfarronería para pasar un fin de semana más.
Y dicho esto, quiero decir que
nada de lo escrito tiene algo que ver con la historia de Pablo, el que un día,
harto de la rutina del matrimonio heterosexual ortodoxo, sabedor de su
condición de bisexual, instó a su mujer a salir por Barcelona, a algún que otro
lugar de ambiente gay, para conocer a algún chico. No obstante, aquella noche
no acabó yendo como él se pensaba.
Apoyando el brazo en la barra del
pub, Pablo hizo una primera inspección del lugar y siguió charlando con su
hermosa mujer. Ella, pese a conocer bien a su chico, estaba algo incómoda, pues
no era del todo partidaria que dos personas del mismo sexo mantuvieran
relaciones íntimas. Pero, al menos, no era hipócrita, pues Pablo, desde el
primer día que se conocieron, ya sabía que aquella chica no veía con buenos
ojos a las parejas homosexuales. Él se consolaba pensando que, como mínimo, no
demostraba ser intolerante, pues la quería mucho y, ya se sabe, que nadie es
perfecto.
Una hora más tarde, después de
bailar apasionadamente, la mujer de Pablo decidió volver a casa, con la torpeza
de chocarse con una pareja, que por lo que pensó ella, siendo chico y chica,
eran heterosexuales. Cuan equivocada estaba cuando los instó a sentarse en la
misma mesa, en la que esperaba Pablo, solitario, atento al mundo de chicos que
lo rodeaba. Pues, Carla y Jaime, eran el típico dúo amistoso de chica
heterosexual y chico gay. Al conocerlos, la mujer, cansada de ser tolerante, al
fin, marchó a casa, dejando a su marido con aquella peculiar pareja.
Dada la situación, Pablo llamó a
un amigo suyo para no tener que soportar una situación de desventaja numérica.
Poco rato después, apareció Raúl; alto, guapo, pero con algo que lo delataba,
algo que únicamente supo ver Jaime, era un hipócrita, falso y prepotente. No
obstante, a Carla le hizo mucha gracia desde el primer momento y se adueñó de
su atención, mientras Jaime y Pablo veían como ambos se comían con la mirada.
Como era de esperar, los dos chicos fueron conociéndose y Pablo pareció coger
en mucha estima a la persona que tenía enfrente.
Durante meses, Jaime demostró ser
aquella persona que tanto necesitaba Pablo para contrarrestar los pequeños
defectos de su mujer. No tuvieron relaciones sexuales, pero ambos se dieron el
cariño que el otro necesitaba para seguir con sus vidas, mientras Carla y Raúl
se demostraban una pasión desbordante. Hecho que no hizo que Pablo también
estuviera en contacto con Carla.
Finalmente, Jaime, cansado de
esperar y con ampliadas necesidades sexuales, encontró un chico que le gustaba
y le respondía mucho más acaloradamente a sus deseos carnales, y pensó que
aquello no debía afectar a su relación con el hombre casado del cual se narra
la historia. Pensó equívocamente, pues finalmente descubrió que desde aquella
noche en el pub de ambiente, era Carla la que interesaba físicamente a Pablo y
que todo lo que le había robado aquel gañán pseudo-bisexual a él era el fruto
de la necesidad de encontrar una vía de escape a un nefasto matrimonio.
Carla, que era una chica
pragmática pero a la vez con principios, pensando que un polvo siempre es un
polvo, pero que no está bien quitarle el marido a otra, decidió no seguirle el
juego a Pablo. No obstante, las insinuaciones de éste cada vez eran más
lascivas y recurrentes y no veía el momento de echarle el guante a aquel macho.
Estaba en una encrucijada, pero a pesar de ello, Jaime seguía insistiéndole que
se lo tirara, que no tenía nada que perder. Ella al menos no.
Y así fue como, una noche,
quedaron Carla, Pablo, Jaime y su chico. Carla estaba realmente deslumbrante,
con un vestido escotado, corto muy corto. Pablo seguía intentando caldear el
ambiente. Jaime, por su parte, seguía instando a Carla a desmelenarse. En un
momento, en medio de la calle, Carla se agachó y dejó ver la poca necesidad que
tenía de llevar ropa interior. Pablo, al ver aquello, vio vía libre y jugó
fantásticamente sus cartas. Se mezcló alcohol con necesidad y un calor
bochornoso.
Al día siguiente, Pablo recibió
una llamada de su mujer. Entre gritos e insultos, le pidió el divorcio. Que no
podía estar con un adultero, que además se dejaba mear en la cara por otro tío.
Pues, al parecer, dos amigos habían emborrachado al hombre casado que, mientras
éste besaba a Carla, Jaime le robaba el móvil y grababa, a la vez que le
enseñaba el noble arte de la lluvia dorada.
Pablo salió corriendo del piso de
la chica, mientras la extraña pareja de amigos gritaba al unísono:
-¡Eres una puta!