Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

martes, 18 de septiembre de 2012

Birdo el Juglar (II)


            Birdo tenía un día de perros. Se había levantado debido a la creciente violencia del viento que golpeaba los tablones de las ventanas de su hogar. Desperezándose, torciose el tobillo al apoyar mal el pie en el imperfecto suelo, abriendo ampliamente la boca, una simpática abeja penetró en ella, haciendo que su zumbido permaneciera durante toda la jornada haciendo temblar el tímpano del chico y, finalmente, un estornudo desgarrante, le hizo tragarse la abeja, mientras un reguero de sangre fluía de su nariz, debido a un capilar nasal desgastado.
            No obstante, decidió salir de casa, pues tenía claro que un gran mal le esperaba entre aquellas cuatro paredes si no desaparecía al instante. Además, Birdo era conocido por todo el reino, como el mejor juglar habido y por haber, con una mágica habilidad para encandilar a las más bellas y ricas damiselas.
            Su presencia era lamentable, pero su deleznable estado lo hacía proclive a obtener la lastima de las muchachas. A pesar de su inesperada fortuna, por el camino, aún tuvo que soportar el sadismo de unos compañeros de la corte que le estrujaban el hocico, riendo de las expresiones de dolor de Birdo. En ese instante, Marlia se acercó sigilosamente al grupo, y con un basto, como el de los naipes, agarrado con la fuerza de ambas manos, arremetió sobre los rufianes, que huyeron heridos, desgarrando las ropas de la chica, que ante tal situación se abrazó al frágil cuerpo de Birdo.
            Los tumultuosos pechos de Marlia se clavaron entre las costillas del muchacho y éste no pudo esconder su rubor, entre un seguido de cosas que tampoco pudo evadir. A pesar de su enredado pelo y su apariencia pordiosera, Birdo pudo apreciar que en la corta distancia, la chica olía a canela. Dulce, irresistible y atrevida. Se aferró fuerte a la dócil criatura; el escote de ella se le acercó a escasos centímetros de su cuello, él con su erección clavándose entre las piernas de ella, dejó ir un profundo suspiro, mientras notaba que la mirada se le perdía entre una niebla densa de lujuriosa pasión.
            En las pupilas de Marlia se dibujaron las llamas del infierno, la tez aterciopelada de sus mejillas se desdibujaron en una mueca de malicia y, con la determinación del mismísimo Lucifer, la fogosidad personificada se llevó del brazo al encantado Birdo, que veía turbiamente como lo lanzaban sobre el pajar de una vieja granja sin techo.
            Ferozmente, las uñas de Marlia dibujaron una parábola en dirección a las ropas del joven juglar, que vio como quedaba al descubierto su fuerte torso, repleto de cicatrices, encima del cual, tantas princesas habían yacido extasiadas. La campesina aferró sus fuertes manos sobre los hombros del muchacho y, prácticamente desnuda, pues había destrozado por completo su vestido, frotó sus nalgas sobre el abultado paquete de Birdo, que amenazaba con destrozar la tela de sus ropajes de trovador. La lengua de una fría cobra dibujaba intermitentes eses sobre la piel del cuello de Birdo; el control mental de Marlia sobre su admirado juglar era completo.
            Entorpecido por el fatal maleficio, los dedos del muchacho se entrelazaron con los entrópicos mechones de su extasiante amante, acercando sus labios para morderlos con penetrantes y desgarradores mordiscos, para besarlos con la furia de un dragón, blandiendo su arma de feroces llamaradas. Una cálida humedad inundó las enaguas de Marlia. Fueron desgarradas al instante. Sus cuerpos se fundieron, ignorando las punzantes hojas de trigo que los rodeaban. El pene de Birdo invadió los labios inferiores de la muchacha que enarcó la espalda, mientras sus ojos se perdían más allá de las nubes que, amenazantes, descargaban sobre ellos un frío e intenso aguacero. Sus miradas se iluminaban ante el refulgir de los lejanos relámpagos. El clima era la viva imagen de la partitura rítmica dibujada por los dos cuerpos. Mientras los truenos marcaban unas atenuadas corcheras, a medida que la intensidad del coito iba in crescendo, la lluvia percutía sobre la piel, haciendo el doble bombo con total precisión. A su vez, los arpegios de la voz de Marlia amenizaban la escena piro-musical.
            La sonata llamó la atención de los pueblerinos y de sus animales de granja. Validos, berridos, aúllos, rebuznos completaban el pacto carnal. Las escopetas cargadas de los cazadores lanzaban perdigones al compás del éxtasis. Dos cuerpos marchitos durmieron entre sangre, sudor y paja.
            Al amanecer, las marcas de las uñas de Marlia aún eran visibles en la espalda de Birdo; el chico tenía el cuerpo plagado de arañazos, mordiscos, moratones y coágulos. Parecía como si el mismísimo Lucifer hubiera yacido aquella noche con él. Y no pudo más que sonrojarse y soportar el escalofrío penetrante que le vino al comprender que así pudiera haber sido.