Este es el 3r ejercicio del Curso de Escritura Creativa, donde debo jugar con diferentes narradores. Espero vuestras críticas.
Un día
tedioso y frío. Bajo el rojo de la banderas y sobre la nieve blanca,
los desfiles militares se llevan a cabo con el protocolo de siempre.
Aborrezco las grandes masas. San Petersburgo no es un buen sitio para
mí, pero tengo mis obligaciones aquí y debo saber adaptarme a las
inclemencias. Siquiera me atrevo a sacar la cabeza al balcón. A
diferencia de mi pequeño vástago, Anatoli II, que, embelesado,
observa el paso de los tanques y los andares rítmicos y paulatinos
de la milicia armada. Pronto llegarán los presos de Siberia, con sus
cabezas semi-rapadas, que sufrirán las mayores calumnias y
vejaciones de mano de la turba encolerizada. ¡No son cosas que deban
contemplar los niños!
-
¡Anatoli! ¡Vamos! Juega una partida con tu viejo padre. Apártate
del balcón. - le ordeno imperativamente al muchacho.
- ¡Sí,
padre! -me contesta, enérgicamente, sin ni siquiera apartar la
mirada de la calle.
Irina, mi
hermosa mujer, se me acerca cautelosamente y me pide paciencia, pues
el niño está entusiasmado con el maldito desfile.
- Vamos,
pequeño Lenin, ve en busca del tablero. -le dice Irina al niño,
mientras un mechón de sus ondulados cabellos cae amortiguadamente
sobre la piel nacarada de sus mejillas. Está reluciente como el día
que nos conocimos.
Por mi
cabeza, la multitud de variantes estratégicas se amontona.
Evidentemente, no mostraré piedad ante mi hijo, pues debe aprender a
aceptar la derrota.
. . .
Entrada
de “Biografía de Anatoli II K.” por Anatoli II K. (Páginas
121-123) Alianza Editorial
(…)
Mi padre
aborrecía los festejos. Siempre esperando una oportunidad de
evadirse de los movimientos de grandes masas. Al contrario que él,
yo sentía gran admiración por los Kazak del Ejército Rojo.
Como desprendían determinación a través de sus miradas gélidas.
Sus ideales respetuosos hacia mayores, mujeres y forasteros eran el
pilar de la mentalidad que se iba construyendo en mi interior. Eran
un ejemplo de lucha inquebrantable y defensa de la libertad.
(…)
De uno
de estos festejos, que tanto fastidiaban a otets (padre
en ruso), nace la historia
que puso un punto de inflexión en mi infancia. Una mañana de
invierno, las tropas se disponían a dar uno de sus desfiles por las
calles de San Petersburgo, para
conmemorar el 40 aniversario del Día de la Victoria.
Me aferraba al balcón de casa con
la esperanza de ver a mis
héroes. Aquello no pareció hacerle demasiada gracia a mi padre, que
me obligó a meterme en casa. Aquel día, a diferencia de los demás,
no sólo quería que, pieza por pieza, dispusiera el tablero para una
nueva partida, sino que, al fin, estaba decidido a que yo participara
en ella. En su expresión se reflejaba un deje de condescendencia,
que mi mente pueril no supo comprender, hasta pasados unos años. Era
evidente que me iba a utilizar como cabeza de turco para perfeccionar
su estrategia. Decidió darme
un caramelito, dejándome en el bando de las blancas.
Es evidente para todos, que a los niños no les gusta perder.
.
. .
Llegamos
a las tierras de nuestros enemigos para asaltar su castillo, sin
piedad. La suerte nos era
propicia, pues mis sacerdotes -que nos custodiaban
a mi reina y a mí- hablaban
del nuestro, como el bando que ostentaba
el favor de los dioses. Las líneas rivales, con estandartes teñidos
del color de la pureza, estaban
distribuidas ante mi
ejército, que empuñaba
banderas de muerte.
-
Es hora de que empiece la función, querido. - me comunicó
mi coronada esposa, mientras mis guerreros esperaban
impacientes mis palabras previas a la lucha.
-
¡Oh, mi querido pueblo! ¡Hoy nuestro enemigo caerá jadeante a
nuestros pies! ¡Los dioses nos son propicios! ¡Luchad sin piedad
ante el enemigo infiel!
Mis
palabras dieron pie a un grito ensordecedor de mis hombres, que
encolerizados, miraban, con sed de sangre, a sus enemigos que, ávidos
de violencia,
los esperaban al otro lado del campo de batalla.
-
Dispongámonos, mi señor, en una figura ante nosotros, que nos
aporte seguridad y produzca las menores bajas iniciales posibles. -
propuso mi dama. Era evidente que las habilidades de la esposa del
rey iban más allá del mero protocolo.
-
De acuerdo. ¡Qué avance el flanco central! ¡Caballeros, a su
retaguardia! ¡Sacerdotes, cuidad de que sus heridas curen! ¡Su
ataque retrocederá!
Estos
movimientos no fueron del gusto del enemigo, que veía como sus
intentos de acechar a mis tropas, se veían truncadas por una
inminente muerte. El status quo,
a pesar de no haber atacado aún, nos pertenecía y veíamos la
frustración en las miradas del bando contrario. El espectáculo
había comenzado.
-
La situación parece controlada, amado, ahora os toca resguardaros y,
dejadme usar mis armas, acompañada de alguno de tus hombres del
flanco derecho. -propuso mi reina de morenos cabellos. Hice tal y
como dijo. Ahora mis armas de asedio y mi flanco izquierdo me
protegen de las endebles ofensivas de nuestro rival.
Mientras
en el lado opuesto mi reina se reforzaba y confundía con su belleza
a las tropas enemigas, la caballería infiel se acercaba
precipitadamente sobre mi segunda línea atacante. Los sacerdotes se
vieron obligados a dejar indefensos a los guerreros de la vanguardia.
Evidentemente, a pesar de lo inesperado de aquel errático
comportamiento, mis clérigos opusieron resistencia y contraatacaron
a la caballería, que retrocedía tímidamente. Mi reina cayó sobre
ellos, atemorizando del todo a las bestias que se mantuvieron
estoicas en la batalla, resguardadas por los sacerdotes enemigos.
-
Mi señor. - se me acercó uno de mis más fieles caballeros- La
reina está en apuros, su movimiento puede ser truncado con
facilidad, sino reacciona a tiempo.
-
¿Cómo osáis cuestionar los designios de vuestra señora? - le
contesté orgullosamente, mientras veía como mis guerreros caían
defendiendo a su reina. Me sentía indefenso en aquel flanco.
Obligué
a mi catapulta a lanzar un ataque contra la caballería enemiga, lo
que le dio mayor libertad a la dama coronada. Los sacerdotes
enemigos, trabajando al unísono, acecharon
a mis catapulteros y a mi reina. ¿Bajo qué precio venderían sus
almas al señor de las tinieblas? Era tiempo de comprobarlo. Mi reina
arremetió sobre la defensa izquierda, atemorizando a guerreros de a
pie, que huyeron del campo de batalla, dejando la catapulta derecha a
merced de la voluntad de mi amada. El sacerdote enemigo maldijo a mis
catapulteros, lo que les obligó a abandonar la batalla.
Seguidamente, las llamas devoraron mi máquina, la cual ya no me
protegería, de entonces en adelante. Por supuesto, sin brillo de
piedad en sus ojos, mi reina hizo lo propio con la catapulta rival.
-
¡Venid a proteger a vuestro rey! - grité a mis tropas, viéndome
indefenso ante el asedio que preparaba mi enemigo.
La
influencia de los sacerdotes me impedía el movimiento, pero mis
caballeros reaccionaron a tiempo y se interpusieron entre la muerte y
mi persona. Uno de los sacerdotes, falto de raciocinio, descabalgó a
mi caballo, acechándome impertérrito. Sus ojos me miraban
inquisitivamente. Sabía cual sería mi siguiente movimento: blandí
mi larga espada y antes de que pudiera maldecir mi estirpe, le rebané
la cabeza ante los gritos de los míos y la mirada atónita del
flanco izquierdo enemigo.
¿Quién
hubiera pensado en qué trampa había caído? Mi reina rodeada y yo
desvalido, con la espada rebosante de sangre infiel, incapaz de
encontrar refugio entre mis combatientes.
De
repente, unos ojos cristalinos se posaron sobre mi persona, la
belleza de aquella criatura hacía entorpecer al más digno de los
reyes, que veía como, incapaz de acertar en el movimiento, la reina
de su enemigo caía sobre él, blandiendo una hermosa sonrisa. La
impotencia de mi ejército era palpable, pues tras la cabeza de mi
último caballero, caía yo, preso en manos de un ángel y su
sacerdote.
.
. .
¡Jaque
mate!
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. .
Un
niño, Campeón del Mundo de Ajedrez
Anatoli
Karpov II vence a su padre a una partida de ajedrez.
28/10/1985
El pasado día 9 de
mayo, durante las celebraciones del Día de la Victoria por las
calles de San Petersburgo, un insólito suceso se dio en el hogar del
Campeón del Mundo de ajedrez, Anatoli Karpov.
Según las
declaraciones de Irina Karpov, la actual esposa del ajedrecista,
Karpov (padre) quiso jugar por primera vez con su hijo Anatoli Karpov
II al ajedrez. El niño aceptó y, fuera todo pronóstico, venció a
su padre, en una partida, donde, al parecer, el padre no mostró
piedad alguna por su hijo.
Posiblemente, nos
encontremos ante un fenómeno sin igual en la historia moderna, pues,
se trata de un niño de escasos cinco años, con la única
experiencia en el ajedrez de quien, día a día, observa practicar en
el tablero de su casa, al mejor jugador del mundo.
Las malas lenguas dicen
que se han producido contactos de Kasparov con el niño, para tratar
de ganar, al fin, al que durante diez años consecutivos ha sido su
bestia negra en los Campeonatos del Mundo.