Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Visiones y sacrificio. Cuentos del Dip y la Drakaina.



Un hocico se alzó de la nada. El castillo rezumaba vapores sulfúricos. Como alma que lleva el diablo, un can de terribles dimensiones se impulsaba de sus cuartos traseros, ante la mirada indiferente de su amo, que veía impertérrito como se disipaba un reguero de humo, a toda velocidad, a través de la cola de su animal. El tremendo choque había hecho estallar el pórtico, haciéndolo añicos. Un fuerte vendaval arruinó por completo el mobiliario, mientras los truenos hacían retumbar por completo la colina donde se asentaba el edificio amurallado.
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Un hombre sin sombra se asoma por una de las miles de ventanas de una de las miles de casas de Vilafranca del Penedés. Un gato sin sombra maúlla a los pies de una de las camas de la casa donde mira aquel hombre. Un anciano sin sombra se balancea sobre una mecedora, mas la mecedora se mueve y no se mueve. Un flautista con la misma ausencia de sombra, atrae a cientos de ratas con una melodía pegadiza e inaudible. Caminan en tropel. Ni siquiera dejan huella sobre la moqueta color lapislázuli de aquella habitación. Y de repente, estruendoso, inapelable, retumba la Marcha Imperial de la Guerra de las Galaxias, interpretada por Metallica, a través del auricular de un teléfono móvil. Las ratas se han alzado sobre dos patas y marchan al ritmo de la música. La flauta del juglar se ha convertido en una bayoneta.
De entre las sábanas aparece un brazo, rebusca en la mesita de noche y alcanza el teléfono. El brazo pertenece a un chico pelirrojo, Roc, que se lleva la otra mano a los párpados, donde se esconden unos ojos verdes perezosos. Se queda remoloneando bajo la ropa de la cama, bosteza, aúlla y se sienta en el borde derecho, dándole la espalda al hombre de la ventana. Levanta los pies al paso de las ratas y los deja caer sobre las pantuflas Edición Especial Estrella de la Muerte. Respira hondo, se pone en pie y cruza frente el anciano, que ronca sin balancear la mecedora. Mirada al frente, cubre la distancia entre su habitación y el baño, entra mientras el agua de la alcachofa va llenando la bañera. Bosteza al ponerse frente al espejo, cierra los ojos y una figura saca el brazo tras la cortina de baño. Una sonrisa bobalicona se dibuja en el agua. Se lava los dientes, respira hondo, toma agua y burbujea. El esputo tiñe de rojo el lavamanos. Le diría a mamá de cambiar de marca de enjuague.
-          ¡Roc, el desayuno a mesa! –gritó su madre desde la cocina, en el piso de abajo.
-          ¡Ya voy, ya voy! Guido me ha entretenido. –respondió el muchacho– ¡Maldito! Vamos, sal ya del baño. – a lo que nadie respondió. Sólo aquella sombra tras la cortina.
-          ¡Recuerda que hoy te toca estar en el stand de catas del Vijazz, hijo! –alzó la voz el padre, mientras le susurraba palabras de tranquilidad a su mujer.
Diecisiete primaveras ponen sus posaderas sobre la barandilla caoba de la escalera y sobrevuelan la escena, hasta el pasillo del piso de entrada. Al entrar en la cocina, una humeante y tierna tortita vomita mermelada de arándanos. Roc besa a su padre, que lee distraídamente la prensa local. Al girarse hacia su madre, su corazón se retuerce ligeramente, ve el bermejo tintado bajo los pómulos de ella. Ésta se sorbe los mocos y extrae un pañuelo del delantal. Dice estar resfriada y sigue a lo suyo, mientras su hijo le besa la frente.
-          Me encanta haber crecido, mamá. –le dice su hijo pelirrojo.
-          ¿Y a santo de qué, cielo?
-          Porque puedo verte desde arriba y abrazarte más fuerte. Besarte la frente como tú me hacías de pequeño. –la mujer suelta una carcajada nerviosa.
-          Serás bobo. –acaba la mujer mientras vuelve a hacer resonar sus fosas nasales.
Al tiempo que Roc devora las tortitas, el anciano se había levantado de su silla y había descendido al sótano. El hombre de la ventana había bajado con una escalera de mano, al césped y observaba a la familia comer. El flautista guiaba a su ejército de ratas robóticas (habían evolucionado) a lo largo de la escalera. Todo ello en un pasado presente.
El chico mira su reloj, su padre alza una ceja y la madre intenta distraer su atención con el pasatiempo de la caja de cereales.
-          ¡Es la hora! ¡Me voy! –grita enérgicamente Roc.
-          ¡Qué pases un buen día, cielo! –espolea así la madre a su hijo.
-          Buen día, mamá. –besa a su madre, a continuación a su padre. – Buen día, papá.
-          Hmmm. –logra pronunciar el padre, alzando una ceja, ensimismado por las noticias matutinas del periódico.
-          Choca esos cinco, Guido. –Y el bueno de Roc se va, alzando la mano al aire.
Tras el portazo del chico, la madre cae sumida en un gran sollozo, en brazos de su marido, que ve impotente, como ni puede arreglar la tristeza de su mujer, ni las páginas resquebrajadas del diario, y mucho menos, a su hijo.
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A principios de julio, Vilafranca del Penedés se convierte en la capital del vino y del jazz. Pero no sólo eso. Esta ciudad vitivinícola vive una de las épocas más calurosas del largo verano del litoral catalán.
Mientras se están haciendo los últimos retoques y montajes del festival, el Museo de la Festa Major se convierte en un hervidero de azufre, llamas y una presencia perturbadora. La temperatura aumenta hasta límites no encontrados jamás. Las figuras, bestias y estandartes de los bailes típicos empiezan a descomponerse. Una luz cegadora cae sobre el Drac y el Àliga. Esta segunda, recuperando la vida que jamás había tenido, como el entrañable hijo de Gepetto, alza el vuelo alrededor de las cabezas de los Gegants, que fruncen el ceño, observadores de la consumición del infernal Drac. De entre las llamas, aparece un ser de genuina maldad, la Drakaina. Hija de los dragones que antaño habían sobrevolado las características formaciones rocosas de Montserrat, heredera del linaje de la cueva de dicha cordillera.
Decían las malas lenguas, que esa cueva no era tal, pues siglos atrás había sido un desfiladero subterráneo, único camino posible de entrada y salida al Infierno. No obstante, eran muchas las bestias que habían luchado para ser la mano derecha del Innombrable. Y esa había sido una de las razones por las que el sendero había quedado sellado, pues una batalla debía librarse, para decidir la hegemonía del séquito de Lucifer. Así, victoria a victoria,  dos grandes coronas oscuras habían prevalecido y se habían establecido en tierras catalanas. Los ritos más populares hablaban del Drac y su séquito de diablo. Allí donde nos lleve la providencia, encontraremos señales de este linaje.
No obstante, menos conocido y escondido entre las torres del castillo de Pratdip, las mortíferas fauces del Dip, el perro vampírico, dedican sus días y noches a cuidar la compostura de los hombres de mal beber. Este fabuloso ejemplar de can, de pelaje carbonizado, orejas puntiagudas y vociferante rugido, vela por las almas errantes, marchitas, hundidas en la miseria, que deciden sobrellevar su día a día bebiendo vino hasta el colapso, atrayéndolas hacia su causa. Dip era el servil compañero del señor de las tinieblas, mucho antes de que Cerbero entrometiera sus tres narices en los asuntos del Hades. Así pues, Lucifer, viendo la humillación en los ojos de su perro, decidió mandarlo al mundo mortal junto a uno de sus fieles servidores, de cuyo nombre ni existencia se habla en lugar alguno. Únicamente, se sabe que habita en las sombras del castillo del Dip, relegado a un exilio que nunca buscó, esbozando una maléfica sonrisa con una copa llena de sangre en la zarpa izquierda.
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Maldito el día en que decidí presentarme como voluntario para los acontecimientos culturales del pueblo. Los muy idiotas pensaron que, al gustarme el jazz, disfrutaría ayudando en las paradas de la cata de vinos de este festival. ¡Sin pensar que me harían perderme todos los conciertos! Y encima, aquí nadie saborea ni disfruta del vino, sólo es un pretexto para beber en la calle. No veas como pimplan. Bueno, Roc, céntrate y sigue limpiando copitas y montando reposa-copitas, con su cuerdecita y su plastiquito de los demonios. Apenas son las ocho de la tarde, con el calor que hace, y ya veo más de uno que necesita tomarse un respiro. Pero espera, ¿qué hacen esos idiotas?
-          ¡He dicho que me pongas más vino! Garrepa, més que garrepa. – le grita un hombre a una muchacha que repartía vino de su bodega, a cambio de los boletos que vendemos en el stand.
Los ojos vidriosos de ese hombre me han hecho poner la piel de gallina. Parece consumido por la codicia y el alcohol. Al acercarme, me doy cuenta que las ratas y el flautista se han parado a su alrededor. Debería decir que aquel hombre era una visión y que me estoy volviendo loco, sino fuera porque, en ausencia de la medicación, tengo alucinaciones. Tengo la suerte de controlar los brotes y de convivir con las personas que se me aparecen. Bueno, personas, animales, robots, lo que sea. He aprendido a no interactuar con ellos, excepto con Guido. Él me enseñó sobre mi enfermedad, aprendí de la conducta de mis visiones y logré discernir la evolución de éstas. Es complicado saber que las visiones viven en mí, envejecen al ritmo normal y, sino les pongo remedio, mueren y sus cadáveres se quedan allí donde los vi por última vez. No obstante, hay algo perturbador en la mirada del trovador y las ratas. Miran de un modo casi hipnótico al hombre de la barra. Al preguntarle a Guido, su mirada es una auténtica incógnita.
-          Señor, cálmese. – voy en ayuda de la chica de la bodega. – Ya ha bebido usted suficiente por hoy, creo que debería marcharse con su vino a otra parte. – a lo que el hombre se acerca a mí y proyecta un fétido y oscuro aliento.
-          Cierra la boca, muchacho, estaba hablando con ella. – logra balbucear el muy desgraciado. Al tenerlo cerca, puedo ver una mancha oscura en la parte inferior de la lengua. La mirada de mis visiones se dirigen hacia ese mismo punto, tal cual imagino. Del juglar sale una frase.
-          Es un desalmado. – a lo que las ratas corean la palabra alma, una y otra vez, de un modo casi sectario.
Mi cara es un poema. Pero, de repente, mis visiones se alejan rápidamente, en dirección a los barrios exteriores. Sin previo aviso, una gran llamarada se levanta por encima de las calles del centro. La explosión ha venido desde la Plaça Jaume I, miles de personas crean un caos entrópico y Vilafranca se convierte en una olla a presión. Corro en dirección contraria a la muchedumbre, llevándome por delante a varias personas. Los ecos de la palabra “alma” me envuelven y me guían hacia el lugar de la detonación. Algo me dice hacia dónde ir, qué atajos tomar y así, paso inadvertido, justo antes del acordonamiento de la zona. Al llegar a la Muralla dels Vallets, el resplandor de las llamas me ciega y me escondo tras la última casa que me separa del Museo de la Festa Major. El edificio se ha convertido en un vórtice de virulencia flamígera. Es prácticamente imposible mirarlo fijamente. Pero, sorprendentemente, no desprende humo.
El corazón me late constante y de un modo frenético. Un rugido ultrasónico atraviesa mi cuerpo y me empuja hacia el suelo. Un halo de energía despiadada bate la superficie, las calles, impregna cada recoveco de vida, se traslada a través de cada uno de los enlaces electrónicos que forman la materia. Unas garras reptilianas aparecen de entre el fuego, empujan ferozmente el aire irrespirable de aquella atmósfera inerte. Dos fosas nasales, beligerantes, acompañadas de una pianola de dagas marfileñas, generan un vacío mortuorio al paso del gas que desprenden.
El mismo efecto causado por el dióxido de azufre incinerado en el interior de una barrica de roble, para evitar que el aire oxide el vino.
Siento una atracción embriagadora hacia esa bestia rodeada por tinieblas. Aquel espectáculo de la infra-naturaleza me tiene cautivado. Dos alas ramificadas se abren, rebanando las llamas de su alrededor, dibujando un arco-iris de rojos, ocres, amarillos, naranjas y sangre coagulada. Debería huir de este lugar, pero, no sin un gran miedo lacerando mi alma, mis piernas se mueven solas, en dirección a aquella maravilla de la ingeniería infernal. No sé qué me está ocurriendo, pero siento un respeto hipnótico por ella. Ni siquiera sé cómo he descubierto su verdadero género, pero, sin lugar a dudas, acabo de hincar mi rodilla izquierda en el suelo, frente a la dama dragón, la Drakaina. Mi cabeza gacha, muestra una nuca joven, que para ella sería poca resistencia si quisiera hacer uso de sus afiladas garras.
-          Silénciate y serénate, humano. – su voz no es audible realmente, pero vibra fuertemente en mi interior. – Pon tu mano sobre mi zarpa. – así lo hago. – Nuestro pueblo está bajo el acecho de un animal capaz de absorber un alma sin contarse vidas materiales. Mi clan lleva milenios en guerra con el suyo.
-          ¿Qué o quién es dicho animal?
-          En nuestra tierra lo conocemos como el Dip, el exiliado y fiel servidor del Señor de las Tinieblas. Un perro amaestrado para perseguir al hombre perdido por el placer del buen vino. Muchas fábulas se han escrito de él y ninguna se acerca a la terrible faceta destructora de mi fiero enemigo.
-          ¿Tiene algún punto débil? ¿Has resurgido para enfrentarte a él?
-          A tu segunda pregunta, afirmativamente responderé, joven humano. – sus ojos, cuyo iris en forma de almendra afilada, me escrutan con una mezcla de interés y fuerza inquisitiva. No puedo dejar de perderme en su mirada, en esos látigos de luz que relampaguean desde la pupila hasta la córnea. – Y a la primera, lamentablemente, Dip es un ser tenaz, a pesar del odio que nos reciproquemos, siento un gran respeto y admiración por él, pero, por supuesto, su único punto débil reside en el yugo y báculo de Lucifer.
-          No lo pintas demasiado bien. ¿Y qué hago yo aquí? Parece que me hayan traído aquí, por alguna razón. ¿Cuál es mi papel?
-          Mi viejo amigo está cerca. No obstante, tú tienes un poder que él desconoce. Sé que ves cosas que no tienen una explicación lógica. Mientras libro la batalla contra Dip, deberás seguir el rastro de las almas que se han ido de Vilafranca, en dirección al castillo de Dip, descubrir el portal que utiliza para devolverle las almas a mi Señor y conseguir el favor de nuestro amo.
-          ¡Pero eso es una locura! Ni siquiera sé si sobreviviré, ni siquiera veo el modo de seguir esas almas de las que hablas… - la garra a la que me estoy aferrando, cada vez está más fría, una quemazón penetra entre mis huellas dactilares. Al apartarla, mis dedos están teñidos de un fluido violáceo, mostrando un dibujo perfecto de la anatomía de mis falanges. En el dedo corazón, un punto bermejo se tiñe y se destiñe, de un modo como la piel se me abriera y cerrara, mostrando el entramado sanguíneo de mi interior. Terrorífico y fascinante.
-          Observa bien esa señal, cuánto más rápido lata, más cerca te encontrarás de Dip, o en su defecto, de su escondite. En presencia de Lucifer, mantén ese dedo cerca del pecho, formando un ciclo de sangre perfecto. Ahora sólo me queda desearte suerte, joven Roc.
Soy consciente que todo parece una locura, Drakaina vuela agitando fuertemente sus alas y las ratas se ríen tras de mí. Luego, pasan corriendo por mi lado, olvidando el influjo que ejerce el flautista en ellas. Algo más intenso las atrae. Las seguiré, muy probablemente, se sientan atraídas por las almas de la ebria codicia. Ellas me llevarán al escondite de Dip.
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Cual gárgola, Drakaina se aferraba fuertemente a la dura piedra de la Basílica de Santa María. Esperaba pacientemente la presencia perturbable de su cánido enemigo. Al dejar a Roc, observó que el latido era intenso, pero no constante. El poder de nutrición de almas de Dip era directamente proporcional a la distancia a la que se encontraba el animal. El número de almas aún no era gran cosa, pero aumentaría exponencialmente en breves. Una niebla blanca inundaba suavemente el suelo de la Plaça de la Vila.
La intensidad de la niebla se fue acrecentando y de entre la Plaça de l’Oli, las pisadas de Dip se fueron haciendo hueco a través de la materia blanca que se condensaba a su alrededor. Las miradas de ambos se iluminaron y una explosión de fuego resquebrajó los cimientos de la plaza. De un gran salto, ambas bestias se abalanzaron el uno sobre el otro; el chirrido estruendoso que ambos emitieron, cuando sintieron cual cuchillas sobre su piel, las garras del otro hundiéndose en ellos. Sabían que aquella batalla podía durar horas, quién sabía si días. ¿Le daría tiempo a Roc? Drakaina sabía que aquel chico era la única oportunidad de lograr que las hordas del Mal no se hicieran con el control del mundo terrenal. Tantos años viendo venerar a su señor, por aquellos extraños seres diminutos, que eran la humanidad. Merecían la oportunidad de seguir siendo venerados. El orgullo y la vanidad de la raza dragón se mostraba en su máximo esplendor. Una vanidad que podía ser la salvación de la Tierra que conocemos.
Mientras tanto, nuestro joven héroe se encontraba en una encrucijada. Cuando una persona con su problema interactuaba en exceso con el mundo imaginario, tenía el peligro de quedarse atrapado y perder la noción de la realidad. Seguía las almas y veía que a duras penas, el pulso de su dedo corazón se acrecentaba cuando ya se encontraba a cinco quilómetros de Vilafranca. Eso significaba que la cueva de entrada al infra-mundo se encontraba muy lejos. Necesitaba interactuar de nuevo con Guido, para que éste le llevara más rápidamente, por el camino de fluidos de almas humanas. Cuando llegara, si se daba el caso, estaría tan agotado que sólo tendría fuerzas para mantenerse de pie y llegar a los pies del trono infernal.
Antes de tomar la decisión, se montó un cabestrillo con su camiseta, en la que había escrito una palabra, resguardó la mano marcada bajo el atuendo y lo pegó fuerte sobre su pecho. Se aferró fuertemente a Guido y salió a gran velocidad, camino a Pratdip, donde se encontró con una graciosa imagen, en la que, las ratas vestidas de época iban en una motocicleta en miniatura, con el típico sidecar sesentero, escuchando a Jerry Lee Lewis.
El campanario de Santa María caía fulminado a los pies de Drakaina, debido al duro impacto del perro infernal, que había sido proyectado por las férreas alas de la dama dragón. El polvo y el azufre eran protagonistas secundarios en aquella hermosa pelea. El veloz e imprevisible contraataque de Dip no se hizo esperar y los finos colmillos de éste se clavaron en la cola de Drakaina, haciéndole proferir un alarido de dolor. Esto provocó un fatuo movimiento sísmico en la ciudad. El coletazo reflejo envió al perro varios metros lejos, sobre la ardiente piedra de la plaza, cayendo sobre sus cuatro patas de un modo elegante y grácil. Las energías de ambos iban decayendo, aunque el can parecía el más entero. Aquella agilidad, destreza, capacidad de recuperación y de respuesta eran, claramente, unas armas contra las que la hija del Drac poco podía hacer, a pesar, de su enorme capacidad ofensiva.
Guido llevó a Roc ante las puertas de la colina del castillo del Dip. Las almas seguían atravesando los muros de aquel tenebroso lugar. Una cuesta lo separaba de su objetivo, pero, apenas era capaz de mantener la boca en un rictus normal. Sus músculos flácidos oscilaban dibujando hélices en el espacio. Aferrándose fuerte a los árboles del camino, Roc fue adentrándose en el bosque maldito. Antes de llegar al último giro donde le esperaría la puerta resquebrajada del castillo, una sonrisa maléfica se fue haciendo cada vez más audible. Apenas podía entrever una silueta y se dio cuenta que el amo errante del Dip lo miraba y sonreía perversamente, mientras sacaba y sorbía su lengua viperina.
Roc sabía que aquel era el fin, que de allí no podría pasar y que su misión había sido un auténtico desastre. El ágil demonio se acercaba dando saltos, lentos y pautados, constantes, imperturbables. Parecía un robot, sin naturaleza en sus actos, aunque, versado en la peor de las maldades, cual basilisco. Cuando apenas le quedaban diez metros para llegar donde se encontraba el muchacho, Roc perdió el conocimiento y se fundió entre la materia blanca, a la vez que empezó a sentir que la tierra lo absorbía hacia su interior. No veía apenas nada, pero el olor a suelo húmedo se intensificó, una potencia nutritiva lo rodeó y cayó sobre un suelo mullido, impregnado del olor de la teína, una moqueta de hierba fina, fresca. ¿Dónde estaba? ¿Era aquello el cielo?
-          Bienvenido, hijo de Vilafranca. – profirió una voz dulce y diplomática. - ¿Qué te trae tan pronto por mis tierras?
-          Apenas puedo verle, buen señor, busco los designios del Rey de la Oscuridad. ¿Sabe cómo puedo dar con él?
-          ¿Hueles ese olor de húmeda maldad? ¿Hueles el control de la fuerzas del Mal en este lugar?
-          ¿Del Mal? Apenas podría distinguir este lugar del paraíso. Pero, estoy muy agotado y apenas puedo mantenerme en pie. – y Roc se desvaneció frente a aquel hombre.
-          ¡¡Muéstrame la mano, humano!! ¿Quién te envía? – a lo que Roc hizo caso omiso.
Drakaina podía sentir el embriagador hálito que emergía de las mortales fauces del Dip. Era tan grande la admiración que sentía por aquel ser de envidiable poder. Lo hubiera dejado todo por unificar sendos imperios y trabajar codo con codo con él. Sabía que su momento había llegado, apenas tenía fuerzas para contrarrestar la presión que ejercían las garras de aquel fiero perro sobre su pecho. Las escamas le ardían de un frío imperecedero. Sentía que su misión ya se estaba fraguando, que no importaba cuanta sangre derramaría de su hermoso cuerpo, había logrado darle un tiempo precioso al chico y a la raza humana entera. Los cuentos relatarían las heroicidades de la esbelta e imponente Drakaina, el Azote de las Bestias.
Un viento suave, otoñal, fresco, danzarín se abría paso entre las manos de Roc. Sus brazos apelmazados seguían en la posición de la que le había hablado la dama dragón. Su cuerpo se volvió iridiscente, un circuito naranja lo atravesaba uniendo su corazón con el punto que palpitaba constante en su dedo central. Visto desde fuera, estaba todo muy claro. A la única conclusión factible que se podía llegar era que aquello era el Reino Infernal. Y aquel hombre que extraía el cabestrillo era Lucifer. Pastor descarriado, ángel caído del Reino de Dios que decidido a traer su mensaje, erigió su reino a la luz de días radiantes, prados verdes y un rincón donde el agua impregnaba y limpiaba las almas que se dejaban atraer por el influjo del Todopoderoso Exiliado. Al leer la palabra escrita en la camiseta de Roc, Lucifer lo tuvo muy fácil. La esperanza ya no era algo a lo que podía aferrarse una mente perdida en el mundo irreal como la de Roc.
Los ojos de la dama dragón permanecían abiertos, incapaces de apartarse de la belleza de la muerte que sufriría, bajo la desgarradora fuerza de aquel magnífico can. Lo miraba embelesada, negro y suave pelaje, colmillos finos y tenaces, mirada cristalina. Y de repente, todo fue luz. Un grito ensordecedor bramó a lo largo de los tres ejes espaciales. “¡Dip! ¡Vamos cachorrito de papá! Ven aquí.” La lengua del animal apareció escondiendo los temibles dientes, una mirada juguetona se dibujó en el perro y, como alma que lleva el diablo, salió disparado sobre sus cuartos traseros, atravesando la nada. Al desaparecer en el horizonte, una palabra se dibujó a fuego en la luna.
“Sacrificio”


Lord Galdor