Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

jueves, 30 de mayo de 2013

Lección de humildad


Este es el 3r ejercicio del Curso de Escritura Creativa, donde debo jugar con diferentes narradores. Espero vuestras críticas.


Un día tedioso y frío. Bajo el rojo de la banderas y sobre la nieve blanca, los desfiles militares se llevan a cabo con el protocolo de siempre. Aborrezco las grandes masas. San Petersburgo no es un buen sitio para mí, pero tengo mis obligaciones aquí y debo saber adaptarme a las inclemencias. Siquiera me atrevo a sacar la cabeza al balcón. A diferencia de mi pequeño vástago, Anatoli II, que, embelesado, observa el paso de los tanques y los andares rítmicos y paulatinos de la milicia armada. Pronto llegarán los presos de Siberia, con sus cabezas semi-rapadas, que sufrirán las mayores calumnias y vejaciones de mano de la turba encolerizada. ¡No son cosas que deban contemplar los niños!

- ¡Anatoli! ¡Vamos! Juega una partida con tu viejo padre. Apártate del balcón. - le ordeno imperativamente al muchacho.
- ¡Sí, padre! -me contesta, enérgicamente, sin ni siquiera apartar la mirada de la calle.

Irina, mi hermosa mujer, se me acerca cautelosamente y me pide paciencia, pues el niño está entusiasmado con el maldito desfile.

- Vamos, pequeño Lenin, ve en busca del tablero. -le dice Irina al niño, mientras un mechón de sus ondulados cabellos cae amortiguadamente sobre la piel nacarada de sus mejillas. Está reluciente como el día que nos conocimos.

Por mi cabeza, la multitud de variantes estratégicas se amontona. Evidentemente, no mostraré piedad ante mi hijo, pues debe aprender a aceptar la derrota.

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Entrada de “Biografía de Anatoli II K.” por Anatoli II K. (Páginas 121-123) Alianza Editorial

(…)

Mi padre aborrecía los festejos. Siempre esperando una oportunidad de evadirse de los movimientos de grandes masas. Al contrario que él, yo sentía gran admiración por los Kazak del Ejército Rojo. Como desprendían determinación a través de sus miradas gélidas. Sus ideales respetuosos hacia mayores, mujeres y forasteros eran el pilar de la mentalidad que se iba construyendo en mi interior. Eran un ejemplo de lucha inquebrantable y defensa de la libertad.

(…)

De uno de estos festejos, que tanto fastidiaban a otets (padre en ruso), nace la historia que puso un punto de inflexión en mi infancia. Una mañana de invierno, las tropas se disponían a dar uno de sus desfiles por las calles de San Petersburgo, para conmemorar el 40 aniversario del Día de la Victoria. Me aferraba al balcón de casa con la esperanza de ver a mis héroes. Aquello no pareció hacerle demasiada gracia a mi padre, que me obligó a meterme en casa. Aquel día, a diferencia de los demás, no sólo quería que, pieza por pieza, dispusiera el tablero para una nueva partida, sino que, al fin, estaba decidido a que yo participara en ella. En su expresión se reflejaba un deje de condescendencia, que mi mente pueril no supo comprender, hasta pasados unos años. Era evidente que me iba a utilizar como cabeza de turco para perfeccionar su estrategia. Decidió darme un caramelito, dejándome en el bando de las blancas. Es evidente para todos, que a los niños no les gusta perder.

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Llegamos a las tierras de nuestros enemigos para asaltar su castillo, sin piedad. La suerte nos era propicia, pues mis sacerdotes -que nos custodiaban a mi reina y a mí- hablaban del nuestro, como el bando que ostentaba el favor de los dioses. Las líneas rivales, con estandartes teñidos del color de la pureza, estaban distribuidas ante mi ejército, que empuñaba banderas de muerte.

- Es hora de que empiece la función, querido. - me comunicó mi coronada esposa, mientras mis guerreros esperaban impacientes mis palabras previas a la lucha.
- ¡Oh, mi querido pueblo! ¡Hoy nuestro enemigo caerá jadeante a nuestros pies! ¡Los dioses nos son propicios! ¡Luchad sin piedad ante el enemigo infiel!

Mis palabras dieron pie a un grito ensordecedor de mis hombres, que encolerizados, miraban, con sed de sangre, a sus enemigos que, ávidos de violencia, los esperaban al otro lado del campo de batalla.

- Dispongámonos, mi señor, en una figura ante nosotros, que nos aporte seguridad y produzca las menores bajas iniciales posibles. - propuso mi dama. Era evidente que las habilidades de la esposa del rey iban más allá del mero protocolo.
- De acuerdo. ¡Qué avance el flanco central! ¡Caballeros, a su retaguardia! ¡Sacerdotes, cuidad de que sus heridas curen! ¡Su ataque retrocederá!

Estos movimientos no fueron del gusto del enemigo, que veía como sus intentos de acechar a mis tropas, se veían truncadas por una inminente muerte. El status quo, a pesar de no haber atacado aún, nos pertenecía y veíamos la frustración en las miradas del bando contrario. El espectáculo había comenzado.

- La situación parece controlada, amado, ahora os toca resguardaros y, dejadme usar mis armas, acompañada de alguno de tus hombres del flanco derecho. -propuso mi reina de morenos cabellos. Hice tal y como dijo. Ahora mis armas de asedio y mi flanco izquierdo me protegen de las endebles ofensivas de nuestro rival.

Mientras en el lado opuesto mi reina se reforzaba y confundía con su belleza a las tropas enemigas, la caballería infiel se acercaba precipitadamente sobre mi segunda línea atacante. Los sacerdotes se vieron obligados a dejar indefensos a los guerreros de la vanguardia. Evidentemente, a pesar de lo inesperado de aquel errático comportamiento, mis clérigos opusieron resistencia y contraatacaron a la caballería, que retrocedía tímidamente. Mi reina cayó sobre ellos, atemorizando del todo a las bestias que se mantuvieron estoicas en la batalla, resguardadas por los sacerdotes enemigos.

- Mi señor. - se me acercó uno de mis más fieles caballeros- La reina está en apuros, su movimiento puede ser truncado con facilidad, sino reacciona a tiempo.
- ¿Cómo osáis cuestionar los designios de vuestra señora? - le contesté orgullosamente, mientras veía como mis guerreros caían defendiendo a su reina. Me sentía indefenso en aquel flanco.

Obligué a mi catapulta a lanzar un ataque contra la caballería enemiga, lo que le dio mayor libertad a la dama coronada. Los sacerdotes enemigos, trabajando al unísono, acecharon a mis catapulteros y a mi reina. ¿Bajo qué precio venderían sus almas al señor de las tinieblas? Era tiempo de comprobarlo. Mi reina arremetió sobre la defensa izquierda, atemorizando a guerreros de a pie, que huyeron del campo de batalla, dejando la catapulta derecha a merced de la voluntad de mi amada. El sacerdote enemigo maldijo a mis catapulteros, lo que les obligó a abandonar la batalla. Seguidamente, las llamas devoraron mi máquina, la cual ya no me protegería, de entonces en adelante. Por supuesto, sin brillo de piedad en sus ojos, mi reina hizo lo propio con la catapulta rival.

- ¡Venid a proteger a vuestro rey! - grité a mis tropas, viéndome indefenso ante el asedio que preparaba mi enemigo.

La influencia de los sacerdotes me impedía el movimiento, pero mis caballeros reaccionaron a tiempo y se interpusieron entre la muerte y mi persona. Uno de los sacerdotes, falto de raciocinio, descabalgó a mi caballo, acechándome impertérrito. Sus ojos me miraban inquisitivamente. Sabía cual sería mi siguiente movimento: blandí mi larga espada y antes de que pudiera maldecir mi estirpe, le rebané la cabeza ante los gritos de los míos y la mirada atónita del flanco izquierdo enemigo.

¿Quién hubiera pensado en qué trampa había caído? Mi reina rodeada y yo desvalido, con la espada rebosante de sangre infiel, incapaz de encontrar refugio entre mis combatientes.

De repente, unos ojos cristalinos se posaron sobre mi persona, la belleza de aquella criatura hacía entorpecer al más digno de los reyes, que veía como, incapaz de acertar en el movimiento, la reina de su enemigo caía sobre él, blandiendo una hermosa sonrisa. La impotencia de mi ejército era palpable, pues tras la cabeza de mi último caballero, caía yo, preso en manos de un ángel y su sacerdote.

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¡Jaque mate!
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Un niño, Campeón del Mundo de Ajedrez

Anatoli Karpov II vence a su padre a una partida de ajedrez.

28/10/1985

El pasado día 9 de mayo, durante las celebraciones del Día de la Victoria por las calles de San Petersburgo, un insólito suceso se dio en el hogar del Campeón del Mundo de ajedrez, Anatoli Karpov.

Según las declaraciones de Irina Karpov, la actual esposa del ajedrecista, Karpov (padre) quiso jugar por primera vez con su hijo Anatoli Karpov II al ajedrez. El niño aceptó y, fuera todo pronóstico, venció a su padre, en una partida, donde, al parecer, el padre no mostró piedad alguna por su hijo.

Posiblemente, nos encontremos ante un fenómeno sin igual en la historia moderna, pues, se trata de un niño de escasos cinco años, con la única experiencia en el ajedrez de quien, día a día, observa practicar en el tablero de su casa, al mejor jugador del mundo.

Las malas lenguas dicen que se han producido contactos de Kasparov con el niño, para tratar de ganar, al fin, al que durante diez años consecutivos ha sido su bestia negra en los Campeonatos del Mundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

envelesado? ayyy ésa ortografía¡¡es cuento o relato? la idea es muy buena¡¡sobre todo los personajes.La parte del medio larga , demasiados adjetivos...si la acortas da más ganas de leerla.P A .