Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

lunes, 25 de marzo de 2013

Ensayo de ensayo, Opinión


Semanas atrás, desde que empecé a leer lo que para mí es la obra maestra de Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, vengo anonadado, sentado en los incómodos asientos de los trenes, dándome cuenta de cuan avanzados eran los pensamientos de un hombre, que sería difamado de nihilista y viejo sifilítico por aquellos que temían su filosofía; de cuyas malas artes, en su obra, ya nos intenta advertir. Comprendo que su Genealogía de la Moral y su Anticristo, dieran cierto respeto a la gran masa conservadora, mas, al no verme involucrado en dicha biomasa, decidí darle una oportunidad a uno de los grandes pensadores del siglo XIX. En definitiva, creo haber encontrado en la Biblia de Zaratustra el pretexto para considerar la opción de añadir al filósofo alemán a la lista de autores que hacen que, un servidor, esté orgulloso de ser un humano pensante. Véase, Isaac Asimov, Voltaire, Fedor Dostoievski.
Así bien, sabiéndome inmaduro en muchos aspectos de la vida, reconozco no haber aplicado en la mayoría de ellos mi mejor potencial faceta, de la cual espero estar a la altura algún día. Por lo que, intentando llevar a cabo algo que a tantos les cuesta, que es el simple hecho de cambiar de conducta. Pero a un cambio en la práctica vengo a referirme, pues son muchos los que leen, muchos los que teorizan y muchos los que se vanaglorian de sus mentes pensantes, ignorantes de sus cientos de contradicciones vitales. Finalmente, he logrado ver la dificultad que conlleva deshacerse de las antiguas manías y prejuicios.
Después de esta introducción verborreica y llena de los típicos tópicos de aquellos que intentamos hacernos los interesantes con el uso de la palabra escrita, os estaréis preguntando si mis palabras son pura paja que rueda por el desierto, o bien, hay algo más allá de tanta palabrería. Pues dejaré de andarme por las ramas y os abriré una parte de mí, de la cual muchos ya sois semi-conocedores.
Si de alguna cosa siempre me he jactado, por mayor o menor cantidad, es de ser una persona cándida, gustosa de ser cariñosa y de ese tipo de persona que a sus espaldas ríen “de lo bueno que es, es tonto”. Y aún así, creo que esas personas no eran conscientes de lo erradas que estaban. Es cierto que hay personas con tendencia a querer agradar, que a primera vista, se muestran dóciles y voluntarias a cargar sobres sus espaldas los problemas emocionales de los que les rodean. No obstante, en ese proceso, nace un monstruo. Esconder la maldad en un fino velo de bondad, hace que las víctimas de dicha maldad se sientan confusas. Reacción de las cuales suele ser más enérgica que en el caso de la no existencia de dicha bondad. Hablando en plata: el ser humano debe ser egoísta para su propia supervivencia, los instintos primarios afloran más rápidamente cuando más se intentan esconder. ¿Qué ocurre al final? Que los bondadosos llevan a cabo sus acciones apoyándose en la bondad que "altruistamente" han otorgado. Darán por supuesto, al fin y al cabo, que muy a pesar de las víctimas de su egoísmo, la balanza se equilibra, por lo que, nadie deberá mostrarse contrariado. Mas, es todo lo contrario. El inesperado giro de los acontecimientos y la irreverente actitud del bondadoso, chocan con la visión idealizada que tienen los demás de ellos. En definitiva, aumenta la desconfianza, los recelos debidos a la falta de sinceridad de aquel que un día dijo ser portador del bien ajeno. Por lo tanto, es mejor pedir sinceridad y consejo, que cargar nuestros problemas en endebles y pretenciosas muletas.
Pero, evidentemente, nos encontramos en el camino todo tipo de sinceridades, de las cuales debemos aprender a filtrar las benignas de las cancerígenas. ¿Por el bien de quién? Por el nuestro propio, en principio, y por el de las lenguas venenosas, pues nadie está libre de caer en la tentación de elevar su ego por encima de los demás. Así pues, debemos ser cautos con aquellos cuya inseguridad los lleva a apoyarse sobre la humillación ajena para evadirse de su propia auto-humillación. No obstante, debemos ser tajantemente concisos y directos con aquellos cuyos prejuicios nos dejan en una posición por debajo de la real. Sin tapujos y sin dejarnos llevar por el orgullo. Sin caer en la tentación de humillar, pues estaríamos entrando, en el juego reptiliano de aquellos de los que es mejor evadirse. El problema reside en diferenciar nuestros actos de la petulancia. En conclusión, es necesario que, primero, sepamos lo suficiente de nosotros mismos, segundo, aceptemos nuestras puntos débiles y, finalmente, aprendamos a diferenciar entre ser presuntuosos y ser justos para con nosotros mismos. No debemos dejar pisotearnos para favorecer la seguridad de los demás. Todos debemos hacer un trabajo de aceptación de nuestras limitaciones y mirar por superarlas. La vida es una batalla continua con uno mismo; no dejemos que otros se unan al bando enemigo.
Por último, y por lo tanto, aquello que tanto me ha costado ver, es que definitivamente, el peor castigo que podemos darnos a nosotros mismos reside en la indulgencia. No podemos dejar que las continuas inclemencias de la vida nos den la potestad de quitarnos las imposiciones que nos llevarán, un día u otro, a ser diamantes. En nuestra propia naturaleza, reside una competitividad que borda la psicosis. Nuestras vidas se rigen por objetivos, tanto a corto como a largo plazo. Evitar la psicosis consiste, nuevamente, en entender, conocer, explorar nuestra naturaleza individual. ¿A qué me refiero? Bien, se da el caso en que muchos de nosotros, entre los que yo me encuentro, tendemos a apoyarnos en un cúmulo de infortunios para darle la espalda a ciertas obligaciones u objetivos vitales. Apelamos a los placeres y, caemos en las profundidades de la decepción. Por el otro lado, encontramos personas que, incapaces de asimilar su ritmo vital, esperan una evolución rápida de algo que no está, todavía, a su alcance. Efectivamente, existen personas que, dada su gran capacidad intelectual o técnica, son capaces de extraer, en forma de ecuaciones o de notas musicales, la naturaleza de la physis y las mejores melodías de las cuerdas de una guitarra. No obstante, no podemos caer ante este otro tipo de desesperación si nosotros no somos capaces de ello. El equilibrio existe y la clave reside en la convivencia real con nuestra propia conciencia.
Por lo tanto, en conclusión, me gustaría acabar diciendo que, para mi grata sorpresa, durante los últimos meses ya he tenido a personas que me han guiado a entender mejor muchos de los puntos de los que hoy hablo. Es triste que el catalizador haya sido un libro, pues siempre soy yo el que se queja de que mis palabras se las lleva el viento, a la hora de dar consejos. No obstante, doy gracias por haber entendido mejor algo, que espero me haga mejor persona (y si lo comparto con vosotros, por algo será). Seamos sinceros con nosotros mismos, quitémonos la venda de los ojos. Actuemos en consecuencia y miremos a los demás de igual a igual. Olvidemos las inseguridades, evitemos la auto-indulgencia y la auto-condescendencia. Evitemos a aquellos que nos utilizan y arranquemos la mano que se alimenta de nuestras debilidades. Comprémonos un billete al mundo real y olvidémonos de los viejos demonios que, sin duda, no residen en otros que no seamos nosotros mismos.