Capítulo Uno
De cómo Tántalo conoció al Doctor Fineas y a la damisela Beautinfall
Hubo en la Mancha, la
profunda Mancha castellana, en las tierras del Duque de Banalcordero,
la presencia del joven Tántalo, hijo de la ama de llaves del caserío
del Duque, que era el orgullo de la provincia. Su precoz capacidad
del uso del sentido común y raciocinio y su olfato más allá de lo
simplemente extraordinario, lo hacían digno de dicho orgullo.
Huérfano de padre, el inteligente y sensible muchacho vivía en un
cuartito bajo las escaleras, aprendiendo a convivir con la
austeridad.
Fue creciendo y su fama
superó fronteras a través de los cuatro puntos cardinales, aunque
él seguía actuando del mismo modo, humilde y honrado, ayudando en
los campos de trigo de las propiedades de aquel noble. Todo seguía
en la más estricta normalidad, hasta que un día fue llamado por el
señor Duque a presentarse ante él, con su madre, llevando las ropas
que el anfitrión había dejado para ellos en la puerta bajo las
escaleras. La madre lloró de alegría, desmayose y, al despertar
hizo sonar estertóricamente su risa, mientras sus dorados rizos de
muñeca de porcelana se movían y rebotaban. Tántalo actuó con
cautela e hizo lo que le fue pedido con la buena intención de no
ofender al señor del caserío.
Llegaron al comedor a la
hora anunciada, cogidos del brazo, cual madre que acompaña a su hijo
y lo deja ante el altar, y haciendo un saludo sumiso, esperaron las
palabras del anfitrión. El Duque mandó acercarse al muchacho, que
siguiendo torpemente el protocolo, actuó bajo los designios del
noble. Mostrando una blanca sonrisa, Banalcordero lo sentó a su lado
y lo agasajó con las mismas palabras que acostumbraba recibir de los
pueblerinos de la zona. Tántalo estaba tan nervioso que no se fijó
en los demás comensales hasta el momento en que el anfitrión con
estas palabras presentó a dos ilustres hombres y dos bellísimas
mujeres que sonreían al otro lado de la mesa: "Discúlpenme
vuestras mercedes por mi vanagloria, queridos invitados míos, por no
haber atraído la atención de este brillante muchacho hacia vuestras
personas. Tántalo, permíteme que te de a conocer a Lord
Fackenbored, su adorable esposa y el hermoso fruto de su conjunción,
la bellísima Beautinfall, venidos de la Bretaña francesa y
acompañados por el más brillante pensador y científico, el Doctor
Fineas". Tántalo quedó perplejo ante la maravilla que tenía
ante sus ojos, perdiéndose entre las palabras vacías de su
interlocutor. Aquella inocencia, aquella simplicidad ante el buen
gusto para vestir, aquella sonrisa tímida con una mirada llena de
curiosidad. El rubor hizo su aparición en la tez aterciopelada de la
muchacha al ver la expresión anonadada de Tántalo, lo que propició
el carraspeo del Lord y la inmediata reacción del enamoradizo que,
atrabancándose con la lengua al hablar, se presentó y mostró sus
respetos a los invitados de Banalcordero.
Capítulo Dos
De cómo Tántalo descubre una
verdad horrible y es echado del caserío.
Hicieron sentarse a
comer, al fin, al chico y a su madre. Durante el convite, Tántalo y
el Doctor Fineas se mantuvieron en silencio, mientras los demás se
embadurnaban de los elogios, que la falsedad e hipocresía de unos y
otros hacían brotar de las bocas de aquellos distinguidos
comensales. La conversación era intensa por la cantidad de vino, con
el que había obsequiado el Lord a su nuevo anfitrión proveniente de
las bodegas de la Bretaña, que se había ingerido durante la velada.
Las miradas de Beautinfall y Tántalo se cruzaban tímidamente de
manera intermitente, manteniendo el rubor en sendas mejillas. La
madre del muchacho, por su parte, hubo vuelto al estado salvaje del
que todos provenimos (digan lo que digan los anti-evolucionistas
americanos), con tez acalorada y mirada perdida, la mujer reía a
cada comentario, cada cual más estúpido, de los allí presentes.
Dejando atrás absurdos protocolos, la atractiva madre pasaba su
brazo por encima de la nuca de su anfitrión, acercando su turgente
busto a la vista de Banalcordero.
He aquí el comienzo de
los gestos indecentes y las conversaciones ardientes, ante la
indignación del honesto Tántalo y la mirada desaprobadora del
ilustre germánico. Hasta tal punto llevó su sinceridad el elocuente
Duque que con estas palabras quiso encender la llama interna de su
ama de llaves, lo que fue encendiendo más a Tántalo: "Mandaría
pintaros sobre mi lecho, querida. Sois una muñequita exquisita cuyos
senos y dorado pelo son dignos de todo título nobiliario".
Llegado el momento de Fackenbored, salivando y balbuceando algo
ininteligiblemente francés, subiose con suma torpeza sobre la
ostentosa mesa y acarició uno de los pechos de la ama de llaves,
puesto que el otro estaba siendo monopolizado, ante los ojos de su
hijo, por Banalcordero.
Pasado el momento de
fogoso deseo y vueltos todos nuevamente diplomáticamente correctos,
con buenas palabras y delicados gestos, la mujer del bretón se
levantó de su silla, se acercó a la invitada y la besó
apasionadamente, ante la expresión de incredulidad del Duque,
mientras su delicada mano reptaba en busca del ansiado fruto de Adán.
Fuera eso el
desencadenante de que los acontecimientos se despeñaran en un
precipicio de vino y pasión desinhibida, llevó a la lengua de
Banalcordero a perder el sentido de la corrección y, olvidándose de
la presencia iracunda de Tántalo, expresó abiertamente: "¡Cómo
me alegro de haber acabado con Sócrates!". En cuanto la última
palabra cayó sobre la conciencia de los invitados, como una fiera
furiosa desbocada, el paciente Tántalo lanzose sobre el cuello del
Duque, haciéndole caer del poco económico trono -recubierto de
terciopelo procedente de los más distinguidos cuernos de los arces
de los Alpes- en el que sentaba su pesado trasero, mientras
manipulaba con ansia el final de la espalda de la albina dama. Cual
loco, Tántalo arremetía la madera de caoba de la larga mesa con la
cabeza de su anfitrión y con amenazantes expresiones instaba a éste
a explicar el significado de tan desafortunadas palabras.
Banalcordero pidió una
tregua al muchacho y éste lo soltó lentamente ante la atónita
mirada de su madre y el inesperado desmayo de Beautinfall, que caía
con la mala fortuna contra el canto de las patas de una silla,
desgarrándose una oreja y partiéndose el labio inferior contra el
suelo, siendo atendida de inmediato por Fineas (cabe decir que no era
Doctor de los que curan a las personas en su consulta médica).
Pasaron unos segundos de
tensión y, habiendo recuperado el aliento, nuestro anfitrión relató
a Tántalo, ante las lagrimas y la vergüenza de su madre, lo
ocurrido años atrás. Banalcordero, en un viaje de ocio a la costa
catalana, confundió a Erica, madre de Tántalo (que por aquel
entonces contaba cinco primaveras), con una prostituta a la que forzó
y violó en un lujoso hotel de la zona, dejándola tirada al verse
medio sorprendido por el marido de ésta, Sócrates. El padre de
Tántalo, lleno de ira contenida, trató de hablar con Banalcordero
para que se entregara ante la justicia y al verse perdido, el traidor
Duque le disparó por la espalda y lo llevó a un acantilado del
litoral de Gerona donde lo dejó caer, siendo presa rápida del
fuerte oleaje. Después de eso, en un arrebato de generosidad,
Banalcordero raptó a la mujer y a su hijo, llevándolos a la Mancha
donde, a cambio de su silencio, ofrecía a Erica un gran sueldo para
que trabajase de ama de llaves, teniéndola así, bien controlada. En
cuanto fue creciendo Tántalo, el falso anfitrión fue viendo en él
una gran oportunidad de hacer riqueza con su ingenio y, por ello,
había decidido presentarlo a la familia Fackenbored, que se había
ofrecido a ser mecenas del chico, y al que sería su nuevo mentor, el
Doctor Fineas.
Oídas todas aquellas
desgracias, Tántalo escupió en la cara desencajada del asesino de
su padre y con aplomo, se giró en dirección a los invitados, que lo
miraban impertérritos, y con determinación les pidió disculpas por
aquellas escenas ocurridas y por las que estaban por llegar, se
preocupó por Beautinfall que seguía sangrando por la boca y
dirigiéndose a su madre, con sumo respeto y sin levantar la voz
díjole: "No iba, pues, mal encaminado el Duque con vos, madre,
cuando os confundió antaño. Por lo visto esta noche, está claro
que sois la mayor puta del Reino de España". Palabras que
llegaron oscuramente al corazón de Erica que arremetió cinco dedos
sobre su propia cara, cayendo al suelo de rodillas, desconsolada y
dolorida por tener que echar de su vida al único fruto de su sangre,
al mejor hijo que pudiera jamás tenerse sobre la faz de la tierra.
Hijo al que que informó que debía dejar el caserío, para no volver
jamás, para que aquella egoísta madre pudiera olvidar la pena y la
vergüenza vividas, tanto las de antaño como las de aquel día.
Capítulo Tres
De cómo Tántalo el vagabundo es
secuestrado mientras mendigaba.
Tal fue el revuelo y la consternación creada por
los acontecimientos ocurridos en el capítulo anterior, que a un
servidor narrador le ha dado por recordar que en estos tiempos que
corren, ya nadie habla usando un vocabulario tan arcaico. Por si
alguien aún se preguntaba por la época en que transcurren los
hechos, les sorprenderá descubrir que no hemos viajado en absoluto
por el tiempo (en el caso que el lector sea contemporáneo mío).
Así pues, retomando la desventurada historia del
sensato Tántalo, éste se disponía a preparar su mochila de
excursionista, que había heredado de su padre, para dejar a un lado
aquel lugar que le había vuelto un chico desdichado e infeliz. De
vez en cuando, se veía desbordado por una seca ira y la más
profunda de las rabias, haciéndole crepitar los dientes y extender
los nudillos, aunque finalmente sobresalía el temple y lograba
reprimir las ganas que tenía de acabar con la vida de Banalcordero.
No pidió ayuda a nadie, ni se despidió, esperando el
arrepentimiento de su madre, el cual, por orgullo, nunca hubiera
asomado; dispuso sus pocas pertenencias y al anochecer inició su
nueva vida, a merced de la fortuna que de cada paso de su periplo
fuera acumulando.
Habiéndose visto relegado a la más estricta
pobreza, se vio obligado a olvidarse del mecenazgo de la familia
bretona, más por vergüenza que por modestia, y alejado de la
magullada pero aún bella tez de Beautinfall para evitar la deshonra
que, alguien como él, produciría en el mismo instante en que
pensara siquiera acercarse a tan ilustre jovencita.
Deambulante y hambriento, las doloridas plantas de
los pies dieron fin al viaje en una villa cuyos habitantes eran
afables, pobres y generosos. Lo reconocieron y lo llenaron de besos,
abrazos y elogios, quisieron abordarlo con regalos, comida e incluso
mujeres, pero él regaló de nuevo los obsequios a quienes más los
necesitaban, comió para sobrevivir y luego, dio todo lo demás a
animales abandonados y ancianos enfermos; y agradeció sus buenas
intenciones a las muchachas que oyeron y lloraron las historias que
Tántalo les narraba.
Tan lejos llegaron
aquellos terribles relatos en los que surgía una y otra vez el
nombre de Beautinfall, que éstos llegaron a oídos de la misma, que
habiendo vuelto a su Chateau bretón, lloraba desconsolada
pensando en el pobre castellano y su injusta desdicha. A su vez, este
cúmulo de noticias fue rebotando de un lugar a otro de Europa
Occidental, demostrando que la empatía y la simpatía eran la
asignatura pendiente de la sociedad del Viejo Continente. Al menos de
la gran mayoría, pues viendo la impotencia de la señorita
Beautinfall, un hombre movió hilos en algún lugar recóndito de la
región de Baviera.
Dos días pasó Tántalo
en compañía de sus admiradoras, perdiendo las pocas fuerzas que la
vida le otorgaba, hasta que al fin, se decidió a pedir limosna en
otra población más rica y poblada, donde pudiera comer y vivir sin
aquellos dolores de conciencia, por vivir a costa de las gentes de
aquella humilde villa asturiana.
Librándose múltiples
veces de ser atropellado por algún camión de mercancías y
subiéndose sin pagar en impuntuales trenes, llegó, al fin, a
Madrid, la capital castellana, en la cual se celebraba un
acontecimiento deportivo a nivel internacional. Y debéis estar
pensando "Claro, un partido de fútbol". Pues no. He aquí
que éste es un relato de sorpresas y en este caso, no iba a ser
menos. Topándose por doquier con pelirrojos y ebrios hinchas, o en
su defecto pelirrojos ebrios hinchas que aullaban ininteligibles
cánticos celtas, supuso que la patética selección española de
rugby se enfrentaba a los aguerridos jugadores irlandeses. Chocándose
con unos y otros, Tántalo trató de zafarse de la maloliente zaga de
hooligans, pero éstos parecían creer que en vez de un
vagabundo, se trataba de un melón de rugby (pues todos sabemos, que
ese objeto no puede llamarse balón) y se lo iban pasando de un lado
a otro, hasta que el agotamiento del muchacho y la vomitera de los
green dieron fin al partido.
Horas más tarde, en
medio de la Plaza Real, Tántalo despertó desorientado y,
sorprendido, vio en el suelo un sombrero repleto de monedas y
billetes. Por primera vez en todo el viaje, hizo uso de la razón y
el instinto de supervivencia, recogió el dinero y mendigó por la
misericordia del pueblo madrileño. Estuvo hasta el anochecer, y para
cuando quiso levantarse, coger la limosna e irse, se topó con un
grupo de fornidos germanos que lo invitaron a pasar la noche en una
posada del centro de la capital. Al girar una de las calles
circundantes a la Cibeles, fue abatido por uno de ellos, mientras
otro compañero germano le suministraba un tranquilizante. Lo que
ocurrió con el bueno de Tántalo solo la estatua de la diosa lo
sabe.
Capítulo Cuarto
De cómo Tántalo vuelve
a la vida y nefastas noticias llegan a Beautinfall.
Para no levantar
sospechas, los inteligentes alemanes llevaron el cuerpo de Tántalo a
una tasca transitada y fingieron que habían bebido más de la
cuenta, lo que les daba una buena coartada para explicar el estado
del joven. El dueño del bar llamó a una ambulancia y a la policía,
se llevaron al muchacho inconsciente al hospital y, durante dos
semanas, Tántalo fue alimentado por vía intravenosa y se le mantuvo
en observación, debido a, lo que los médicos llamaron conmoción
cerebral, al observar la confusión que experimentó el chico al
encontrarse en un hospital. Ignoraron por completo como se había
dado el golpe en la cabeza. Aunque claro, ya conociendo a la sanidad
pública del país, estos supusieron que debieron golpearle al entrar
en la ambulancia, o simplemente, bajo el efecto del alcohol había
caído en algún callejón.
Durante el tiempo que
estuvo en el hospital, los alemanes tuvieron ocasión de hacerle un
pasaporte y pedir un permiso de extradición, puesto que un hombre
importante de las tierras germanas demandaba la presencia del
muchacho, en cuanto estuviera recuperado.
Por otro lado, cartas y
mensajes le llegaban a Beautinfall desde Madrid, dándole noticias
desalentadoras sobre el estado de salud de Tántalo. Sus padres veían
impotentes como su hija perdía su juventud y su inocencia en cada
lágrima que derramaba. La culpa le devoraba las entrañas, sintiendo
que había abandonado al pródigo muchacho. Lloraba desconsolada,
refregando sus cálidas lágrimas por entre los folios y folios de
misivas que repetían, una y otra vez, aquel nombre predicador de
desdichas inusitadas.
Cual fue la sorpresa de
los padres bretones, cuando, una buena mañana entraron en la inmensa
habitación de su hija y no la encontraron en ella. Cual fue la
histeria de una madre, al leer la nota escrita, indudablemente, a
mano de Beautinfall, que les informaba, con trémula letra, que
dejaba Bretaña para ir en busca del desgraciado cuerpo de Tántalo,
el cual, creía seguiría inconsciente al llegar a Madrid. Toda buena
madre hubiera hecho lo mismo: desmayarse.
Mientras, a falta de
cuatro días para que la caravana a la que se había unido la
adolescente llegara a Madrid- una caravana de melenudos y felices
hippies-, los ojos de Tántalo vieron la luz, después de tres
semanas de puro descanso. Dos días más tarde, se le dio el alta y
fue llevado a Baviera, ignorando que la bella mujer con la que había
soñado noche y día, iba en su busca y pensaría, al cuarto día de
su viaje, por un malentendido con la enfermera del hospital, que el
muchacho que unos días antes ocupaba la camilla de la habitación
205 les había dejado; que había muerto.
De cómo Fineas se presta
a ser el maestro mentor de Tántalo y la peregrinación de
Beautinfall.
El viaje había sido
agotador y Tántalo, después de tanto tiempo en coma, seguía
estando en un estado de desorientación que le impedía discernir la
realidad de la ficción, cuando el Doctor Fineas, con un aura de
majestuosidad y respeto, apareció ante los ojos del muchacho. La
preocupación se entreveía en su mirada, mas no hizo comentario
alguno que lo corroborara. Se disculpó por la contundencia con la
que lo habían tratado aquellos, a los que se refirió una y otra vez
como, inútiles lacayos.
- Decidme, muy señor
mío. ¿Por qué anheláis mi presencia harapienta en vuestro
ostentoso castillo? ¿Qué sacáis de tener a un marginado social en
vuestro círculo de amistades? -le preguntó, Tántalo, claramente
aturdido y confuso con aquella situación.
- ¡Ay! Joven Tántalo.
Será pues , ¿qué aún ignoráis vuestra sorprendente habilidad
para el uso del sentido común y el raciocinio? -le contestó Fineas.
- No os engañéis, buen
pensador. Pues no habéis visto en que situaciones nefastas me ha
llevado eso a lo que vos llamáis habilidad. Sólo he conocido
miseria y desdicha.
- Recuerdo lo que te ha
llevado a esa situación. Estaba mi persona presente cuando se
desbocaron los acontecimientos ante los ojos atónitos de mis
protectores y yo mismo. Tu pérdida de la habilidad se dio a causa de
tu desesperación; no estabas en armonía contigo mismo ni con el
mundo que te rodeaba. -contestó inapelablemente el erudito germano.
- Entonces, no puedo más
que preguntarme, ¿para que me quiere aquí?
- Quiero que seas mi
aprendiz, mi alumno. Quiero discutir, filosofar, necesito ver hasta
donde te puede llevar tu capacidad. En pocas palabras, te ofrezco mi
protección y mis conocimientos, que seguramente, bien podrás
complementar con los que ya hayas adquirido en tu breve e intensa
vida, fuera de los barrotes de la sociedad hipnotizante y
adormecedora.
Así fue como, desde
aquel día, el servicio del castillo se dio la prisa y se preocupó
de la manera que le había pedido el Doctor para recuperar las
fuerzas físicas y psíquicas de Tántalo, el cual agradecía
abiertamente, día y noche, a unos y a otros, la ayuda que le
prestaban. La servidumbre femenina se convirtió en la madre del
chico, anonadada por las gráciles palabras que de su boca brotaban,
encariñada con la sonrisa que siempre blandía ante su presencia,
todo el mundo hablaba maravillas del nuevo ahijado del Doctor Fineas.
Pasada una semana, el
muchacho se levantó con fuerzas de la cama donde había guardado
reposo y se le informó a su maestro de ello, el cual vio la luz
verde de un semáforo que daba comienzo al aprendizaje de Tántalo.
Lo instruiría en ciencias naturales y en el uso de la diplomacia.
Discutirían de filosofía y le daría cuatro pinceladas en el noble
arte de la escritura y literatura, encaradas a agilizar la capacidad
del muchacho a expresar sus pensamientos y conocimientos sobre el
papel. Todo aquello que un hombre de mundo y de ciencia debía saber,
no sólo por morbosidad académica, sino para su propia
supervivencia, en la jungla de hormigón de la que le separaban los
muros del castillo.
Mientras tanto, por entre
las calles de la capital española, aún algunas personas comentaban
una historia de desdicha y desesperación, dado que oían cada noche
los llantos de una mujer que vagaba desconsolada, la que creían, era
una damisela extranjera cuyas lágrimas derramadas intentaban hacerle
olvidar la marcha a un mundo mejor de su amado, que poco tiempo
atrás, poblaba y residía, como buen compatriota, las mismas tierras
que aquella turba dicharachera.
Beautinfall ignoraba las
vacías palabras de aquellas personas que aprovechaban su desdicha
para sentirse mejor, imploraba la soledad para guardar el mejor luto
posible al, supuestamente, difunto castellano y olvidaba su salud y
su imagen, despreciando a la superficialidad y banalidad humanas, que
le pedían poner buena cara en aquellos oscuros momentos de dolor.
Así fue, como cansada de
la pena y condescendencia de sus allegados, decidió poner rumbo a su
tierra, a pie. Únicamente acompañada de su primo mudo Aieuo, que
permanecía impertérrito ante las peleas de amor de los
pretendientes de Beautinfall, y que en el caso de acercarse
demasiado, los asía por el cuello y los despachaba con hostil
expresión. Sería su protector y confidente, durante el largo
trayecto en peregrinación que les esperaba a ambos. Ignoraron las
protestas de la pseudo-nobleza española y sumida en la soledad de
sus pensamientos, Beautinfall comenzó su viaje de desdicha y
autocompasión.
Capítulo Sexto
De cómo Tántalo
reconstruye su mente. Conversaciones filosóficas.
Una vez familiarizado con
la corte del castillo del Doctor, habiendo recorrido todos los
pasadizos y grutas, explorado las cámaras de tortura y los múltiples
aseos, Tántalo se sentía en concordancia con su entorno, se movía
con agilidad y desparpajo, saludando a unos y a otros, sin dar la
espalda a nadie: había recuperado su antigua energía mental.
Por entonces, Fineas y su
castillo subsistían muy gratamente gracias a las múltiples
financiaciones de los proyectos socio-científicos que llevaba a cabo
el Doctor con la ayuda de la comunidad científica bávara. Se decía
que el nivel de publicaciones que había dado al mundo en campos como
la socio-psicología analítica y la aplicación de la química
cuántica y la termodinámica estadística al conocimiento del
funcionamiento cerebral y celular estaba en el orden de las centenas.
Era, sin duda, un eminente pensador.
Así pues, el astuto
germano se esforzó en enseñar a Tántalo las bases de la mecánica
cuántica, los postulados de la termodinámica y algún vago concepto
de química elemental. No había una gran motivación, por parte del
tutor, en dar estas lecciones que Tántalo veía volar ante sus
sorprendidos ojos. Un día, Tántalo, después de noches y noches
dándole vueltas a dudas que le sobrevenían a la mente, cuando su
mentor le preparaba para ser un eminente científico, interrumpió a
Fineas con la siguiente idea.
- Tengo unas ideas que me
rondan la cabeza. -tosió y pensó bien las palabras que usaría.-
Pero antes, dígame, querido Doktor. Si tan alegremente aceptó
instruirme en estos nobles conocimientos, ¿por qué lo veo tan
desanimado a llevar a cabo esta tan noble función docente? -dijo con
gran elocuencia.
- Oh, querido y ávido
Tántalo. Los conocimientos científicos son efímeros si no se
pueden extrapolar a la burda divagación mental. -se tomó su
tiempo.- Es decir, por más interesante que me parezcan las
ecuaciones y los conceptos teóricos aplicados a la physis, el
hecho de reprimir mi necesidad de llevar estos conocimientos al punto
de vista humano, a la filosofía, me hace aborrecer ser tu profesor.
- Pero eso es...
- Lo sé, es injusto para
t...
-No, no, Doktor. Tiene
razón, quería decir que eso es maravilloso. Dejarse llevar por una
corriente deductiva.
- La vida académica
tiene ciertas limitaciones.
- ¿Limitaciones? Quiere
decir que hay alguien que rige los conocimientos que cada profesor
otorga a sus alumnos.
- No serías tan ingenuo
de pensar que, en una sociedad capitalizada, el conocimiento era
virgen y libre.
- Lo que no entiendo es,
¿por qué no se deja llevar por sus necesidades docentes conmigo?
Olvídese de la vida en la Universidad, esto es su castillo. -se
alargó el momento de tensión causado por la sinceridad
despreocupada de Tántalo.- Discutamos de connotaciones filosóficas
dentro de la física. Hablemos. Habrá tiempo para aprender.
- Acabo de olvidar quien
es el profesor y quien el alumno en esta conversación; me ha
gustado. Has sacado este tema y sé porque lo has hecho. Estuviste
presente cuando me dejé llevar por mis divagaciones ante la
presentación que te hice del mundo cuántico. Te comprendo.
Comprendo tus inquietudes y me alegra que me hayas ayudado a abrir mi
mente. -y el robusto alemán abrazó efusivamente al joven Tántalo.
Capítulo Séptimo
De cómo el castillo
se le torna pequeño a Tántalo. El primer viaje a Islandia.
Conversaciones sobre política.
Nuestro querido
protagonista, pese a la amabilidad y el amor de su anfitrión y
maestro, se sentía oprimido por los muros del castillo germano. Su
necesidad de salir al exterior era tan grande que evadía las miradas
de las sirvientas con total desprecio y su humor se volvió agrio.
En sus pensamientos brotaban sentimientos de indiferencia ante el
mundo que lo rodeaba. Sus ojos mostraban el cansancio de alguien que
vive aporreado por el pasado, amargado por el desamor y enclaustrado
por el conocimiento.
No obstante, Fineas, que
era un hombre sabio, habiendo vivido y aprendido mucho por ello,
encontró la solución para eliminar la desazón del corazón de su
pupilo. Una de las condiciones para hacerse un nombre en el ámbito
científico, sobretodo, en estudios teóricos, era viajar. Ver mundo.
Y qué mejor lugar para viajar que alguno de los países del norte,
Escandinavia. El erudito se llevaría a Tántalo a alguno de los
territorios con más conocimiento concentrado por unidad humana. Por
otro lado, veía que ir a Finlandia, Suecia o Noruega no hubiera sido
del todo bueno para el chico, pues al hecho de que no veían la luz
del sol durante la mayor parte del día, había que añadir, que eran
sociedades relativamente cómodas, que disponían de todos aquellos
recursos que el Estado se podía dar el lujo de ofrecerles. Fineas
pensó, que no había reto filosófico en aquellos gélidos parajes,
pues cada persona recibía incluso más de lo que pedía, y aun así
-pensó el doctor- no podían evitar el alcoholismo.
Así pues, el maestro
convocó a Tántalo y le dio las nuevas, que fueron recibidas con
alegría por el ojeroso muchacho. La idea de visitar un país tan
geográficamente maravilloso como la volcánica isla del norte, con
sus géiseres y sus grandes lagos, glaciares, le entusiasmó. De este
modo, se hicieron los pertinentes preparativos y Tántalo, con la
compañía de su maestro y de dos de los doctorandos del grupo de
investigación del Doktor, puso rumbo a Islandia. En el viaje de ida,
el chico hizo amistad con una veinteañera angloparlante que decía
ser autóctona de Reikjavic, capital islandesa y destino de la
trayectoria que había tomado el vehículo aéreo en el que se
encontraban. La chica parecía buena persona, inteligente, pero
sobretodo, radical. Radical desde el punto de vista del ingenuo de
Tántalo; pues apenas había vivido únicamente unos meses fuera de
España y, dada su juventud, no conocía en exceso el mundo de la
política y menos, de la exterior. En Castilla todo era mucho más
simple, si por simple nos referimos a un claustro de intolerancia
beligerante.
- Dime, chico –habló ella en perfecto inglés centroeuropeo (dícese del único dialecto anglosajón comprensible e inteligible para los habitantes del pequeño territorio que existe fuera de las fronteras de la Gran Bretaña y Estados Unidos)-, dime. ¿Tenéis democracia en España, no es así?
- Eso creo.
- ¿Estás completamente seguro?¿Qué concepto de democracia te suscitaba el mundo que te rodeaba cuando estabas en casa?
- A pesar de que no era el sistema perfecto… -dudó Tántalo. La joven islandesa lo miró con explícita vehemencia- Bien. Lo definiré brevemente. Pseudo-multipartidismo, demagogia, corrupción y mala distribución económica. He aquí el gran “Reino” de Esparto. Pero según Winston Churchill es el peor sistema a excepción de todos los demás que se han llevado a cabo.
- ¿Eso te hacen creer en tu escuela? Me gustaría que vieras lo que hemos hecho en nuestro país para que abrieras los ojos de una vez.
- ¿Qué ocurre en Islandia?
- Quiero que me digas el significado literal de la palabra democracia. –habló ella inquisitivamente.
- Bien, a ver. Creo recordar que es una palabra compuesta por dos expresiones, demos y cracia. La segunda significa ostentación del poder o algo parecido, mientras que la primera equivale al pueblo. Es decir, literalmente, el poder ostentado por el pueblo.
- Pues eso mismo estamos llevando a cabo en la isla helada. Basta de demagogia, basta de corrupción y malas administraciones económicas y basta de subjetividad informativa. Transparencia y autodependencia.
Ante aquellas palabras,
Tántalo quedó gratamente sorprendido y, horas más tarde se
lamentaría de su ingenuidad y aborrecería su tierra por la
facilidad con la que se dejaba controlar por la inercia televisiva.
Pronto llegarían a Islandia y, a pesar de la excitación del momento
con aquella idealista chica, el cansancio hizo su aparición y durmió
plácidamente, mientras, Fineas y los doctorandos seguían hablando
acaloradamente sobre la posibilidad de superar velocidades lumínicas
y las implicaciones teóricas de la existencia del bosón de Higgs.
Capítulo Octavo
De cómo Tántalo sigue
aprendiendo sobre el mundo. Beautinfall sigue su camino, llega a los
Alpes en un estado preocupante.
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