Querido doctor:
¿Le he hablado alguna
vez de mi intención de tener hijos, lo más pronto posible? Hace
tiempo que lo tengo claro. No obstante, son muchas las dudas que me
acechan, a la hora de traer una criaturita a este mundo de locos. Ya
sabe bien a lo que me refiero. El hombre es un lobo para el hombre.
Pienso en mi futuro hijo
o hija y muchas precauciones me vienen a la cabeza: ¿Debería cuidar
yo mismo de su educación, tal y como están las cosas? Por supuesto,
no me preocupa que sea estúpido o descuidado. Me preocupa más que
no sepa encontrar su vocación, su camino. En este país, está todo
muy mal preestablecido, no me lo negará. Además, ¿qué puede
ocurrir en un colegio? Se preparan a personas que ni siquiera están
motivadas, para la labor que les espera en el futuro. Imáginese la
situación que le narraré.
David, mi hijo, un
muchacho de veinte años, recién entrado en la universidad, se
levanta temprano, como cada día, para ir en busca del tren que lo
llevará a su facultad. El chico ve entrar a una mujer de unos
sesenta años que cojea de una pierna y, muy amablemente, le cede su
asiento. David la mira inquisitivamente y le dice, tal que así:
- Disculpe, veo que no me
reconoce.
- Me suenan tus ojos,
pero soy profesora y me es tan difícil recordar una cara de entre
tantas.
- Soy David. El nieto de
la Eustaquia.
- ¡Pero bueno! Como has
crecido... Como pasan los años, muchacho. La última vez eras un
chiquillo.
- Así es. Aunque algunos
os dedicaráis a complicarme la infancia.
- ¿Qué me dices? Es la
faena de los profesores, daros un poco de caña, para que estudiéis
y seáis alguien de provecho.
- Con todo el respeto. Un
cojón.
- P... pero, que insol...
- Cállese y escuche.
Mi hijo levanta la voz.
El vagón del tren se queda en silencio, mientras David empieza su
historia.
- Verá. Le contaré las
hazañas de un niño de primaria. Volvámonos diez años atrás, me
acuerdo perfectamente. Usted trabajaba media jornada de profesora y
la otra, de monitora del comedor. Excursión al Palacete del
Mondongo, por aquel entonces, me gustaba una chica de clase.
Insistentemente, le pedía que fuera mi novia, aunque a esas edades
sólo quisiera una oportunidad de cogerle la mano a una niña.
¿Recuerda qué ocurrió en el autobús de vuelta? La buena profesora
se dedicó a reírse del muchacho, al que llamaba feo en su cara. “Oh
jojojo ¿No ves lo feo que es? Puedes aspirar a más, Petunia.” -un
rumor crítico se eleva en el interior del convoy- Aunque claro, ¿qué
hizo el niño? Nada, pues nadie le había enseñado a luchar contra
las injusticias de los mayores. Además, ya tenía suficiente con los
problemas en casa y las múltiples peleas con sus compañeros de
clase. Recuerde bien, uno de ellos, era su hijo, Toni. - El
veinteañero hace una pausa, para reprimir la ira. Se obliga a
tararear un mantra. Enfoca y continua. Un dolor inhumano recorre la
faz de la profesora.
Un reguero lacrimoso
recorre la cara de la mujer.
- Hace dos semanas, mi
hijo murió en un accidente de coche. Si buscabas semejante venganza,
ahí lo tienes, David.
Mi hijo, ante tal
revelación, también se echó a llorar.
- Después de tantos
años, sólo esperaba una cosa y ni de eso ha sido capaz.
- ¿A qué te refieres,
no te parece poco el dolor que siento?
- ¿De qué sirve el
castigo, cuando no hay una muestra de arrepentimiento?
Como puede ver, querido
doctor, me es muy difícil decidirme. Aunque, algo tengo claro: si
decido educarlo yo, será en mi propia escuela, donde nadie pueda
sufrir lo que sufrí antaño.
Sinceramente suyo,
David