Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Relato paganismo/ terror (1/2)

Buenas! Os introduzco los primeros párrafos de lo que será un relato largo para el proyecto en el que me he metido: "Junto a la hoguera". Espero vuestras opiniones, para ver si lo estoy encaminando bien.



Un hocico se alzó de la nada. El castillo rezumaba vapores sulfúricos. Como alma que lleva el diablo, un can de terribles dimensiones se alzaba ante la mirada indiferente de su amo que veía impertérrito como se disipaba un reguero de humo, a toda velocidad, a través de la cola de su animal. El tremendo choque había hecho estallar el pórtico, haciéndolo añicos. Un fuerte vendaval arruinó por completo el mobiliario, mientras los truenos hacían retumbar por completo la colina donde se asentaba el edificio amurallado.
. . .
Un hombre sin sombra se asoma por una de las miles de ventanas de una de las miles de casas de Vilafranca del Penedés. Un gato sin sombra maúlla a los pies de una de las camas de la casa donde mira aquel hombre. Un anciano sin sombra se balancea sobre una mecedora, mas la mecedora se mueve y no se mueve. Un flautista con la misma ausencia de sombra, atrae a cientos de ratas con una melodía pegadiza e inaudible. Caminan en tropel. Ni siquiera dejan huella sobre la moqueta color lapislázuli de aquella habitación. Y de repente, estruendoso, inapelable, retumba la Marcha Imperial de la Guerra de las Galaxias, interpretada por Metallica, a través del auricular de un teléfono móvil. Las ratas se han alzado sobre dos patas y marchan al ritmo de la música. La flauta del juglar se ha convertido en una bayoneta.
De entre las sábanas aparece un brazo, rebusca en la mesita de noche y alcanza el teléfono. El brazo pertenece a un chico pelirrojo, Roc, que se lleva la otra mano a los párpados, donde se esconden unos ojos verdes perezosos. Se queda remoloneando bajo la ropa de la cama, bosteza, aúlla y se sienta en el borde derecho, dándole la espalda al hombre de la ventana. Levanta los pies al paso de las ratas y los deja caer sobre las pantuflas Edición Especial Estrella de la Muerte. Respira hondo, se pone en pie y cruza frente el anciano, que ronca sin balancear la mecedora. Mirada al frente, cubre la distancia entre su habitación y el baño, entra mientras el agua de la alcachofa va llenando la bañera. Bosteza al ponerse frente al espejo, cierra los ojos y una figura saca el brazo tras la cortina de baño. Una sonrisa bobalicona se dibuja en el agua. Se lava los dientes, respira hondo, toma agua y burbujea. El esputo tiñe de rojo el lavamanos. Le diría a mamá de cambiar de marca de enjuague.
-          ¡Roc, el desayuno a mesa! –gritó su madre desde la cocina, en el piso de abajo.
-          ¡Ya voy, ya voy! Guido me ha entretenido. –respondió el muchacho– ¡Maldito! Vamos, sal ya del baño. – a lo que nadie respondió. Sólo aquella sombra tras la cortina.
-          ¡Recuerda que hoy te toca estar en el stand de catas del Vijazz, hijo! –alzó la voz el padre, mientras le susurraba palabras de tranquilidad a su mujer.
Diecisiete primaveras pusieron sus posaderas sobre la barandilla caoba de la escalera y sobrevolaron la escena, hasta el pasillo del piso de entrada. Al entrar en la cocina, una humeante y tierna tortita vomita mermelada de arándanos. Roc besa a su padre, que lee distraídamente la prensa local. Al girarse hacia su madre, su corazón se retuerce ligeramente, ve el bermejo tintado bajo los pómulos de ella. Ésta se sorbe los mocos y extrae un pañuelo del delantal. Dice estar resfriada y sigue a lo suyo, mientras su hijo le besa la frente.
-          Me encanta haber crecido, mamá. –le dice su hijo pelirrojo.
-          ¿Y a santo de qué, cielo?
-          Porque puedo verte desde arriba y abrazarte más fuerte. Besarte la frente como tú me hacías de pequeño. –la mujer suelta una carcajada nerviosa.
-          Serás bobo. –acaba la mujer mientras vuelve a hacer resonar sus fosas nasales.
Al tiempo que Roc devora las tortitas, el anciano se había levantado de su silla y había descendido al sótano. El hombre de la ventana había bajado con una escalera de mano, al césped y observaba a la familia comer. El flautista guiaba a su ejército de ratas robóticas (habían evolucionado) a lo largo de la escalera. Todo ello en un pasado presente.
El chico mira su reloj, su padre alza una ceja y la madre intenta distraer su atención con el pasatiempo de la caja de cereales.
-          ¡Es la hora! ¡Me voy! –grita enérgicamente Roc.
-          ¡Qué pases un buen día, cielo! –espolea así la madre a su hijo.
-          Buen día, mamá. –besa a su madre, a continuación a su padre. – Buen día, papá.
-          Hmmm. –logra pronunciar el padre, alzando una ceja, ensimismado por las noticias matutinas del periódico.
-          Choca esos cinco, Guido. –Y el bueno de Roc se va, alzando la mano al aire.
Tras el portazo del chico, la madre cae sumida en un gran sollozo, en brazos de su marido, que ve impotente, como ni puede arreglar la tristeza de su mujer, ni las páginas resquebrajadas del libro, y mucho menos, a su hijo.
. . .
A principios de julio, Vilafranca del Penedés se convierte en la capital del vino y del jazz. Pero no sólo eso. Esta ciudad vitivinícola vive una de las épocas más calurosas del largo verano del litoral catalán. Mientras se están haciendo los últimos retoques y montajes del festival, el Museo de la Festa Major se convierte en un hervidero de azufre, llamas y una presencia perturbadora. La temperatura aumenta hasta límites no encontrados jamás. Las figuras, bestias y estandartes de los bailes típicos empiezan a descomponerse. Una luz cegadora cae sobre el Drac y el Àliga. Esta segunda, recuperando la vida que jamás había tenido, como el entrañable hijo de Gepetto, alza el vuelo alrededor de las cabezas de los Gegants, que fruncen el ceño, observadores de la consumición del infernal Drac. De entre las llamas, aparece un ser de genuina maldad, la Drakaina. Hija de los dragones que antaño habían sobrevolado las características formaciones rocosas de Montserrat, heredera del linaje de la cueva de dicha cordillera. Decían las malas lenguas, que esa cueva no era tal, pues siglos atrás había sido un desfiladero subterráneo, único camino posible de entrada y salida al Infierno. No obstante, eran muchas las bestias que habían luchado para ser la mano derecha del Innombrable. Y esa había sido una de las razones por las que el sendero había quedado sellado, pues una batalla debía librarse, para decidir la hegemonía del séquito de Lucifer. Así, victoria a victoria,  dos grandes coronas oscuras habían prevalecido y se habían establecido en tierras catalanas. Los ritos más populares hablaban del Drac y su séquito de diablo. Allí donde nos lleve la providencia, encontraremos señales de este linaje. No obstante, menos conocido y escondido entre las torres del castillo de Pratdip, las mortíferas fauces del Dip, el perro vampírico, dedican sus días y noches a cuidar la compostura de los hombres de mal beber. Este fabuloso ejemplar de can, de pelaje carbonizado, orejas puntiagudas y vociferante rugido vela por las almas errantes, marchitas, hundidas en la miseria, que deciden sobrellevar su día a día bebiendo vino hasta el colapso, atrayéndolas hacia su causa. Dip era el servil compañero del señor de las tinieblas, mucha antes de que Cerbero entrometiera sus tres narices en los asuntos del Hades. Así pues, Lucifer, viendo la humillación en los ojos de su perro, decidió mandarlo al mundo mortal junto a uno de sus fieles servidores, de cuyo nombre ni existencia se habla en lugar alguno. Únicamente se sabe que habita en las sombras del castillo del Dip, relegado a un exilio que nunca buscó, esbozando una maléfica sonrisa con una copa llena de sangre en la zarpa izquierda.