Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Publicación de mi novela "Una historia más de este mundo"

A mis queridos lectores a los que amo profundamente,

Quizás alguno de vosotros no lo sepáis, pues no me conocíais aún, pero el año pasado, gracias a las circunstancias en las que me encontraba (más tiempo libre, dado que estaba acabando la carrera), escribí una novela que titulé "Una historia más de este mundo", de unas 152 páginas de extensión, que nos hace viajar desde la etapa previa a la guerra civil española hasta nuestros tiempos, viajando con unos entrañables personajes que narran la historia de algunos componentes de una familia que tuvo que emigrar de Almería a Cataluña, por razones económicas.

Ahora, pasados unos meses desde que la acabé y habiendo publicado un libro de relatos en Bubok.com, con inmejorables resultados, me propongo dar a conocer al mundo mi primera novela. Mi idea sería tenerla lista para Sant Jordi (23 abril) e intentar tener un estante en las calles de Vilafranca del Penedés (donde resido) como punto de venta de mis libros (pues si aún tengo ejemplares de mi libro de relatos, quizás haga alguna promoción de 2 libros por un módico precio).

La cuestión reside en la inversión que debo hacer para que tal día pueda cumplir con mis espectativas (que para mi son muy ambiciosas). La suma sube a los 800 euros, dinero que tengo actualmente, pero que me dolería bastante perder. Esta entrada, no es para pedir dinero, que conste. Únicamente me gustaría saber si alguien me ayudaría a difundir mi idea o quienes estaríais dispuestos a comprar mi novela. Sólo quiero hacer una estimación.

En principio, el libro costaría 12 euros, precio que he encontrado bastante bueno, dada la crisis, podría ser un buen regalo para parejas y enamorados de la literatura. Y digo eso, pues, soy un comprador compulsivo de libros y conozco los precios desorbitados de ciertos libros. Me gustaría que me dieráis vuestra opinión sobre mi idea.

PS: Si alguien quisiera leerlo antes que me lo pida, comprendo que en pdf es más pesado y soy partidario de tener los libros físicamente. Si alguien se decidiera a querer diseñar la portada, también es algo que sabría recompensar.

Muchas gracias por vuestra atención,

Santiago Alonso





viernes, 16 de diciembre de 2011

Entrada libre


"Quiero que yazcan nuestros cuerpos, desnudos, mientras el viento ruge fuerte, protegiendo tu suave piel del frío que anhela hacerte estremecer, pero, ignorante de que tiene un digno rival en mi persona."

Pronto un nuevo relato, si el tiempo me aprecia lo suficiente :)

domingo, 11 de diciembre de 2011

Alea (En honor a las musas)


            En numerosas ocasiones, no son nuestros actos los que impulsan nuestra vida, sino, que irremediablemente y sin opción de cambiar la dirección de dicha sucesión, es el transcurso aleatorio de nuestras vidas lo que nos impulsa a llevar a cabo actos que, sin duda, no hubiéramos contemplado enfrascados en el flujo continuo de la rutina. Son esos días inolvidables, esas sensaciones y sentimientos que no puedes, ni debes, reprimir los que te hacen pensar que la mala fortuna de los días oscuros, son meras sombras de recuerdos que únicamente aparecen en los momentos que la vida se ríe de ti. No sabes muy bien que ha ocurrido entre unos y otros sucesos, no entiendes la transición y no ves ningún tipo de ley física o lógica que conecte la realidad número 1 y número 2, distinguiéndolas de la mera ficción.

            La única teoría que tenía él sobre aquella noche, es que los ángeles existían y ella era la muestra viva de ello. Había conocido a la musa que le brindaría inspiración, al menos, un mes más. Tenía los dos ojos más penetrantes y bellos que jamás un ser humano había puesto sobre su línea de visión. Era la bondad personificada y su sonrisa daba buena cuenta de ello. Su dorado cabello realzaba lo mediocre que era el mundo al lado de la existencia de una criatura así. No obstante, no creyó ser digno de tanta belleza. No creyó merecer el privilegio de poder verla de más cerca, de llegarla a besar, fuera del mundo de los sueños. Y no era falta de confianza. En absoluto, pues tenía muy claro cual era su cometido en el mundo y se conocía a sí mismo, lo mínimo para juzgar que era valeroso por su especial manera de ser. Pero, aquella dama era de una realidad paralela en la que, la belleza sobresalía del modo superfluo que tenemos de verla en el mundo actual. No la conocía de nada, pero no pudo llegar a otra conclusión, era un ángel.

            Tuvo la sensación de conocerla de toda la vida, al momento de cruzar dos palabras con ella. Fue la sensación más extraña y, a la vez, gratificante que había experimentado nunca. Si no volvía a saber nada más de ella, al menos, su encuentro había servido para escribir las palabras más penetrantes que pudieran salir de la pluma del hombre. Sólo sabiendo que sus labios y los de ella, por un momento que no debió terminar nunca, habían compartido el mismo punto en el espacio, habían entrelazado sensaciones y desbocado miles de emociones en su corazón. Ni siquiera fue algo esperado, ni siquiera estaba escrito. Únicamente ocurrió y de la manera más surrealista posible, del modo en que ocurren las cosas excepcionales de la vida. Del modo que un minuto destaca entre la infinidad de horas que transcurren en varios años de reclusión y autotoxicidad.

Con toda naturalidad, y viendo el peligro cercano, él le pasó el brazo por la cintura y accedió a las exigencias del guión. La trama debía estar bien trabajada y cada papel era primordial para que no fuera desenmascarada la falacia. Así pues, se dejó llevar, ella aceptó y cerró los ojos, pues ella ya estaba besándolo cariñosamente. Para él, era necesario recordar que aquello no significaba nada, que ni siquiera se conocían. No obstante, el guión siguió exigiendo un dulce sacrificio. Entonces, sus manos se unieron, se miraron, evitando las carcajadas de una situación tan atípica y, mientras entrecruzaban las cabezas, un ardiente beso los unió, en lo que para él fue un sueño infinito que no encontró el momento de terminar. Hubiera sido lo justo no alargarlo tanto, pero la pasión no entiende de tiempo y el beso se alargó sutilmente, mientras las dudas se disipaban en las caras de los depredadores. En mucho tiempo, no había sentido nada semejante. Y después de eso, sin recordar en que momento, sus cuerpos se separaron; al contrario de lo que ocurre cuando uno se habitúa a hacer un camino cada día, él sólo recordaría la suavidad de sus labios, la calidez de su boca, la magia del momento. Del desenlace, ya nada ha quedado retenido en su mente, cual laguna espaciotemporal en su tejido cerebral.

Y es que por más que uno quiera pretender que su vida cambie, por más que uno quiera pretender controlar todos los aspectos de su vida, por más que uno pretenda hacer creer que ya lo tiene todo y que nada le es necesario para estar mejor; siempre sentirá el aliento cercano de las pequeñas grandes sorpresas y los fugaces regalos de la magia de las musas.

jueves, 8 de diciembre de 2011

La fortaleza de hojas y ramas


Rem era un chico ciertamente peculiar. Seguía sus principios, dejándose llevar por un instinto voraz, que penetraba en sus ojos, rasgaba sus neuronas y hacía bullir de impaciencia su inestable cerebro, moviendo rápidamente los músculos que fueran necesarios para llevar a cabo la acción que diera a entender al mundo que lo rodeaba, su indignación.

Así pues, Rem salió del tren dirección a su casa, con la mala fortuna que al cruzarse con un paso de peatones, el coche que se acercaba por la izquierda era conducido por un despreocupado homínido que hablaba por su teléfono móvil. Los ojos de Rem brillaron cual guerrero del espacio en día de luna llena y extendió su brazo en el que cargaba una pelota de béisbol. Todos ya sabéis que ocurrió al momento. La soltó, justo cuando el vehículo pasaba por delante de él, siendo omitida, casualmente, la función de frenar en la distraída mente del conductor. La ventana trasera estalló en mil pedazos (aunque ya sabéis que la mayoría del amorfo material quedo sujeto a la puerta del coche).

Sólo quedaba cruzar un parque y llegaría al parque donde lo esperaba su madre para cenar. Cruzó el paso de peatones, ante la atónita mirada del posible suicida y sin llegar a acelerar su cuerpo, siguió el camino pretendido inicialmente.

Segundos más tarde, el malhumorado y obeso conductor, corrió extasiado en dirección al parque, donde reinaba el más absoluto silencio. Vio a Rem y corrió hacia él, hasta alcanzarlo. En que estabas pensando, dijo aquella bola de grasa. Acaso no ve lo que ha hecho, recibió tales palabras de Rem, cuyo resultado fue una expresión de incertidumbre e ira. Maldito mocoso, maldito mocoso, dime dónde vives, granuja./ Vivo hacia allí, contestó el muchacho, pruebe en los cuatrocientos cincuenta timbres y, vigile. Muchos de mis vecinos no soportan las intromisiones./ Así pues, no volverás a casa esta noche, por lo que veo. / Supongo que usted tampoco tiene prisa./ Así es. Y el tiempo pasó...

Hasta que el teléfono móvil de Rem vibró en el bolsillo de su pantalón, haciéndole llevar su mano al interior de donde salió con un pequeño dispositivo arañado. Era su madre que preguntaba por su hora de llegada. Éste le contestó que llegaría un poco más tarde de lo normal, a causa de una avería en el tren. Esas palabras enloquecieron al mal conductor que alargó las manos hacia el teléfono del chico. Dame eso, gritaba. Se zarandeaban a causa de sendas fuerzas y el dedo de Rem logró dar por cerrada la llamada. No obstante, la mirada del hombre rugió y el temor hizo debilitarse las fuerzas que Rem ejercía sobre el móvil. Al momento, el ancho ser humano hizo girar sus puños en círculos concéntricos y soltó a gran velocidad el pequeño aparato. El teléfono estalló en el suelo.

Ya estará usted contento, dijo el adolescente, ha logrado arrebatarme un viejo trasto inútil (que estaba a punto de cambiar por otro, gratuitamente) y destrozarlo ante la inapelable mirada de los árboles que nos rodean. Bravo. Mientras usted se ha preocupado por algo material, su coche ha sido desguazado en medio de la calle y, lo más decepcionante de todo: no ha parado a pensar la atrocidad que hubiera podido hacer conduciendo como lo hacía. Es usted un monstruo, dijo mientras se alejaba; dejando al hombre con la mirada llena de temor ante la furtiva observación de la que era víctima por parte de los ojos que habían aparecido en la corteza de aquellos árboles.

martes, 6 de diciembre de 2011

La caricia de los años


Después de un duro día de trabajo y tediosos encargos, Dors sólo pensaba en llegar a casa, quitarse los zapatos, el sujetador y tumbarse en el sofá. No quería que nada ni nadie se interpusiera entre ella y su merecido descanso. No obstante, al cruzar la puerta de su apartamento, se encontró con el suelo lleno de pétalos de rosa y, encontró a Jules tumbado semidesnudo en el sofá en el que tanto anhelaba reposar. Al verla llegar, con un exceso de seguridad en sí mismo, el hombre pensó que la reacción lógica ante tanta sensualidad sería el inminente acercamiento de ella. Mas no fue así.

- ¿Qué coño haces en mi casa, Jules? -dijo malhumorada Dors- ¿Quieres hacer el favor de vestirte y largarte? No estoy de humor y tus allanamientos de morada me ponen de los nervios.
- Pensé que te gustaría mi regalo de cumpleaños, puesto que mañana cumples treinta años. -contestó él impertérrito.
- ¡Sólo necesitaba que alguien me recordara que me hago vieja! Y después de un día tan duro...
- Querida... -se levantó del sofá- Reláj...
-¡Cállate! No me llames así y no me digas que me relaje, idiota. -Dors estaba realmente cabreada.- Te he dicho que te vayas. ¿Por qué sigues en mi sofá?
- Tengo un problema. -dijo él, ignorando el estado de ira ascendente de la mujer.- Hoy no puedo volver a casa, ya sabes que a estas horas no hay taxis por esta zona.
- ¡Serás gilipollas! Haz lo que quieras, pero sal de mi sofá. Duerme en mi cama, duerme en el suelo, duerme en el balcón, pero que no te vea. No te quiero ver. Sólo necesito tumbarme en mi sofá y quizás, ir al baño. Mañana te quiero fuera de mi casa.
-Sí, quer... -y no le dio tiempo a acabar la palabra, pues Dors le asestó tamaño puñetazo en la cara, dejándolo aturdido durante unos segundos.

Después de esa escena de ira contenida, Dors vio salir de la sala de estar, escopeteado a Jules, que se metió en la habitación de ésta para dormir sin hacer ruido alguno. Dors no podía soportarlo, su maldito exnovio francés(¿En qué momento había decidido salir con una lapa francesa?). Siempre tan galanes y sofisticados, sumisos y detallistas. No temía una violenta reacción, pues era un nenaza y un calzonazos, pero aun y así, no soportaba sus insistentes detalles de sensualidad y pasión.

Dejó caer su cuerpo sobre la aterciopelada textura del sofá, mientras instintivamente, un pie descalzando al otro, haciendo volar por los aires los carísimos zapatos con cuatro centímetros de tacón que amenazaban con destrozar su columna vertebral cualquier día. Sintió la opresión del sujetador al caer en el cómodo mueble tapizado y con un movimiento de maestría se deshizo de él. Acto seguido se acarició los pechos para comprobar que seguían intactos y sobreponerlos a un día de encierro forzado. Seguían siendo hermosos y suaves. No reprimió el instinto de acariciar aquellas hermosas aureolas que ponían fin a su cuerpo en aquella dirección. Eso la relajó y se sumió en un dulce sueño. Su cuerpo y su alma estaban en harmonía al fin.

El sueño no duró mucho, pues la vejiga le reclamaba con insistencia que la dejara salir y puso rumbo al baño. Jules tenía la puerta abierta de la habitación y, instintivamente, abrió los ojos al oír que Dors se acercaba. Al verla con los pechos desnudos, éste se levantó gritando:

-Mon amour....

Y mientras él se aproximaba corriendo, Dors aferró el pomo de la puerta de su dormitorio, y con destreza y agilidad, le postró la puerta en las narices, haciendo que Jules se pillara los dedos con el marco. El francés dio grititos de dolor amortiguados por la pared que los separaba y entendió el significado de los actos de la chica hacia él. Mientras tanto,  Dors fue al baño y sintió la necesidad de sumirse bajo las cálidas gotas de agua con las que se rociaría bajo la ducha.

No sabía muy bien la razón, pero aquella sádica escena y la nostalgia producida por su inminente aniversario, habían producido en ella una sensación de ternura, de calidez bajo sus ropas que no tardó en desestabilizar los pensamientos de Dors. Ya no era ella, su mente había viajado y notaba como las gotas de agua se convertían en unas manos que descendían temblorosas, acariciando la tersa piel de su cuello, descendiendo por entre sus pechos apretados por un top blanco, ajustado, con un escote exuberante, un busto adolescente, liso y turgente; en otras palabras, provocador. La ducha lo empapaba y sus sonrosados pezones luchaban por atravesar la fina tela. Las manos siguieron su camino; el vientre, jugando con sus curvas. Tenía diez y siete años y la inseguridad virginal de ambos le excitaba, notaba como unos dedos exploraban la novedad de los labios femeninos, con curiosidad y asombro. Y el agua seguía jugueteando.

Aquellos recuerdos se desbocaron y tal cual sus manos se enredaban entre su cabello enjabonado, descendieron acariciando cada uno de los milímetros cuadrados de seda de su cuerpo, haciéndole perder la vista y enloqueciendo sus manos que se convirtieron en el más fiel juguete sexual de una chiquilla de trece años que aprendía en el orfanato a conocer su cuerpo. Un cuerpo que cambiaba, que ardía por dentro. Las lecciones que había oído de las mayores, libros prohibidos, pensamientos impuros, todo servía para aprender a amarse. Y su verdadera yo, lanzó un rugido. Sólo quería seguir teniendo aquella sensación de vértigo constante, mientras las feromonas seguían usándola de títere para sus oscuras y ardientes fechorías. La función acababa de empezar.

Así era la locura del placer, así lo vivía y así debía ser, por más que la represión luche contra los más puros instintos de nuestra naturaleza. Tumbada en la bañera, semiconsciente, jadeante y aturdida, su posición y postura entraron en harmonía con la trayectoria del rayito de agua tibia, que golpeaba suavemente su pubis. Y de nuevo, se vio con una pequeña lengua entre sus piernas que amenazaba con invadir su clítoris, húmedo y excitado. Sus piernas se aferraban a la cabeza de él. Se aferraban y lo oprimían, impidiéndole respirar mientras se dedicaba en cuerpo y alma al placer de aquella mujer de veintidós años. Nunca podría olvidar la juguetona lengua de aquel chico, zigzagueante ante los labios, usando movimientos penetrantes, haciendo enloquecer a sus victimas con total majestuosidad y diplomacia. Dors no recordaba el nombre de ninguno de ellos, pero todos eran extraordinarios; a todos los amaba, por haberla hecho sentir especial. Sin tiempo para llegar al éxtasis, con intención de agarrarse la cabeza y zarandeársela contra el fondo de la bañera del placer, se topó con los geles de baño, los cuales se derramaron por encima de ella.

Primero pensó en las rápidas eyaculaciones de Jules, pero luego, gracias a su maravillosa nueva capacidad de viajar en el tiempo y a los dulces aromas que monopolizaban su capacidad olfativa, Dors se vio recubierta de una fina capa de chocolate y sintió las cálidas lenguas de dos compañeros de laboratorio que recorrían su firme vientre de veintisiete años. Aquello si que era un regalo de cumpleaños. Y el contraste del frío del helado de fresa, justo antes de que este fuera devorado por sus amantes. Dors adoraba su sexualidad, adoraba el placer y la vida. Había olvidado que la habían despedido del trabajo. Y únicamente echaría de menos la pasión con la que la habían tratado, el altruismo por dar y recibir caricias de sus novios y amantes científicos. Pudiera parecer algo excéntricos, pero conocían muy bien como tratar a una dama. En cambio, no entendía que había visto en Jules. Un atractivo y un mujeriego. Incapaz de controlarse, incapaz de darse al placer de las mujeres.

Dors había sufrido la mejor experiencia sexual de su vida. Extasiada y confusa cerró el grifo y dejó que las últimas gotas recorrieran su espalda. Salió y buscó el interruptor, pues parecía todo oscuro. Al momento se dio cuenta que le era imposible abrir los ojos, pues el placer seguía dentro de ella. ¿Era el mejor orgasmo de su vida?- Pudiera mejorarse -pensó. Aún estaba a tiempo.

Salió del baño desnuda y ligeramente mojada a causa del agua que se deslizaba por sus cabellos. Abrió la puerta de su habitación sabiendo que Jules había oído sus gemidos previamente. Sabía que éste temería un nuevo derechazo si intentaba siquiera moverse. Así pues, conociendo lo que conocía de él, y cuan excitable era el subconsciente del hombre, Dors acercó sus turgente pechos a la cara del francés y se los pasó por encima de todo el cuerpo. Luego, decidida a llevar a cabo su venganza, levanto el cubrecama y se metió en ella. Esperó a que él despertara.

- Buenos días, querido. -le susurró.- ¿Me has echado de menos? Espero no haberte hecho sufrir mucho...

Ante la mirada atónita de Jules, Dors metió la mano en su paquete y con cierto asco, añadió:

-Es una pena que tú ya hayas acabado.

Y Dors murió de placer.