Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Detrás de tu muralla

Anduve por entre bosques frondosos y húmedas acequias –le dijo el caballero a Beatriz- cuando me encontré ante una inmensa y bien alzada muralla. La rodeé con mi caballo y no hallé la manera de adentrarme en ella, os aseguro que no llegaba a ser tan larga como medio campo de trigo. De repente, mi caballo cayó rendido y supe que tendría que seguir a pie, mas no fue inconveniente, él no podría saltar el muro.

Seguí mi camino, pensando que era en vano buscar un hueco, cuando, de la desesperación golpeé una de las piedras. Resultó ser una falsa piedra, no tan grande como el perímetro de mis posaderas. Así que tuve que luchar contra la fuerza de mis articulaciones y logré entrar. Me disloqué el hombro y me arañé los pies, que dejé descalzos. Con gran sufrimiento apoyé el brazo en un tronco y empujé hacia delante, hasta que el tuétano púsose en su sitio. Mas no fue mi único sufrimiento.

Al levantar la vista, avisté un verde paisaje, de diabólico parentesco. Pudiera haberme quedado al otro lado del muro, me dije, todo desesperado. Pues aquella aventura, no llegaba a ningún lado. Salir de un muro frío y oscuro para darme de morros con otro muro húmedo, verde, exótico. Delante de mí, se levantaban torres de Babel naturales, oh, grandes pinos resinosos que se rodeaban de áspera maleza, dolorosos arbustos que impedían el paso a todo ser viviente. Mis pies fallaron, mis manos toparon con el suelo y mis rodillas se llevaron el golpe, cuando de uno de los gigantes me llovió espesa resina en los brazos.

Subí a lo alto del árbol y me revolqué, perdone mi lady la expresión, como en un lodazal. Pues es lo que era, un lodazal de resina recién excretada para mí. Bajé y me dispuse a penetrar la muralla de viles picas verdes. La espesa capa que cubría mi cuerpo, amortiguó el efecto de ramas y clavos. Fui lentamente adentrándome más y más. Al final, avisté un claro que se fue haciendo más grande. Me recordaban vuestros ojos, mi lady. –Ella se sonrojó – Permítame que siga con mi relato, si puedo dejar de perderme en vuestra mirada.

Caí sin remedio alguno, pues me esperaba en el otro lado, una joven cascada que desembocaba en un hermoso paraje, con ranas que comían abejas que a la vez tomaban el néctar de las flores que coloreaban el lugar. En el centro de una pequeñita colina, había un cofre. Qué grandes tesoros debe guardar un cofre tan bien escondido, pensé. Luego pensé que era demasiado fácil. Oí unos voces, dulces y angelicales. Querían llevarme hacia el otro lado del paraje. Mas, resistí por mi codicia y las ignoré. Hermosas mujeres se lanzaron hacia mí y yo seguí ciego, destinado a abrir el cofre.

Cuando apenas me quedaban dos zancadas para llegar a el, comprendí que todo lo que había peleado aquellos días, contra humanos y lobos en el bosque, insectos y haber saltado muros inquebrantables; todo aquello; lo había hecho por lo que dentro de aquel armatoste de bronce se escondía. Acerqué mis, por entonces limpias, manos a la cerradura y noté como se abría sin ni siquiera oponer resistencia. Después de tantas dificultades, parecía que, finalmente, lo que había dentro, deseaba otorgarme el honor de conocerlo.

Mas cual fue mi sorpresa, cuando me encontré dentro un corazón que iba recuperando lentamente las ganas de vivir, cual fue mi sorpresa cuando al fin pude decir, al fin pude demostrar; si Beatriz, tienes corazón. Y aquí me tienes, junto al baúl de un tesoro que siempre permanecerá abierto. Pues ahora que late, se hace grande y me temo, mi lady, que nunca más, en cofre alguno, entrará vuestro corazón.

Lord Galdor