Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

martes, 7 de enero de 2014

Monotonía



La monotonía es un concepto que se inmiscuye demasiado a menudo en los asuntos ajenos. Sepa el lector, si no es consciente aún, que no puede uno bajar nunca la guardia, ella siempre anda al acecho. Desde el más ingrávido atleta, hasta el todopoderoso multimillonario, pasando por un niño de mirada limpia, nadie está a salvo de caer en la reiteración.
He entonces un joven llamado Pedro, bautizado y confirmado en Sevilla, que buscaba en el azar, aquello que lo real le negaba. Hacía pleno uso de una gran imaginación, y por ello, hedor de orgullo desprendía. No obstante, era un chico de pocas palabras y buenos gestos. Vivía con sus padres y nadie hubiera dudado de su cordura. Parecía un chico muy normal, decían unos. Nunca hubiera imaginado algo así, decían otros. Siempre saludaba, reiteraban la mayoría.
-          Un día llegas a tu casa y encuentras a tu padre pegando a tu madre…
-          Es algo impensable. ¿Qué razón le llevaría a hacer eso?
-          En breves momentos te darás cuenta, ahora… ¿Qué haces?
Las luces de la ciudad iban perdiendo intensidad a medida que, el sol aparecía por el horizonte. El sonido de las ambulancias y de los coches patrulla se multiplicaban en la distancia. Un chico con la mirada desencajada esperaba el desenlace de aquel macabro juego, perdido contra la monotonía.
-          Por ahora, me dedico a lanzarme contra mi padre, para evitar que mi madre siga sufriendo daños.
-          Muy bien, lanza.
-          El verde cuenta decenas. Voy a pifia… Veintiuno.
-          Crítico. Veamos… Treinta… hmmm. Logras parar a tu padre, pero éste ha logrado darle un golpe tremendo a tu madre y se aferra a tu cuello.
Un reguero de sangre recorría la habitación. Los vecinos fueron cómplices de aquellos horribles rugidos de dolor, con los que se despertaron horas atrás. El olor a descomposición no tardaría en hacerse presente, dada la violencia con la cual la monotonía había rasgado aquella casa.
-          Al fin, después de todo aquel alboroto, un hombre sale del baño de tu casa. Lleva el batín de tu padre. Éste suelta tu cuello. Tu madre tenía un amante. ¿Cuál es tu siguiente paso?
-          Maldita ramera. Ha deshonrado el nombre de mi familia. Desempuño mis armas. El resto ya te lo puedes imaginar.
-          Muy bien, bonificación por ambidiestro, penalización por sentimientos contradictorios y dos tiradas por precisión. Lanza.
-          Treintaiocho… y… setenta y dos. Oh, mierda…
-          Déjame pensar. Tiraré… ochenta y setenta… hmmm. Te lanzas contra el hombre y lo cercioras de arriba abajo con gran precisión. No obstante, cuando intentas atacar a tu madre con el otro brazo, tu padre se abalanza sobre tu arma. En el proceso, tu padre y tu madre quedan mal heridos.
La noticia se había hecho eco en los medios de comunicación, que no tardaron en posicionarse alrededor del edificio. Un chico de apenas diecisiete años atravesaba, escoltado por guardias civiles, la puerta del bloque, en dirección a un furgón. Algunas gotas de sangre brillaban, todavía, sobre aquella tez juvenil y demoniaca.
-          Apenas soy capaz de discernir entre realidad y ficción. Qué mareo, qué confusión. Me voy a casa, amigos.
-          Te olvidas algo, Balrog. Toma tus catanas.
-          Sí, máster, mi señor.

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