Ágiles
son las fuerzas que conspiran cuando dos miradas libres se encuentran. Libres
de la atención ajena, libres de todo prejuicio, tanto propio como vecino.
Rodeados de una nueva política, donde parece más prioritario perder nuestra
humanidad en pos del establecimiento de nuestro ego, dos mentes difícilmente
conectarán sino es en función de un interés materialista. Y esas dos miradas
libres, ¿son el bien o el mal? ¿Dónde encontrarán, en este mundo, un lugar
dónde expresarse?
Sin
lugar a dudas, el momento en el que esas dos miradas se encuentran, el erotismo
abstracto se hace erección etérea. No puede haber nada más puro, original,
placentero, continuo. Emanará una combinación de conceptos que se quieren
perder: confianza, sinceridad, naturalidad, instinto. Cual imán, las fuerzas
conspiradoras ejercerán su labor, fluirán y con ellas, la penetración del alma
ajena propiciará la eterna fusión y el egoísmo sucumbirá. Un beso no será un
simple contacto, será la transformación física de la unión espiritual. Los
labios se fundirán sin dejar espacios vacíos, las lenguas se entrelazarán en un
contoneo rítmico, una mano buscará con suavidad el contacto con su imagen
especular, mientras la vecina acariciará una mejilla, la cintura y todo aquello
que encuentre a su paso. Cada milímetro cuadrado de piel deseará desembarazarse
de la ropa - que la oprime - y
deslizarse a lo largo de la erizada superficie de su homóloga amada.
Puede
que llegue el momento, en que una de las miradas libres desee obsequiar a la
otra, con el don de la soledad. Puede que quiera aprender a amar por sí misma,
sin una pérdida total de la individualidad. Puede que decida olisquearle el
espacio intersticial entre el dedo anular y el dedo corazón del pie izquierdo. Pero,
una cosa está clara, el premio de la sinceridad, la confianza, la compenetración
espiritual es superior al placer vacuo, de un mundo materialista, donde nos
vendemos cual mercancía por un poco de placer efímero.
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