Dando mis primeros pasos en el
fascinante mundo de la química, aprovechando uno de los pocos momentos de
tranquilidad espiritual que me brinda... Perdón, que me permito yo, a mí mismo,
me atrevo a analizar que hay de mito y que de verdad cuando uno habla y piensa
en ciencia.
El científico, también conocido
como parásito de ideas, es un espécimen de la más huraña familia de los piojos
absorbe-cerebros que únicamente se ha quedado con la mejor parte de la
naturaleza humana: el egoísmo, la vanidad y el orgullo.
¿Quieres ser científico? Léete el
trabajo de otro, analiza los puntos débiles de su teoría, propón un nuevo
enfoque infinitesimal y encabezónate en ver que todos los resultados obtenidos
corroboran tu novedosa idea. ¿Cuál es la diferencia entre un demócrata y un
científico? Ninguna, pues ambos hacen uso de la demagogia cuando las cosas se
tuercen. ¿De quién huye realmente Drácula, cuando se siente amenazado por una
muchedumbre encolerizada? Del científico del pueblo, pues es el que tiene más
experiencia clavando estacas a traición.
Bromas a parte, y disculpándome
ante mis, por ahora, compañeros no corruptos (y que así siga), he de decir que
somos una especia capaz de ofrecer el mismo trabajo a dos becarios, con la
esperanza de aprender de la naturaleza, con la condición que el primero en
llevar a buen puerto la investigación se llevará parte de la fama (¿Quién sino nosotros para
llevarnos la mayor parte?) y la totalidad del dinero subvencionado (¡Del
Estado, por supuesto!), por lo que uno de ellos habrá perdido unos años
maravillosos de su enclaustrada vida. Claro que, sería muy ingenuo por mi
parte, que este punto fuera el que haya sorprendido de manera alguna a mi joven
corazón, pues ya se sabe que cualquier unión con el capitalismo nos lleva a
estos extremos.
Por lo tanto, habréis descubierto
que algo me ha decepcionado y, evidentemente, no tiene nada que ver con el
escueto sueldo que me espera después de casi dos décadas de estudiar sin parar.
Esto es España, señores. Así pues, os hablaré de las atrocidades provocadas por
el proceso de publicación científica; un mundo de arenas movedizas, en el cual
sólo esperas que la comunidad no se ría de ti, mientras usan tus artículos como
papel higiénico.
Supongamos pues, (ojo con usar
esta palabra ante un catedrático) que una farmacéutica encuentra una molécula
capaz de catalizar la destrucción de células mutadas sin efectos secundarios en
el organismo humano, pero que el rendimiento de la reacción del proceso es ínfimo.
El hecho es tan extraordinario que al jefe del servicio científico de la
empresa le es otorgado el Premio Nobel de Química. Unos años más tarde, cuando
el farmacéutico ya se ha gastado el millón de euros del galardón, llega un
químico de verdad, a poder ser un químico no analítico, y estudia el efecto de
una variedad de catalizadores parecidos a la molécula patentada y premiada con
el Nobel, con el mismo objetivo de curar el cáncer de manera inocua. Los
acontecimientos que se narrarán a continuación, puede que hieran la
sensibilidad de algunos lectores, a los que ruego sepan disculparme.
El químico, con la ayuda de sus
conocimientos teóricos y sabiéndose desenvolver en el laboratorio, tras años de
investigación consigue encontrar un mecanismo con un rendimiento del setenta
por ciento (mayor que el de la producción de aspirina). Publicará un artículo
para cada uno de los compuestos estudiados, llevándose grandes cantidades de
dinero por su buena labor investigadora y por sus infructuosos trabajos, a
parte de varios premios por su flagrante descubrimiento, entre los que se
encontrarán, el Premio Nobel de Medicina, el de Química e, incluso, el de la
Paz, por su labor desinteresada en la ayuda contra las enfermedades que
provocan más guerras en el mundo (desinteresada, hasta que alguna farmacéutica
lo soborné, evidentemente).
Y aquí no acaba todo, pues la
empresa farmacéutica contratará a becarios (¿He dicho contratará? Ya no se lo
que digo) salidos de un master de química teórica para que, tutorados por el excelentísimo
Premio Nobel de la empresa, estudien el mecanismo de la reacción propuesta
experimentalmente por el otro flagrante Premio Nobel desinteresado, incapaz de
conocer, con las herramientas de laboratorio, el camino de reacción que llevará
a cabo el fármaco durante el proceso bioquímico. He aquí que seguiremos dando
dinero para más publicaciones y quien sabe si no se entregan más Premios Nobel,
mientras la población mundial sigue muriendo de cáncer. Todo esto sin contar
las decenas de publicaciones que se habrán orientado, única y exclusivamente, a
destrozar y mutilar las teorías refutadas por las nuevas demostraciones,
mientras los padres de dichas teorías son públicamente humillados por la
cobarde y dogmática comunidad científica.
Así pues, dejando a un lado el
rencor y concluyendo, al fin, me gustaría que de hoy en adelante tuvierais más
cuidado al desear el aumento de las inversiones del Estado en ciencia, pues
sería como volver a invertir en la construcción, como antaño, meterse en
asuntos de corrupción. Mejor pidamos mejores servicios y, sobretodo, una mejor
educación para que los futuros científicos me hagan quedar mal, siendo fieles a
los principios de humildad, colaboración y deCIENCIA.
Lord Galdor