Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

martes, 27 de mayo de 2014

Historias de Eriland. Tercera parte (Iron Maiden)


El jolgorio y el movimiento de mujeres, de un lado a otro, no pasó inadvertido para Erilord, el mago de la comarca y hechicero personal del Rey. Al salir de sus aposentos, sintió un sabor tórrido en el paladar. Se adentró en los pasillos reales, se introdujo por un tiempo por los entresijos del espacio vectorial imaginario (regido por la famosa raiz de menos uno) y apareció de la nada, en la estancia contigua al dormitorio de la reina. Allí estaba su secuaz, Irbio, un ser de terroríficas facciones, con un aliento cien veces más pestilente que las pócimas con las que trabajaba.

- Milord, qué alegría veros. Estamos quedándonos sin gónadas de ornitorrinco.
- Eso ahora poco importa, mi fiel y fétido amigo.
- Me halagáis con vuestra diplomática lengua, como hacéis siempre, milord.
- Dejémonos de absurdas conversaciones, al grano. ¿Menudo revuelo se cierne alrededor del cuarto de nuestra señora? Y justo en ausencia de nuestro amado rey Erithor.
- Sí, soy consciente, cuántas deliciosas y contoneantes damas. - intentó evitar babear, sin demasiada suerte - ¿Qué problema tenéis?
- Ninguno, aunque el aburrimiento en el castillo es algo, como sabréis, que me embriaga en ocasiones y, con lo que no le gusta – a mí merced – lidiar.
- Ciertamente.
- ¿Seguimos teniendo jugo agridulce de anisóptera?
- ¿Ese mejunje de libélulas disueltas?
- Eso mismo os acabo de decir.
- Tenemos existencias, en efecto. Si no es muy grande mi indiscreción, ¿para qué la queréis, señor Erilord?
- Lo entenderéis en breves momentos. Coged el frasco.

En el justo momento en que el terrible personaje hacía lo que le habían mandado, el mago lo agarró de la parte trasera de la túnica y lo arrastró, en dirección al famoso pasillo real. Se volvieron a adentrar en el mundo imaginario (usar puertas era un fastídio) y, le rompió el botellín encima de la cabeza. El jugo tardaba poco en hacer efecto. Cuando aparecieron en la habitación de la reina, Irbio se había convertido en un dragón de gran agilidad, de dos metros y medio de alto, con una cola el doble de larga.

- ¡Feliz cumpleaños, su Majestad! - gritó con gran gravedad el mago, al aparecer ante la monarca. - Os he traído un amigo para que conozca a vuestras amiguitas.
- ¡Erilord, os habéis vuelto loco!

Mientras tanto, la férrea cola de Irbio transformado iba tras las hermosas compañeras de la reina y concubinas del rey (era de todos sabido). Las rodeaba y se regodeaba de su enorme extremidad. Era todo un espectáculo. No obstante, cansado de la bochornosa imagen que estaba dando, su superior abrió sus fauces y, de la nada, escupió diez bolutas de fuego, que fueron a parar a la entrepierna del enorme dragón.

- Voy recordando... -habló despreocupadamente el hechicero - … porqué me sabía a carbonilla la boca.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Historias de Eriland. Segunda Parte. (Música: Blue Oyster Cult)


Mientras tanto, la Reina Erithia seguía en la cama. Su esposo había salido escopeteado del castillo, sin darle ninguna explicación, como de costumbre. Hizo llamar a su dama de los chismorreos. Ésta le contó que, se decía por el reino que su marido se dedicaba a desflorar a las hijas de sus lacayos.

- Traedme la pipa, Juliana. Llamad a mis cortesanas.
- Como guste, mi reina.
- Déjate de cortesías, amiga, hoy es tu día de suerte.

La cara de la mujer fue de completa incredulidad. De repente, en el balcón de aquella habitación que daba al muro oeste de la ciudad, se oyó el pesado golpe de un cuerpo chocando con el suelo. Las dos salieron a ver que ocurría. Vieron un joven cuerpo musculoso, que se levantaba con dificultad, a merced de la rudeza del impacto recibido. Un cabellera rubia, despeinada, que escondía la expresión de desorientación y confusión de una persona con un leve exceso de confianza en sí mismo. He dicho leve y lo he dicho antes de exceso, pero que nadie piense que era un ser modesto. Aclarado esto, sigamos. Había sido el aterrizaje con menor sex-appeal medievalesco de la historia. Mas a Juliana no parecía importarle. Miraba aquellos abultados brazos, olía el aroma que emanaba de la sudor de aquel personaje, sentía un hiriente entumecimiento en las piernas, un fervoroso y bullicioso calor bajo su ropa interior. Tras un breve estudio de la fisonomía de Juliana, la monarca mandó a ésta, nuevamente, en busca de su pipa e hizo entrar al joven hidalgo.

- Joven irresponsable, entrad, sin demora.
- Sí, mi señora. Dejadme decirle lo hermosa que se encuentra...
- Silencio. Me aburre tanto zalamero.
- Pero, he saltado por vos.

Entra Juliana, incapaz de oír ni percibir nada. Embelesada, fija su mirada en él. La Reina Erithia tira de ella, desgarrando parte de su blusa. La pipa de cerámica con el opio cayeron al suelo.

- Bueno, señorito, dejaros de aburridos discursos y poseed a mi dama de llaves.
- Disculpadme, milady. ¿Cómo decís?

La Reina aferró con su inmaculada mano una nalga de su inocente doncella, mientras con la otra recogía sus opiáceos y así habló:

- Cansada me hallo de tanto discurso poético y harta estoy de las faltas de respeto a vuestra Reina. Quiero divertirme. Mirad a mi doncella, está hipnotizada, os aceptará cualquier deseo carnal. Poned vuestras manos sobre su tierna piel, mirad ahí, entre sus senos. ¿Me diréis que no os tienta?

En aquel justo momento, cuatro cortesanas enfundadas en sus ropajes de dormir, se presentaron en los aposentos de la señora del reino.

- Un momento, un momento, os pido disculpas, mi reina.
- ¿Qué ocurre? ¿Problemas con vuestro calidoscopio?
- En... en absoluto, ¡en absoluto, mi señora! ¿Y todas estas damas?
- Vienen a satisfacerme a mí.
- ¿P...? Me es más agradable vuestra peliroja de generoso busto. ¿No puedo tomarla a ella?
- Vuestro propósito aquí es el de trabajar por el placer de vuestra reina, veníais con la intención de tomarme, ¿no es así? Bien, satisfacedme, tomando a mi ama de llaves y, si lo hacéis bien, mis amigas quizás se vean obligadas a agradeceros el esfuerzo.

Justo en el momento en que el relato se ponía interesante, el humo del opio invadió la estancia y la música dejó de sonar, hasta una nueva salida del sol.

martes, 20 de mayo de 2014

Destellos de locura



Desorientado,
Quiero esconder la cabeza
En el caparazón,
De la tortuga del parque
Hecha de hormigón.
Construiré muros blindados,
Que hagan impermeable mi pecho.
Miedo tengo a verme
A través de un espejo.
Hundiré mis ojos en barro
Tragaré el polvo mezquino
Seguiré con la sonrisa amarga
Por verte feliz recorriendo
Tu nuevo camino.

lunes, 19 de mayo de 2014

Historias de Eriland. Primera parte. Relato espontáneo.(Escuchar música e ir escribiendo)


Entre los muros de un empinado castillo de oscura roca, a lomos de un equino de furibundas fauces, el Rey Erithor cabalgaba acompañado de dos de sus súbditos, en dirección a la armería.
Eriland era un país pequeño de praderas de hierba alta, dorada en verano. Frondosos bosques rodeaban la región, cuyos árboles constituían la materia prima ideal para la construcción de las cabañas de los alrededores del castillo. El centro neurálgico del lugar se encontraba en la plaza central de la zona amurallada, donde el bullicio del mercado regional impregnaba de vivaces colores e intensos olores, los sentidos del viajante explorador. Podría decirse que Eriland era el lugar perfecto, para las vacaciones de los hijos bastardos de los grandes hombres de la época. Llamativa, excitante y segura, aunque, un servidor se viera imposibilitado a apostar por la continuidad de la última de dichas propiedades.
Volviendo al querídisimo Rey Erithor, éste se disponía a descabalgar de su montura, cuando de la puerta de la armería, apareció un hombrecillo enjuto de congestionados brazos, empuñando un pesado martillo.

- ¡Vuésa excelencia! Repleto de gloria sea vuesa merced en un día tan brillante.
- Silencio, maese armero. ¿Tienes preparado el pedido que tu rey te encomendó?
- Por supuesto, mi señor. Aunque no esperaba veros en persona, si no es gran indiscreción de este humilde servidor.
- ¿Esperabas? ¿Es que hay alguien que conozca los designios de un rey, mejor que el propio rey? Tienes suerte de ser mi más leal trabajador. Pero te tomas unas confianzas muy peligrosas, armero.
- Por enésima vez, os pido disculpas, mi rey. Disculpadme la osadía, mas, ¿qué os trae tan pronto por aquí?
- Debería desollarte ahora mismo, con el filo de la espada que tú mismo afilaste. No obstante, agradece la buena ventura que sobre tu cuello se cierne. Me he levantado con sed de sangre. Es una sensación nueva para mí. Pensé que desflorando a otras dos o tres hembras de mi reino, mi anhelo desaparecería. Mas, como mi lanza, ésta se empeña en seguir en pie.
- Conocí a un hombre que murió por una erección irreprimible...
-¡Silencio! Arrodíllate ante tu señor y muéstrale tus respetos.
- (Susurro) Ahora es cuando me hace caballero golpeándome con su pene...
- ¡Silencio he dicho! Ahora, vuelve a tu trabajo. Mis hombres llegarán en breves, para que los prepares para la gran batalla.