Aquella noche, Numer no podía escribir, había intentado coger el
puntero para continuar su relato, pero le había sido imposible. Su cerebro no
reaccionaba a estímulos, sólo veía pasar frente a él los segundos; veía pasar
frente a él miles de historias, cada cual más surrealista. Las manos se le
agarrotaban al pensar que en cinco horas volvería a su hogar, regresaría a la
cuna de la humanidad. Volvería allí donde jamás había estado: el Sistema Solar.
Numer era el tripulante número 1750 de la nave Recol. Formaba
parte del ejército de la mayor civilización extraterrestre conocida en el
cinturón de asteroides, los seres llamados Serenus (palabra terrestre para
denominar a aquellos que viven con serenidad y tienen la mente abierta). Cómo
debía ser la situación, para que un alma en constante serenidad con ella misma,
perdiera el control y se dejara llevar por las circunstancias. Hacía cinco
décadas que el Astro del Sistema Serenio, es decir, el que contiene a los
Serenus en él, había empezado a necesitar hierro en su manto para que no se
produjera una destructiva súper-nova. Para ello, los Serenus habían dejado de
extraer ese preciado material del Gran Astro. Era tan grande la necesidad del
metálico elemento que se buscaron otros sistemas para explorar (es necesario
saber que en el Sistema Serenio no había grandes satélites metálicos).
Cual fue la decepción al ver que el sistema más cercano estaba a
dos cientos años luz de distancia. Entonces, entró en escena aquello que se
hacía llamar humanidad. Seres serenuiformes, o girando los papeles, pensad en
los Serenus como seres antropomorfos. Seres que llegaron con astronaves que
viajaban a velocidades superlumínicas, o como los Serenus llaman relativas
hiperméricas, de donde se deduce que Numer significa el que no tiene luz propia
o el portador de oscuridad.
Cuatro seres con uniformes protectores y otros dos con uniformes
especiales militares, surgieron de una de las naves y pidieron hablar con el
erudito jefe o el caudillo de la base planetaria. Con toda la calma del mundo,
que en aquel caso era el planeta Sustramer (que en palabras humanas viene a ser
aquello que atrae a la luz), se acercó uno de los Serenus a hablar con los
humanos, lo cual ofendió sobremanera a aquellos que camuflados vestían. Se les
explicó que en aquella civilización no había un líder, sólo tenían a un joven
que sobresalía entre todos los demás, allí todos se ocupaban de aquello que
fuera preciso en cualquier momento; todos eran igual de extraordinarios. El que
estuviera más cerca, el que hiciera desestabilizarse menos al conjunto, era el
apropiado para llevar a cabo el encuentro con los nuevos visitantes.
- ¿Qué tipo de radiación aprovecháis de esa gigante roja? ¿Cómo la
llamáis? – dijo uno de los que llevaban traje protector.
- La llamamos Méresis, la
que nació de la luz y hace nacer la luz en ella. Últimamente, por la tribu se
oyen palabras como Arsin, ángel de la muerte o Reaken, destructora de vida. De
ella aprovechamos todo lo que nos da, tenemos pantallas que envían la energía
provinente de los rayos ultravioleta de 2ª categoría, por todas las infraestructuras
de Sustramer. La contribución más importante de Méresis es la interesante
cantidad de ondas gamma que emite, haciéndonos lo que somos, mutantes
intelectualmente superiores. – respondió el Sirin, es decir, el enviado,
dejando a sus interlocutores boquiabiertos.
Pasaron horas y horas dialogando, preguntándose dudas los unos a
los otros. El Sirin se mantenía audaz y fuerte, mientras que los dos militares
ya empezaban a impacientarse e, incluso, a bostezar para sus adentros; así fue
como volvieron los seis humanos, por instinto de supervivencia, a la nave.
En otra parte del planeta, Numer veía por holograma lo que había
ocurrido con los humanos; él era como cualquier Sirin, únicamente tenía la
peculiar costumbre de escribir aquello que veía o intuía que iba a suceder;
como he dicho antes sólo un Serenus en todo Sustramer era visto como una
especie de Oráculo, ya que, pese a ser una especie superior, los Serenus
provenían de los primeros humanos que habían descubierto el viaje
superlumínico, por lo tanto, no todas las situaciones que se les presentaban a
los Sirin eran accesibles a sus capacidades, por ello, necesitaban a alguien
que les guiara hacia la resolución más constructiva del problema. De ello se
encargaba Merkunsin, que para los humanos sería el Anciano Alado nacido y
dotado por y para la luz. Pese al nombre, no era en absoluto un anciano,
aparentaba una edad post adolescente. Se decía que había surgido de los
primeros rayos de Méresis, vagabundo de la galaxia, portador de sabiduría;
aquel cuya existencia es reconocida gracias a su encuentro con aquellos seres
que se movían más rápido que él; los cuales decidieron, al encontrarlo, serle
fieles y plantar raíces allí donde el Gran Anciano les sugiriera, aquel planeta
que ya conocía de antemano. Así fue como la civilización, poco a poco se fue
asentando y olvidaron los secretos y las necesidades del vuelo superlumínico.
Numer, después de visualizar con detenimiento la larga
conversación de tres horas y cincuenta y cinco minutos terrestres, calibrado
que él ignoraba debido a una de las Grandes diferencias entre los Sirin y los
humanos, se dio cuenta de que todas las preguntas de los nuevos visitantes
habían sido dirigidas hacia el estado de las defensas planetarias, el de las
armas de asedio de la civilización y, sobretodo, las diferencias biológicas de
los Sirin entre ellos, y la riqueza mineral del planeta. Vio ciertas
peculiaridades en aquellas personas, hechos visuales que no le habían sido
explicados previamente por el Gran Anciano, el que le había hablado de aquellos
vecinos galácticos lejanos hace mucho tiempo.
Hubo dado vuelta y un quinto, Sustramer, a sí mismo, cuando la
nave volvió a aterrizar en terreno Sirin de grandes ojos penetrantes. Esta vez,
los cuatro eruditos acudieron solos, sin hombres armados que los escoltaran.
Uno de ellos, posiblemente, el que mostraba menos secuelas de degradación
corporal y mental, no llevaba traje protector y dejaba a relucir una piel
bronceada y una pequeña pulsera en su brazo izquierdo. Jamás hubiera imaginado
que gracias a un detalle tan insignificante y trivial, llegaran a descubrir
tanto de aquellos seres que siempre se mostraban serenos. El Sirin lo señaló,
se le acercó tranquilamente y con una voz que no remarcaba ni enfatizaba,
empezó:
-
Humano…, discúlpame…- fue
interrumpido.
-
Llámame Ken, si…- también
siendo interrumpido.
-
¿Vienes a destruirnos, quizá?
¿Con intención, al menos?- dijo el Sirin sin mostrar sobresalto alguno.
-
¡En absoluto!- gritó Ken
impresionado por el cambio de tono que había tomado la conversación.
-
Pues si así es, que lo veo en
tus ojos, déjame llamarte Nuken, sino serás mal visto por todo Sirin que venga
a recibirte.- explicó el Serenus.
-
No hay problema en ello, si
bien me decís vos el vuestro.- contestó Nuken de inmediato.
-
Mi nombre es Sirin Ulamer, el
que ve la luz con los ojos. – se presentó, aquel ser con aquella mirada tan
penetrante.
-
Bien, Ulamer. ¿Qué me querías
preguntar?
-
Mis ojos no han podido evitar
observar la cinta con símbolos que llevas en la iracada, es decir, en la
extremidad superior izquierda.- puso de manifiesto Ulamer.
-
¿Esto?- exclamó Nuken con
expresión incrédula- ¿Esta baratija de la Tierra? ¿No sabes que es un reloj?
-
¿Reloj? Tiene la misma raíz
léxica que la palabra que usamos para designar a los mecanismos internos de las
antiguas placas meresiales. ¿Es una especie de mecanismo que te da movilidad a
la iracada y te muestra la fuerza que ejerce el músculo lesionado?- preguntó,
dejando a los presentes entre sorprendidos y al borde de un ataque de risa.
-
¡Oh, no! No tiene esa
utilidad. La medicina moderna de la
Tierra no es tan avanzada. Un reloj sirve para indicar en
cada momento la hora, minuto y segundo relativos al movimiento de la Tierra alrededor de su eje
de giro, mientras gira a su vez alrededor del Sol. El tiempo controla el nivel de
vida que llevamos, e incluso en el espacio, debemos seguir el patrón de nuestro
planeta natal.
-
¿Me estás intentando decir,
que esa cinta contiene dígitos que van cambiando en intervalos de Rea de valor
constante? ¿Y qué esos dígitos condicionan vuestro libre albedrío?- preguntó
paulatinamente Ulamer.
-
Dicho así, suena muy
deprimente. La inevitable muerte nos hace cuantificar nuestra vida y nuestros
actos. Conociendo nuestro intervalo de vida, sabemos si hemos aprovechado
nuestro tiempo y cuanto nos queda por aprovechar, de otra manera la
civilización humana no avanzaría. Es tan importante el tiempo, que ha creado,
tras de sí, un aura de superstición, como si tuviéramos que adorarlo como a un
dios.- comentó Nuken.
-
¿Un dios es aquello que
asociáis a la creación de todo?- preguntó el Sirin.
-
Algo así. No te daré
detalles, pues es un tema del que no disfruto hablando. Te diré, respecto al
tiempo, que se tenían en tiempos antiguos, tradiciones, momento en que la Tierra empezaba y acababa
de dar una vuelta alrededor del Sol, en las cuales los individuos dejaban al
azar sus vidas o recurrían a rituales simples para que el tiempo que les
quedaba por recorrer fuera próspero y abundante.- relató Nuken, con la ayuda de
sus, anteriormente, aprendidos conocimientos de la vida en la Tierra.
-
Así que vuestra mortalidad os
condiciona a ordenar vuestras vidas, eso implica que la preocupación por
desperdiciar la vida implique que en cada momento desperdiciéis el tiempo y
ello, os hace crear un sistema arbitrario temporal. Un sistema arbitrario,
reitero, el cual no os hace ver que por mucho que dejéis al azar vuestras
vidas, no serán realizadas, sin esfuerzo de por medio. El miedo a la muerte
hace que desperdiciéis vuestras cortas vidas con simples rituales que no llevan
a nada, mientras podríais disfrutar cada momento de la libertad que os brinda
el libre albedrío. Vuestra vida es como la realidad que vosotros, los humanos,
impregnáis de matices, para hacer pensar que ésta no existe. No es así, la vida
como la verdad, existe, solo hay que saberla ver y sentir en la mente y no con
los ojos.- sentenció Ulamer, con la calma que caracteriza a los de su especie.
Después de tal discurso, los cuatro humanos quedaron tendidos en el suelo, con
intención de levantarse para volver a la nave, cuando el Sirin preguntó:
-
¿Por qué habéis decidido huir
de vuestro planeta?
-
La vida en la Tierra es poco viable, hay
superpoblación y un clima que cada vez roza más la inhabitabilidad. Sólo sirve
para la explotación de metales pesados y uranio, con el peligro que éste último
conlleva. En veinte años, que es lo que se tarda en llegar a la velocidad de la
luz desde aquí, será totalmente despoblado. Los humanos buscamos planetas donde
hacer crecer nuestra civilización. Dime, Sirin. ¿Cómo puedes hablar tan tranquilamente
del tiempo y la muerte sin temerlos a ambos?
-
Debo decirte, nuevo
visitante, que aquellos que vivimos bajo la influencia del Astro Méresis,
nacimos en su día, para no morir jamás. No anhelamos la reproducción, por
suerte; y siempre reina, lo que tú llamas armonía, entre nosotros, ya que no
tenemos palabras para nombrar ni lo dicho ni lo opuesto; puesto que aquí no
existen.
-
No hay nacimiento, no hay
muerte: no hay caos.- dijo la mujer que iba al lado de Nuken.
No hubo necesidad de negociaciones, la necesidad de unos se mezcló
con la de los otros; un mes terrícola después, ciento cincuenta y tres naves
salieron de la órbita de Sustramer, en dirección a la Tierra, a la velocidad de
la luz. En ellas, tres cientos seis Serenus, tres cientos cinco Sirin y Merkunsin,
marchaban de su irradiado Sistema de Méresis hacia otro paraíso radioactivo, la Tierra. Un viaje de
veinte años, en cuyo destino encontrarían un planeta vacío, salvaje, con
especies animales que deberían adaptarse a una nueva, pero no extensa, civilización
extraterrestre. Por el otro lado, en dos meses, Sustramer ya volvía a estar
poblado de nuevo, mucho más poblado. Las naves superlumínicas habían llevado a
miles de terrícolas hacia su nuevo hogar, adaptado previamente, para sobrevivir
a las mortales condiciones radioactivas.
Mientras tanto, el tiempo seguía avanzando, habían pasado veinte
años y allí estaba, en la nave Recol,
Numer, que seguía sin saber que escribir. En aquella nave, también iba
Merkunsin, con el cual fue a hablar.
-
Dime, oh, gran Merkunsin. ¿Qué
me ocurre? ¿Por qué no sé qué escribir?
-
Piensa, mi querido Numer, que
el escritor es aquel que lleva la oscuridad allí donde hay luz. Con su tinta
llenas infinitos puntos del blanco papel de infinitos puntos de oscuridad; tú
decides cual es el siguiente paso y que ocurrirá a continuación. Cierto es que
no conoces el tiempo, pero bien sabes que los hechos tienen un orden de acción,
pero únicamente tú escoges si primero escribes el principio o el final. Escribe
y lo que resulte, será lo que ocurra. Eres el creador de historias, destructor
de mundos.