Capítulo
XIV
Nare
Wast seguía dándole vueltas a la nota que había recibido unas horas atrás,
cuando se disponía a coger el vuelo dirección Berlín, para disfrutar de unas
merecidas vacaciones. No obstante, el contenido de la carta era tan urgente, morboso e ineludible que la obligaba, una vez más, a posponer sus días de
descanso para más adelante. Aunque era más que probable, que dicha situación no
se diera en el futuro próximo.
"Reúnete
conmigo en la estación de metro de Pimlico, bordea la Central Eléctrica por el
lado del Thames. No temas por las bandas, son amigos míos, no te harán nada.
Siento el paseo que te espera desde Sloan Sq. No te acerques a Victoria, por
favor.
Sinceramente tuyo,
Lutero"
Deshacerse
del billete, llamar a su superior, pedir un favor y acabar en una nave en
dirección a Heathrow, aeropuerto de Brent, ¿para qué? Muy pronto lo vería. Por
suerte, los vuelos entre capitales federales eran baratísimos. No le
descontarían nada del sueldo.
Los
nervios la devoraban por dentro. No sabía exactamente hacia donde dirigir su
miedo: la proximidad de un encuentro con un chico o la cercanía de un posible
ataque sobre el lugar hacia el que se dirigía. Era absurdo pensar que fuera la
segunda opción; había relatado cientos de historias de guerra sin apenas daños.
Al menos, a lo que se refería a lesiones físicas. A pesar de ello, debía ir con
mucho cuidado: la vigilancia se extremaría, en una situación de peligro como
aquella. Por fortuna, el camarote de primera clase le reportaba una vaga
sensación de seguridad. Sin preguntas, sin miradas, sin murmullos.
Descendió
de la aeronave, sin apenas contratiempos. Recuperó sus pertenencias, entre las
cuales no se encontraba su holocámara y se dirigió a la angosta y poco
transitada boca del metro de Heathrow. Una vez dentro, un olor nauseabundo
penetró en sus fosas nasales, incinerando cualquier resto perfumado del
vestíbulo del aeropuerto. Un hombre en el suelo, harapiento, desaliñado;
humedades; ratones de larga cola. Una escena acogedora, sin duda.
Nare,
acostumbrada a este tipo de desolación, penetró en el angosto pasillo que la
dirigiría a un segundo vestíbulo de maravilloso colorido. Piedra a piedra, un
enorme mosaico permanecía inalterado, mostrando la imagen del ave fénix,
esplendoroso, radiante, alzando el vuelo, huyendo de sus captores, en busca de
la libertad. Una libertad truncada, pensó la reportera. Sobre el mosaico, una
pancarta oxidada señalaba la dirección para coger el tren de la Picadilly Line:
Aeropuerto de Heathrow Terminal 1-3.
De
repente, la mujer sintió que un sentimiento ardiente, fugaz, húmedo recorría su
espina dorsal e iba descendiendo hasta llegar a la pelvis. Una mezcla de
nerviosismo y excitación le recorrió la piel, dando como resultado una
expresión confusa, avergonzada. Sus pezones se endurecieron y se marcaron a
través del vestido. Sus braguitas se disolvieron con la tibieza que emanaba de
la señorita Wast. Después de una vida dedicada al trabajo, obligándose a
reprimir la mayoría de reacciones de su cuerpo, Nare se sorprendía ante las
tretas que le reservaba su organismo, desde poco tiempo atrás. Su cuerpo se
quedó rígido, luego se relajó en exceso y, finalmente, tras una pequeña
genuflexión, reanudó el paso con la máxima determinación que le permitía su
estado.
Llegó
al andén, restaban ocho minutos para que saliera el próximo tren en dirección
al centro de la ciudad. Una pareja de aspecto andrajoso y desaliñado mantenía
una discusión acalorada a escasos metros de ella. Siete minutos: la tensión
podía cortarse con tijeras hidráulicas de podar. Tres minutos: el tono de la
trifulca iba en aumento, ambos se reprimían para no lanzarse al cuello del
otro. Un minuto: la chica, ante una desafortunada observación de su novio,
aferraba a éste por el cuello. Escasos segundos: Mientras el muchacho se
controlaba para no golpear a su chica, ésta mostró unos colmillos afilados que
fueron a parar al cuello del otro. Los pechos de la joven chocaron contra el
torso semidesnudo de su pareja, al tiempo que el tren llegaba a la estación.
Una Nare estupefacta penetraba en el vagón, donde, casualmente, coincidía con
los tortolitos encendidos.
En
cuestión de segundos, nuestra reportera llegó a entender la razón por la cual
las ropas de susodichos se encontraban en las condiciones en las que lo hacían.
Un brentshi de etnia hindi, de tez tórrida y su conciudadana, negra como el
azabache, se desgarraban los labios el uno al otro, en un beso de vertiginosa
pasión incontenible. Unos ojos incorregibles contemplaban aquella escena que
evolucionaba, rápidamente, en una dirección de lo más irreverente.
La
reportera se sentó en uno de los incómodos asientos del Tube. La pareja
interracial se postró ante ella, sin prestarle atención. Las uñas de la mujer
se clavaban en el turgente pecho del hindi, eran incapaces de reprimirse. De
repente, el hombre se aferró a las posaderas de su amante, la agarró de la
cintura y la hizo girar ciento ochenta grados. La mujer de ébano estaba cara a
cara con Nare. La mano de su compañero le presionó la espalda, para que ésta se
arqueara. La mujer quedó prácticamente a gatas, a escasos centímetros de la
cara de nuestra protagonista. La turbación se hizo presente en la expresión de
la señorita Wast. No sabía hacia dónde mirar, no veía el modo de evadirse de
aquella escena.
Un
pensamiento inundó la mente de la periodista. Era preciso haber experimentado
la conducta brentshi. Pronto se encontraría con el apuesto Torr y debía estar a
la altura. Además, aquellos ojos ausentes de color le hablaban. Se sentía
atraída por aquellos labios carnosos.
Se
hizo la despistada. Inconscientemente, se pasó la mano por la entrepierna. Ésta
le ardía trémulamente. La mujer que tenía enfrente se percató de su sofoco y,
delicadamente, le acarició sus finos labios con la lengua. Esperó para ver la
reacción de Nare. Unos segundos más tardes, los cristalinos ojos de la
reportera se escondían tras sus párpados y las bocas de las dos mujeres se
fundieron en un cálido beso.
Dado
que el viaje desde Heathrow Airport hasta
Sloane Square dura tres cuartos de
hora y, puesto que, las estaciones intermedias fueron abandonadas; aquel vagón
únicamente transportaría a aquel trío, durante dicho periodo de tiempo.
La
consciencia de la centroeuropea explosionó, quedando impregnada, cada parte del
vagón, de su esencia. El contacto entre las dos se intensificó gradualmente.
Sendas lenguas se entrelazaban, en una danza suave, tierna, lenta y coordinadamente
excelsa. Inmediatamente, ambas se separaron y siguieron mirándose, hasta que la
mujer azabache rompió el silencio:
-Arda… – la pasión sofocante la obligaba a
hablar entrecortadamente - ¿te gusta mi nueva amiga? – le dijo al hombre sin
apartar la mirada de Nare. – Besa angelicalmente.
-
Me
complace, Tisha.
-Pequeña marfileña, ¿hasta dónde quieres
llegar? – preguntó con expresión seductora.
Años atrás, una famosa marca de
ropa fue absorbida por una gran multinacional química. Se fusionaron las más
seductoras ideas de los mejores diseñadores, con el pragmatismo científico,
dando como resultado, una ropa sensual, cómoda y de la que era fácil
desprenderse. Al oír aquellas palabras, Nare, como poseída por un flagrante
dragón, deslizó sus yemas de los dedos por el costado de su vestido, desde la
axila hasta el muslo. Un fulgor evanescente y, tal y como Moisés hizo con el
Mar Rojo, la tela se separó, dejando al descubierto el cuerpo simétrico, aunque
poco generoso, de su dueña.
Mirada lacónica, explícita e
inquisitiva. Los mismos dedos que dividieron el vestido, acariciaban la suave superficie
de las braguitas húmedas recién aparecidas. Los ojos de su dueña los seguían,
mientras éstos, recorrían un vientre impoluto, se tomaban un tiempo con dos
pequeños pezones y se lanzaban a la tez oscura de Tisha, que miraba
lascivamente, como aquellas falanges la dirigían hacia el camino correcto. Tras
de sí, sentía crecer exponencialmente el paquete de su compañero. Se sintió un
ruido de cremallera antigua. Por su parte, no fue difícil deshacerse de sus mallas elásticas. Desde aquella perspectiva, a la ardiente Wast le dio tiempo de ver
la enorme verga del hindi, mientras penetraba a la mujer, armónicamente. Torr
Lutesku perdía la batalla de sables con aquel hombre, pensó, a la vez que el
rubor hacía aparición en su piel.
Tisha era una amante detallista. Hizo
caso a cada indicación de la periodista, sin olvidar los, siempre importantes,
toques de creatividad e improvisación. Gozaba y hacía gozar. La lengua de esa
mujer hizo enloquecer a la reportera calenturienta. La maleabilidad de la ropa
interior de nuestra protagonista le permitía jugar libremente. La finura y
delicadeza del tejido eran idóneas para que la sensibilidad no se viera mermada.
Viendo la predisposición de Nare
y embravecido por la situación y las sinuosas caderas de la nueva amante de Tisha,
el superdotado Arda, saliendo del interior de su pareja, se lanzó a por la pálida
vulva, queriendo dar rienda suelta a su lengua.
-
¡Quieto
ahí, trípode! – gritó la señorita Wast. - ¿Quién te ha dado permiso? - la mujer
estaba dispuesta a controlar la situación bajo cualquier contexto. Se convertiría
en una brentshi respetable. Finalmente, dirigió su mirada a Tisha, diciéndole:
- Mantenlo a raya. Ahí abajo sólo te quiero a ti y por poco tiempo. – Apenas
faltaban diez minutos para llegar a Sloane
Square.
La sorpresa fue tal, que la libido
se les disparó a los tres por las nubes. Cinco minutos más tarde, después de
sumirse en un sesenta y nueve lésbico, ambas mujeres llegaban, gritando, a un
intenso éxtasis, acentuado por el desgarrador rugido de placer del hindi,
previo a una abundante eyaculación. Apenas tuvieron tiempo de vestirse, cuando
el convoy llegaba a la estación donde nuestra protagonista debía bajarse.
(...)