Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

sábado, 20 de abril de 2013

Relato corto (Escritura creativa)


            La tibieza, la armonía y la compostura del agua del Mediterráneo rodeaban la pequeña barcaza de salvamento. En su interior, dos cuerpos, espalda contra espalda, permanecían impasibles ante la eternidad espacio-temporal que los circundaba. Dos hombres sin rumbo, exiliados de sus propias tierras, repudiados cual sabandijas: supervivientes.
            Al fin, los dioses helenos, cansados de verlos merodeando ceca de la ficticia costa de Troya, los empujaron hacia la península de Tracia, atravesando todos los pequeños canales que unen el Mar Egeo, el de Mármara hasta llegar al Bósforo turco. Todo ello, aprovechándose del cansancio de ambos viajeros, que habían permanecido dormidos, ignorantes de su nuevo rumbo divino. Cual fue la sorpresa de Saddak, cuando los rojizos colores del anochecer, reflejados entre muñidas nubes, le obligaron a abrir los ojos. Éstos, que eran cuales noveles aceitunas, avistaron a lo lejos una de las ciudades más orgullosas y esplendorosas del mundo. Estambul y, con ella, Santa Sofía se posaban inexpugnables ante el paso humilde de aquella embarcación. El blanco anacarado de las torres refulgía y reflejaba bermejos destellos. La mezquita y el faro.
            Las fuerzas de Saddak, a pesar de escasas, le permitieron zarandearse ligeramente. Su espalda seguía pegada a la de Arda, cuya cabeza se balanceó, mientras su boca emitió un endeble gemido. He aquí que, notando la vibración procedente de su compañero, Saddak empezó a hablar:

- Por Jerusalén, amigo mío. ¿Dónde nos ha traído la providencia de nuestro alabado Alá? - preguntó, a lo que obtuvo una nueva sacudida de su compañero - No te esfuerces, hermano, pues bien sabes, igual que yo, que la sordera me impide oír tus pensamientos en alto. Mas no me ha impedido dejar de hablar, a pesar de ser un zum, zum, zumbido que distingo por la vibración de mi cuello. -a lo que le sobrevino un nuevo golpe, ahora sendas cabezas se equilibraban en peso, la una ante la otra - Can, pan, tan mal no debo hacerlo. ¡Oh! Gruñón pendenciero, alimaña de las profundidades. Cual hubiera sido ahora tu caso, si en mi lugar estuvieras. Siempre quejándote de mi lengua venenosa. ¡Si es que, claro, el señor sátrapa jamás habla! ¡Ojala! ¡Ojala! ¡Ojala! - una ráfaga de viento empujó los hombros de Arda, lo que puso la manos de éste en contacto con las de su amigo - ¡Quierno, fierno, tierno amigo! Cobra del desierto. ¿Recuerdas? -acabó diciendo Saddak, mientras su mente volaba atravesando mares y montañas.

            Año mil cuatrocientos treinta y cuatro de la era de la Hégira, veintinueve grados centígrados caen sobre las cabezas de la población de Ramala, quince kilómetros al noroeste, los mismos grados se reparten entre la población de Jerusalén. Una nueva serie de atentados suicidas se planeaba en sendas ciudades. Un nuevo grupo, cansado de las continuas acometidas entre judíos y palestinos, se había formado bajo estandartes antisionista-palestinos. El objetivo era claro: destruir el corazón de ambos nacionalismos.
            El plan, trazado meses atrás, necesitaba de dos brazos ejecutores y de varios agentes infiltrados. Uno de estos últimos era Saddak, mientras que en el bando ejecutor se encontraba su buen amigo Arda. Éste llevaría un novedoso sistema terrorista de dispersión orgánica. En otras palabras, iba a inmolarse. Una enorme carga explosiva era contenida por un mecanismo que detectaba las pulsaciones del corazón de aquel que la llevara. Una vez el corazón dejaba de bombear o el sensor perdía la señal cardíaca, la bomba estallaba, dejando a su paso, como el caballo de Atila, un reguero de destrucción.
            La bomba Jerusalén y la bomba Ramala estallarían en el mismo instante (teniendo en cuenta que ambos corazones dejaran de latir al unísono), justo en el interior de los polvorines y hangares de los ejércitos rivales. Era tal la crueldad de aquella guerra. Era tal la irracionalidad de ambas naciones. ¿Merecía la pena vivir, habiendo nacido en un sitio, cuya sombra de destrucción, injusticia y dolor te perseguiría allá donde fueras? Arda lo tenía claro. Su homólogo judío, también. Las lágrimas, subrepticiamente, caían en sus hogares. Madres cuyo estremecimiento mostraba la impotencia de ver marchar a un hijo, para siempre. Padres dando el último adiós a sus obras primigenias.
            La hora estipulada se acercaba. Saddak, uniformado de camuflaje se interponía en la puerta del hangar palestino. Un único paso en falso y todo el plan se iría al traste. Un único paso hacia un lado y vería, sobre terreno seguro, como los millones de átomos de su amigo se esparcirían a lo largo y a lo ancho de la zona devastada.
            El paso a un lado fue dado. La hora se acercaba y Saddak cambió su posición, para encontrarse en zona de no riesgo. Mientras tanto, Arda, paso a paso, hacía aumentar la distancia entre dos amigos que debían decirse adiós; otra amistad víctima de la guerra. Arda sentía la presión del reloj en la muñeca izquierda, cuya carga de arsénico, llegada la hora, lo sumiría en el último sueño, en busca de sus ansiadas cincuenta vírgenes. La sangre dejaría de latir y se haría la luz.
            Absorto en sus pensamientos, el kamikaze ignoraba, a falta de unos minutos para que los relojes se activaran, el ajetreo que se estaba montando a su alrededor. Saddak, embravecido, había entrado corriendo a la base y se le acercaba con mirada desencajada. Arda se había hecho piedra y la piedra se había vuelto Arda. Su amigo se abalanzó sobre él, le desabrochó el reloj, abrió el chaleco y, viéndose en peligro, incapaz de sacar de aquel lugar a Arda con la bomba, empezó a golpear rítmicamente el sensor. Con la otra mano, fue desabrochando el artefacto. Éste y Arda ya no formaban parte del mismo yo.
            El frustrado suicida salió corriendo del polvorín, mientras, con un menor ritmo, Saddak andaba con la Muerte entre manos, pensando que hacer. En ese momento, cuando apenas estaba a escasos metros de la salida, vio la solución ante sus narices: un hombre horadaba una sección del hangar con la ayuda de una taladradora. La vibración producida por la máquina se disipaba por toda la superficie.
            El muchacho no lo pensó, dejó suavemente la bomba sobre el suelo de tal manera que el sensor sintiera el local movimiento sísmico. En ese momento, Saddak salió corriendo como alma que lleva el diablo. La mala fortuna hizo que el obrero, extrañado por aquel peculiar objeto, dejara de trabajar cuando el correcaminos se encontraba a escasos cien metros.
            Luz, vísceras, abominación. Justo en el mismo momento, dos grandes chispas iridiscentes se podían ver desde el cielo sobre dos ciudades enemigas.

- Es curioso, amigo. ¡Qué de todo eso, únicamente me quedara con la sordera! - pero era evidente, que ya nada importaba en aquel momento, pues la mirada de Arda se torcía hacia el cegador halo de la caída del Sol, donde se encontraba ya, rodeado de las prometidas vírgenes de la tierra que los exilió. 

lunes, 8 de abril de 2013

Un nuevo paso

Queridos y tímidos amigos míos (no me como a nadie que se decida a comentarme en este blog), después de tanto tiempo buscando maneras de mejorar mi escritura y encontrar un estilo propio con el que plasmar ideas; por fin, hoy, un lunes que he empezado a las 9:00 como científico loco, lo terminaré a las 19:30 como asistente de un Curso de Escritura Creativa, promovido por el "Laboratori de lletres", cuya dirección web os pongo a continuación:

http://www.laboratoridelletres.com/es/

He de admitir que estoy muy ilusionado con la oportunidad de interaccionar en un mundo que, a saber porqué, hasta ahora, ha sido un vórtice de soledad, ceguera y desorientación, esos días que te preguntas qué sentirán tus lectores al leerte. Ciertamente, he pasado por épocas en las que, sin dudas al admitirlo, he tenido miedo a escribir. No obstante, eso me ha hecho más fuerte, más ambicioso en el camino emprendido con el fin de encontrarme a mí mismo. Por eso mismo, con toda la confianza que este espacio me otorga para con vosotros, quiero quejarme. ¿Sabéis cuan complicado se hace escribir y no saber qué os he hecho sentir? ¿Tanto miedo tenéis de hacerme daño, o bien, de quedar como ignorantes? Sé que no todo lo que escribo es digno de ser leído, y por eso mismo, necesito críticas constructivas.

Ahora, una vez dicho esto, que no debía ahorrarme y dejando a cada uno con la libertad de hacer lo que le plazca, me congratulo por aceptar el reto de mostrarme a personas que, como yo, persiguen sus sueños en el ámbito literario. Debo estar preparado para las más duras críticas, incluso, alguien me dirá que no sirvo, que no es mi destino vivir del arte de dar forma a las palabras; algunos se reirán, otros me atormentarán con sus burlas y los últimos, puede que me otorguen méritos vacuos que enaltezcan mi ego y frenen mi creatividad.

Admito que, aun y no saber si soy capaz de soportarlo, debo luchar por algo que es capaz de hacerme el hombre más feliz del mundo y de hundirme en la más profunda tristeza. Únicamente por estas cosas de la vida son por las que merece la pena luchar.