Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

jueves, 17 de octubre de 2013

El tercer polo de la tierra: Capítulo XIV

Permítanme que les de a leer uno de los capítulos de la novela que, actualmente, estoy escribiendo. Después de algunas semanas en blanco, me he decidido a seguir escribiendo y me gustaría saber que os parece el resultado (aunque apenas conozcáis detalle alguno de la trama, que podéis preguntar...)



Capítulo XIV

            Nare Wast seguía dándole vueltas a la nota que había recibido unas horas atrás, cuando se disponía a coger el vuelo dirección Berlín, para disfrutar de unas merecidas vacaciones. No obstante, el contenido de la carta era tan urgente, morboso e ineludible que la obligaba, una vez más, a posponer sus días de descanso para más adelante. Aunque era más que probable, que dicha situación no se diera en el futuro próximo.

            "Reúnete conmigo en la estación de metro de Pimlico, bordea la Central Eléctrica por el lado del Thames. No temas por las bandas, son amigos míos, no te harán nada. Siento el paseo que te espera desde Sloan Sq. No te acerques a Victoria, por favor.

Sinceramente tuyo,

Lutero"

            Deshacerse del billete, llamar a su superior, pedir un favor y acabar en una nave en dirección a Heathrow, aeropuerto de Brent, ¿para qué? Muy pronto lo vería. Por suerte, los vuelos entre capitales federales eran baratísimos. No le descontarían nada del sueldo.
            Los nervios la devoraban por dentro. No sabía exactamente hacia donde dirigir su miedo: la proximidad de un encuentro con un chico o la cercanía de un posible ataque sobre el lugar hacia el que se dirigía. Era absurdo pensar que fuera la segunda opción; había relatado cientos de historias de guerra sin apenas daños. Al menos, a lo que se refería a lesiones físicas. A pesar de ello, debía ir con mucho cuidado: la vigilancia se extremaría, en una situación de peligro como aquella. Por fortuna, el camarote de primera clase le reportaba una vaga sensación de seguridad. Sin preguntas, sin miradas, sin murmullos.
            Descendió de la aeronave, sin apenas contratiempos. Recuperó sus pertenencias, entre las cuales no se encontraba su holocámara y se dirigió a la angosta y poco transitada boca del metro de Heathrow. Una vez dentro, un olor nauseabundo penetró en sus fosas nasales, incinerando cualquier resto perfumado del vestíbulo del aeropuerto. Un hombre en el suelo, harapiento, desaliñado; humedades; ratones de larga cola. Una escena acogedora, sin duda.
            Nare, acostumbrada a este tipo de desolación, penetró en el angosto pasillo que la dirigiría a un segundo vestíbulo de maravilloso colorido. Piedra a piedra, un enorme mosaico permanecía inalterado, mostrando la imagen del ave fénix, esplendoroso, radiante, alzando el vuelo, huyendo de sus captores, en busca de la libertad. Una libertad truncada, pensó la reportera. Sobre el mosaico, una pancarta oxidada señalaba la dirección para coger el tren de la Picadilly Line: Aeropuerto de Heathrow Terminal 1-3.
            De repente, la mujer sintió que un sentimiento ardiente, fugaz, húmedo recorría su espina dorsal e iba descendiendo hasta llegar a la pelvis. Una mezcla de nerviosismo y excitación le recorrió la piel, dando como resultado una expresión confusa, avergonzada. Sus pezones se endurecieron y se marcaron a través del vestido. Sus braguitas se disolvieron con la tibieza que emanaba de la señorita Wast. Después de una vida dedicada al trabajo, obligándose a reprimir la mayoría de reacciones de su cuerpo, Nare se sorprendía ante las tretas que le reservaba su organismo, desde poco tiempo atrás. Su cuerpo se quedó rígido, luego se relajó en exceso y, finalmente, tras una pequeña genuflexión, reanudó el paso con la máxima determinación que le permitía su estado.
            Llegó al andén, restaban ocho minutos para que saliera el próximo tren en dirección al centro de la ciudad. Una pareja de aspecto andrajoso y desaliñado mantenía una discusión acalorada a escasos metros de ella. Siete minutos: la tensión podía cortarse con tijeras hidráulicas de podar. Tres minutos: el tono de la trifulca iba en aumento, ambos se reprimían para no lanzarse al cuello del otro. Un minuto: la chica, ante una desafortunada observación de su novio, aferraba a éste por el cuello. Escasos segundos: Mientras el muchacho se controlaba para no golpear a su chica, ésta mostró unos colmillos afilados que fueron a parar al cuello del otro. Los pechos de la joven chocaron contra el torso semidesnudo de su pareja, al tiempo que el tren llegaba a la estación. Una Nare estupefacta penetraba en el vagón, donde, casualmente, coincidía con los tortolitos encendidos.
            En cuestión de segundos, nuestra reportera llegó a entender la razón por la cual las ropas de susodichos se encontraban en las condiciones en las que lo hacían. Un brentshi de etnia hindi, de tez tórrida y su conciudadana, negra como el azabache, se desgarraban los labios el uno al otro, en un beso de vertiginosa pasión incontenible. Unos ojos incorregibles contemplaban aquella escena que evolucionaba, rápidamente, en una dirección de lo más irreverente.
            La reportera se sentó en uno de los incómodos asientos del Tube. La pareja interracial se postró ante ella, sin prestarle atención. Las uñas de la mujer se clavaban en el turgente pecho del hindi, eran incapaces de reprimirse. De repente, el hombre se aferró a las posaderas de su amante, la agarró de la cintura y la hizo girar ciento ochenta grados. La mujer de ébano estaba cara a cara con Nare. La mano de su compañero le presionó la espalda, para que ésta se arqueara. La mujer quedó prácticamente a gatas, a escasos centímetros de la cara de nuestra protagonista. La turbación se hizo presente en la expresión de la señorita Wast. No sabía hacia dónde mirar, no veía el modo de evadirse de aquella escena.
            Un pensamiento inundó la mente de la periodista. Era preciso haber experimentado la conducta brentshi. Pronto se encontraría con el apuesto Torr y debía estar a la altura. Además, aquellos ojos ausentes de color le hablaban. Se sentía atraída por aquellos labios carnosos.
            Se hizo la despistada. Inconscientemente, se pasó la mano por la entrepierna. Ésta le ardía trémulamente. La mujer que tenía enfrente se percató de su sofoco y, delicadamente, le acarició sus finos labios con la lengua. Esperó para ver la reacción de Nare. Unos segundos más tardes, los cristalinos ojos de la reportera se escondían tras sus párpados y las bocas de las dos mujeres se fundieron en un cálido beso.
            Dado que el viaje desde Heathrow Airport hasta Sloane Square dura tres cuartos de hora y, puesto que, las estaciones intermedias fueron abandonadas; aquel vagón únicamente transportaría a aquel trío, durante dicho periodo de tiempo.
            La consciencia de la centroeuropea explosionó, quedando impregnada, cada parte del vagón, de su esencia. El contacto entre las dos se intensificó gradualmente. Sendas lenguas se entrelazaban, en una danza suave, tierna, lenta y coordinadamente excelsa. Inmediatamente, ambas se separaron y siguieron mirándose, hasta que la mujer azabache rompió el silencio:

-Arda… – la pasión sofocante la obligaba a hablar entrecortadamente - ¿te gusta mi nueva amiga? – le dijo al hombre sin apartar la mirada de Nare. – Besa angelicalmente.
-          Me complace, Tisha.
-Pequeña marfileña, ¿hasta dónde quieres llegar? – preguntó con expresión seductora.

Años atrás, una famosa marca de ropa fue absorbida por una gran multinacional química. Se fusionaron las más seductoras ideas de los mejores diseñadores, con el pragmatismo científico, dando como resultado, una ropa sensual, cómoda y de la que era fácil desprenderse. Al oír aquellas palabras, Nare, como poseída por un flagrante dragón, deslizó sus yemas de los dedos por el costado de su vestido, desde la axila hasta el muslo. Un fulgor evanescente y, tal y como Moisés hizo con el Mar Rojo, la tela se separó, dejando al descubierto el cuerpo simétrico, aunque poco generoso, de su dueña.
Mirada lacónica, explícita e inquisitiva. Los mismos dedos que dividieron el vestido, acariciaban la suave superficie de las braguitas húmedas recién aparecidas. Los ojos de su dueña los seguían, mientras éstos, recorrían un vientre impoluto, se tomaban un tiempo con dos pequeños pezones y se lanzaban a la tez oscura de Tisha, que miraba lascivamente, como aquellas falanges la dirigían hacia el camino correcto. Tras de sí, sentía crecer exponencialmente el paquete de su compañero. Se sintió un ruido de cremallera antigua. Por su parte, no fue difícil deshacerse de sus mallas elásticas. Desde aquella perspectiva, a la ardiente Wast le dio tiempo de ver la enorme verga del hindi, mientras penetraba a la mujer, armónicamente. Torr Lutesku perdía la batalla de sables con aquel hombre, pensó, a la vez que el rubor hacía aparición en su piel.
Tisha era una amante detallista. Hizo caso a cada indicación de la periodista, sin olvidar los, siempre importantes, toques de creatividad e improvisación. Gozaba y hacía gozar. La lengua de esa mujer hizo enloquecer a la reportera calenturienta. La maleabilidad de la ropa interior de nuestra protagonista le permitía jugar libremente. La finura y delicadeza del tejido eran idóneas para que la sensibilidad no se viera mermada.
Viendo la predisposición de Nare y embravecido por la situación y las sinuosas caderas de la nueva amante de Tisha, el superdotado Arda, saliendo del interior de su pareja, se lanzó a por la pálida vulva, queriendo dar rienda suelta a su lengua.

-         ¡Quieto ahí, trípode! – gritó la señorita Wast. - ¿Quién te ha dado permiso? - la mujer estaba dispuesta a controlar la situación bajo cualquier contexto. Se convertiría en una brentshi respetable. Finalmente, dirigió su mirada a Tisha, diciéndole: - Mantenlo a raya. Ahí abajo sólo te quiero a ti y por poco tiempo. – Apenas faltaban diez minutos para llegar a Sloane Square.

La sorpresa fue tal, que la libido se les disparó a los tres por las nubes. Cinco minutos más tarde, después de sumirse en un sesenta y nueve lésbico, ambas mujeres llegaban, gritando, a un intenso éxtasis, acentuado por el desgarrador rugido de placer del hindi, previo a una abundante eyaculación. Apenas tuvieron tiempo de vestirse, cuando el convoy llegaba a la estación donde nuestra protagonista debía bajarse. 

(...)

sábado, 5 de octubre de 2013

Noria

Primer relato del Curso de Narrativa de l'Escola de Lletres de l'Odissea (Vilafranca del P.) Necesito críticas duras y constructivas, ¡por favor!         


NORIA

Un golpe atroz. Susurros de llanto contenido. Un hedor etílico y nauseabundo penetra en la habitación, donde un cuerpo marchito se desploma sobre el catre. De repente, todo es oscuridad.
De repente, todo es claridad. Los primeros rayos de sol despiertan al desorientado marinero que, sorprendido, se encuentra rodeado por horizontes de agua. Siente un terrible dolor de cabeza. El naufragio debió ser harto violento... -piensa- Suerte del salvavidas. No obstante, el entumecimiento expande su influencia a través de tres cuartas partes de su cuerpo. El guión de los acontecimientos futuros lo conoce al dedillo: hipotermia, parálisis y muerte. Pero no una muerte cualquiera. Primero, hundirse, luego, contraer cada músculo de su cuerpo para impedir que el agua penetre en sus pulmones y, finalmente, ceder ante la atmósfera acuosa. Decide centrar su atención en el rojizo colorido del salvavidas. Le atrae cual sangre a un toro bravo. De imprevisto, un enorme transatlántico hace su aparición en escena. En él, puede ver un ser antropomorfo. La esperanza se abre paso a través de sus neuronas. Cierra los ojos y se deja llevar. Inexorablemente, el tiempo pasa.
Se obliga a abrir los párpados. ¿Estará en un camarote, junto a una enfermera sexy? Nada de eso. En su lugar, siente la cercanía lacerante de la gran embarcación. ¿Qué ocurre? ¿Nadie irá a socorrerlo? La imagen del pasajero se hace más nítida. Su mujer, con un moratón en el ojo, se apoya en la baranda, mostrándole el dedo corazón. Como por arte de magia, puede ver a través de los ojos de su amada. Encuentra una buena idea inmortalizar el momento de su muerte y extrae del bolso una cámara. Flash. Oscuridad.
Luz. La habitación está impregnada de un fétido olor a descomposición humana y a orines. El cuerpo se levanta, sale y encuentra un cuchillo ensangrentado en la cocina. Sus músculos se desentumecen y un dolor irreprimible le hace caer de rodillas al suelo. La sangre fluye, irremediablemente, desde su abdomen hacia el suelo, formando un charco. Gatea en busca de ayuda, pero no hay nadie en casa. Susurros de un llanto contenido. Un golpe atroz.