Una de las
cuestiones más reiteradas a través de los tiempos y de la que menos
sabemos, por más que queramos obcecarnos en lo contrario, es del
porqué de nuestra existencia, del fin, del objetivo principal que ha
tenido la sabia naturaleza al darnos forma y capacidades de
supervivencia. Intrínsecamente a esta pregunta, nos encontramos en
el camino a la necesidad que reside en muchos de nosotros de dejar
huella, constancia de nuestra existencia en este mundo. Y finalmente,
vemos que no existiría tal necesidad si nuestra existencia no
estuviera condicionada por la percepción de otros seres vivos a
nuestro alrededor. Eso nos lleva directamente al concepto de arte.
Arte es
nuestra piedra filosofal personal. Capaz de crear orden del caos, de
generar más orden del ya establecido; de dar sentido a la efímera
existencia de solitarios símbolos, desesperados, expectantes de que
alguien los una de tal manera que sea regocijo a los ojos del
creador. No obstante, y en esta idea reside la dificultad de la
cuestión que hoy planteamos, a mi entender, la existencia del arte
no se rige por la existencia de las necesidades del hombre. Incluso,
en el vacío absoluto, la luz, las ondas electromagnéticas inundan
de armonía la antagónica ausencia de procesos físico-químicos.
Por lo tanto, a pesar de la dificultad conceptual de mi hipótesis,
propongo que desde hoy hacia delante, sea la energía quien tenga el
honor de ser nombrada madre del arte. ¿Y a qué se debe esta
afirmación, si apenas un párrafo atrás estaba hablando del arte en
referencia a nuestra percepción?
Bien,
supongamos que el Universo aun no ha sido gestado. Estamos en el más
absoluto vacío. Evidentemente, en el espacio metafísico existen las
mismas reglas mercantiles que rigen nuestro mundo, pues como bien
sabéis, fuimos hechos a imagen y semejanza, no tan sólo física
sino también psíquica, del creador. Los creadores tienen tejidos a
su disposición cuyos alquileres pueden pagar en módicos plazos. En
esos tejidos, se llevan a cabo los experimentos paralelos que
nosotros conocemos como Universos. Para ello, el alto precio a pagar
es una Energía cuyas características están en resonancia con el
tipo de tejido alquilado del que se dispone. Evidentemente, los
experimentos se llevan a cabo para paliar el abominable aburrimiento
de los creadores. Y he aquí que encontramos el primer atisbo de
arte. Creador y artista.
Por si los
más escépticos necesitan más pruebas irrefutables de la naturaleza
del arte, dado que la imaginación no nos permite, desgraciadamente,
a todos por igual, adentrarnos en el maravilloso mundo de la
metafísica, seguiré adentrándome en tierras movedizas. Iré al
grano.
La Energía
se disuelve en el tejido, vibra y vibra en su interior. Se concentra,
cálida, devastadora. Y de repente, se expande llevándose consigo el
tejido que impregna de luz y de formas la parcela vacía. La Energía
ondula a sus anchas, a toda velocidad. En cuanto más se expande,
mejor repartida queda por el tejido, por lo que éste se va
enfriando. He aquí que entra la pericia físico-matemática del
creador que, previamente, ha programado el tejido y la Energía de
modo que su interacción tenga distintos comportamientos a medida que
la cantidad de Energía por unidad de tejido disminuye. ¡Es algo
maravilloso! Ahora bien, en palabras inteligibles: el espacio se
expande y se enfría, la radiación electromagnética da simetría al
Universo, lo engalana. Al enfriarse, partículas del tejido que
restaban disueltas bajo el yugo de la Energía, se ven liberadas y
aparecen las primeras masas indivisibles. Se organizan, se atraen y
se repelen las unas a las otras y, ahora sí, los primeros átomos de
hidrógeno dan lugar a un número pequeño de otros elementos
artísticos. Creación, reacción, arte.
La
distribución de los neutrones y los protones en el núcleo es arte.
La simetría ondulatoria de los electrones alrededor del centro
atómico es arte. La fusión del hidrógeno, la formación de
carbono, nitrógeno y oxígeno, el constante trabajo de la Energía,
compartiendo las leyes que el creador le había programado. Un
complaciente tejido que perpetuaba a la perfección los designios de
la física. La palabra del creador. La palabra del artista.
Aparecieron
los astros, las nebulosas, los planetas, las auroras boreales. El
inagotable baile de los electrones con la Energía, que coordinados
formaron océanos de agua y de aire sobre la dura piedra. Pinceladas
de vida en la Tierra, viviendo y muriendo para que un día, de su
conjunción apareciera un animal capaz de transformar, para bien y
para mal, el tejido que los rodeaba.
Nada nos
diferencia de la Energía y del tejido, pues de ellos estamos
formados y, si bien, somos lo suficientemente inteligentes para darle
la categoría de arte a aquello que, por necesidad, queremos crear a
partir del caos; no quitémosles mérito a aquellos fenómenos que
son creados por la naturaleza, tan sólo porqué están lejos de
nuestro entendimiento. Una pequeña parte del arte es percepción, no
deberíamos desear perdernos el resto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario