Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

jueves, 8 de diciembre de 2011

La fortaleza de hojas y ramas


Rem era un chico ciertamente peculiar. Seguía sus principios, dejándose llevar por un instinto voraz, que penetraba en sus ojos, rasgaba sus neuronas y hacía bullir de impaciencia su inestable cerebro, moviendo rápidamente los músculos que fueran necesarios para llevar a cabo la acción que diera a entender al mundo que lo rodeaba, su indignación.

Así pues, Rem salió del tren dirección a su casa, con la mala fortuna que al cruzarse con un paso de peatones, el coche que se acercaba por la izquierda era conducido por un despreocupado homínido que hablaba por su teléfono móvil. Los ojos de Rem brillaron cual guerrero del espacio en día de luna llena y extendió su brazo en el que cargaba una pelota de béisbol. Todos ya sabéis que ocurrió al momento. La soltó, justo cuando el vehículo pasaba por delante de él, siendo omitida, casualmente, la función de frenar en la distraída mente del conductor. La ventana trasera estalló en mil pedazos (aunque ya sabéis que la mayoría del amorfo material quedo sujeto a la puerta del coche).

Sólo quedaba cruzar un parque y llegaría al parque donde lo esperaba su madre para cenar. Cruzó el paso de peatones, ante la atónita mirada del posible suicida y sin llegar a acelerar su cuerpo, siguió el camino pretendido inicialmente.

Segundos más tarde, el malhumorado y obeso conductor, corrió extasiado en dirección al parque, donde reinaba el más absoluto silencio. Vio a Rem y corrió hacia él, hasta alcanzarlo. En que estabas pensando, dijo aquella bola de grasa. Acaso no ve lo que ha hecho, recibió tales palabras de Rem, cuyo resultado fue una expresión de incertidumbre e ira. Maldito mocoso, maldito mocoso, dime dónde vives, granuja./ Vivo hacia allí, contestó el muchacho, pruebe en los cuatrocientos cincuenta timbres y, vigile. Muchos de mis vecinos no soportan las intromisiones./ Así pues, no volverás a casa esta noche, por lo que veo. / Supongo que usted tampoco tiene prisa./ Así es. Y el tiempo pasó...

Hasta que el teléfono móvil de Rem vibró en el bolsillo de su pantalón, haciéndole llevar su mano al interior de donde salió con un pequeño dispositivo arañado. Era su madre que preguntaba por su hora de llegada. Éste le contestó que llegaría un poco más tarde de lo normal, a causa de una avería en el tren. Esas palabras enloquecieron al mal conductor que alargó las manos hacia el teléfono del chico. Dame eso, gritaba. Se zarandeaban a causa de sendas fuerzas y el dedo de Rem logró dar por cerrada la llamada. No obstante, la mirada del hombre rugió y el temor hizo debilitarse las fuerzas que Rem ejercía sobre el móvil. Al momento, el ancho ser humano hizo girar sus puños en círculos concéntricos y soltó a gran velocidad el pequeño aparato. El teléfono estalló en el suelo.

Ya estará usted contento, dijo el adolescente, ha logrado arrebatarme un viejo trasto inútil (que estaba a punto de cambiar por otro, gratuitamente) y destrozarlo ante la inapelable mirada de los árboles que nos rodean. Bravo. Mientras usted se ha preocupado por algo material, su coche ha sido desguazado en medio de la calle y, lo más decepcionante de todo: no ha parado a pensar la atrocidad que hubiera podido hacer conduciendo como lo hacía. Es usted un monstruo, dijo mientras se alejaba; dejando al hombre con la mirada llena de temor ante la furtiva observación de la que era víctima por parte de los ojos que habían aparecido en la corteza de aquellos árboles.

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