Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Emprender el vuelo es dar alas a nuestra percepción

Llevo parte de mi vida intentando crear, a partir de mi imaginación, nuevos mundos en espacios desconocidos con la única misión de explotar los recursos que, altruistamente, mi cerebro me prima, para, con un poco de suerte algún día, alguien lea las palabras que de la punta de mi bolígrafo salen.

No obstante, por más experimentada que pueda ser mi mente en imaginar vuelos espaciales, mi cuerpo, hasta la increíble edad terráquea de veintitrés años, jamás había conocido la sensación de sobrevolar la superficie de ningún planeta habitado.

Ahora, puedo decir que la providencia ha sido esquiva conmigo, evitándome llevar a cabo algo maravilloso y revelador. Pues, a pesar de los múltiples riesgos y peligros de compensar la fuerza atractiva que ejerce un cuerpo mayor (la Tierra) sobre nuestras insignificantes existencias, volar debería significar un antes y un después, la transición entre una vida rebosante de ignorancia y el retorno al camino de la luz, el control de la Fuerza, jóvenes padawans.

Me levanté sin ser consciente de que aquel iba a ser mi primer vuelo, aunque no fue debido al cinco que resaltaba mi despertador al arrancarme de las suaves garras de las sábanas de mi cama. Mi única preocupación residía en evitar perderme en las terminales del aeropuerto, preocupación infundada, pues pocas veces la providencia me ha sido contraria en estos casos. Entré en el avión y me fui dando cuenta de la mentalidad cerrada de las personas que me rodeaban. Me olvidé por un momento, miré por la ventana y deseé con todas mis fuerzas, las de un niño pequeño, que el halcón acelerara su marcha y empezara a elevarse. Mi mente revoloteaba excitada como si la de un cachorrillo se tratara. Mientras tanto, unas personas evitaban estar cerca de la ventana, otras se forzaban a dormir y las menos osadas se hacían un ovillo con sus cuerpos y clausuraban sus vías auditivas con los dedos índices de su mano, temiendo el cambio repentino de presión.

He aquí cuando mi fe en la humanidad nuevamente se desvanece, pues al alzar el vuelo, el alado animal me muestra las más hermosas imágenes que jamás hubiera visto (y espero que ninguna chica que se haya mostrado desnuda ante mí se sienta decepcionada ante mi anterior afirmación, son conceptos de dos universos distintos, lo siento). El entramado de las calles de Barcelona, el perfil de la costa catalana, las estratificaciones de nubes que íbamos atravesando a medida que el halcón se elevaba; algo que me llamó mucho la atención al llegar a la costa de Marsella, pues, al adentrarnos en tierra firme, pude ver el crecimiento aleatorio de los bosques de la zona, que reproducían perfectamente la simetría fractal que tanto me conmueve, cual copo de nieve visto en un microscopio. En definitiva, un sinfín de paisajes hormiguescos. Agrupaciones de edificios, el lago Léman custodiado por Ginebra y Lausanne por un lado, los Alpes franceses por el otro. Cordilleras que dieron la estocada final a mi halcón que descendía paulatinamente hacia la pista de aterrizaje del aeropuerto de la ciudad que alberga uno de los más impresionantes aceleradores de partículas del mundo. ¿Qué otra opción podría darme nuevas razones válidas para darme cuenta de la magnificencia de la belleza de aquello que me rodea? Nuestra ignorancia se sustenta en el punto de vista desde el que únicamente nos hemos acostumbrado a mirar. Mas, a partir de ahora, dejaré de dar la espalda a todo aquello que mis antiguos prejuicios se esforzaban en derrocar.

La razón reside en que, a pesar de nuestras limitaciones, siempre debemos estar un paso por delante de nuestros sentidos, pues, muy probablemente, estos estén confabulados con nuestro sentido común -del que algunos están faltos- para hacernos creer cuán ciegos estamos al ver, cuán sordos al oír, cuán mudos al hablar, cuán insensibles al palpar y cuán resfriados al olisquear mierda allí donde no la hay.

Galdor