Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

jueves, 24 de septiembre de 2015

El placer de trabajar (2010 Relatos de un juglar viajero del tiempo)



-    Lamento decirle que está usted despedida. – así empezó mi día, soy Raquel. Mi condición de mujer me había vuelto a pasar factura.
-    ¿Por ser mujer, maldito bastardo? –contesté energéticamente.- ¿O es que estás triste porqué tengo este trabajo sin haberme agachado bajo tu escritorio?
-    ¡Fuera de mi despacho, ramera! –gritó amenazadoramente mi jefe. Cogí fuertemente mis deliciosos senos y dije:
-    ¡Serás el único que no los probará, mamón! –y salí, dando un fuerte portazo.

Al salir de allí, fui cruzándome con mis excompañeros, que ya intuían que estaba ocurriendo. Allí estaba con cara sería, Mario, no tenía una gran técnica, pero siempre sabía como excitarme. Pasé por mi despacho y llegó Aurora. Cuán cortas se me hacían las noches de trabajo con ella. Empecé a recordar el primer día que nos quedamos solas y un calor eléctrico bajó por mis pechos y mi vientre, hasta que mis braguitas se humedecieron. Una niebla se posó en mis ojos y mi lengua humedeció mis labios. Aquella noche fue mágica.

Empecé a trabajar en el bufete Richter como ayudante del fiscal, hace tres meses. Aurora y yo, en nuestro primer caso juntas, tuvimos que quedarnos aquella noche a solas, recopilando información en contra de una empresa farmacéutica. Yo buscaba en la contabilidad interna y ella en las cuentas corrientes privadas del presidente. Aurora tiene algo que a todo hombre, y en mi caso, mujer, le excita y es la implacabilidad. Cuando quiere algo, lo consigue de cualquier modo. Me estuvo explicando que había hecho para ganar su último caso.

Aurora luchaba, esta vez, contra una gran multinacional que producía el componente activo de la vacuna para el cáncer de mama. Visto que tenía mucha demanda, la empresa puso el precio por las nubes. Esto hacía de la vacuna, algo inaccesible para el tercer mundo. Ante ella, se encontraba el máximo compromisario de la multinacional, negociando las cláusulas de un posible acuerdo. No era un buen acuerdo, pero ella vio algo en los ojos de aquel hombre que podría ser una buena baza a tener en cuenta. Aurora llevaba su camisa negra apretada con un buen escote, debajo de la chaqueta del bufete. Era un día caluroso y pasándose la mano por la frente, suspiró un sensual “¡Qué calor, permíteme que me quite la chaqueta!”, él, absorto, con la boca medio caída, logró articular un “OK”. Luego, Aurora, al ver que tenía a su presa bien cercada, le dejo ir, “Antes de firmar este acuerdo, déjame que yo exponga el mío”, lamiéndose suavemente su dedo índice. De repente, Aurora se desabrochó un botón de la camisa y sus voluptuosos pechos, cubiertos por esos sujetadores blancos con transparencias y flores bordadas, saltaron de la presión que ejercía la camisa sobre ellos. No la envidio pues me excita tocárselos. Tocármelos a mi misma no es tan divertido. Así es ella la que se tiene que conformar con los míos. Bien, el hombre sudoroso, al ver aquella obra de arte, languideció, agarró su pluma, que estaba a punto de estallar y tachó el antiguo contrato. Se abalanzó sobre Aurora, la besó, le mordió los labios, suavemente pasó su lengua por su cuello, subió a aquellos deliciosos lóbulos, que Aurora tiene acabando las orejas. Las sombras sonrosadas que se vislumbraba tras el sujetador, dieron paso a dos bultitos liláceos que el empresario no dudó en llevarse a la boca. Los lamió, los mordió, los liberó de su sujeción, los pellizcó y, con ambas manos, los zarandeó. Aurora estaba muy excitada, como yo ahora cuando lo pienso. El hombre, parecía más joven al tenerlo tan cerca, despojó a su amante de sus braguitas que llevaba debajo de la falda de media pierna. Posó sus dedos entre su bello púbico y separó los labios, notando que estaban muy húmedos. Se dejó de preliminares y la penetró de todas las formas posibles. La tumbó en su escritorio y la boca de Aurora salivaba por su miembro, que introdujo intermitentemente con mucho placer. Al fin, el líquido que nos hace nacer a todos brotó por dentro de la garganta de mi amiga, rellenando esos dulces pómulos melosos. El hombre, extasiado, cayó de bruces al suelo. Aurora logró bajar el precio en un cuatro mil por ciento.

Al escuchar este relato, la miré a los ojos, que eran verdes como la hierba de los parques, y ardí por dentro. Una pasión desbordante me llevaba de este mundo a los más oscuros confines del infierno y me hacía subir a las más altas cumbres nevadas, deshaciendo glaciares y laderas. Le pase la calculadora y me quemó con sus dedos. Le cogí la mano, con aquellas uñas largas y bien pintadas, y me pasé sus dedos por la lengua, la boca, ardían en mi interior. Perdí la vista y al recuperarla, ella me estaba besando. Su lengua se entrecruzaba con la mía y recorría mis marfileños dientes. La cogí de las manos, la tranquilicé y abriéndole la boca con la lengua, le fui recorriendo sus labios con mi aliento, luego mis labios y luego mis dientes. Me moría de ganas de morderla entera. Me lancé a ella, en su cómoda silla de escritorio, su vientre ardía, sus pechos se estremecieron y rebotaron contra los míos. Caímos las dos de la silla, sin hacernos daño, cayeron papeles al suelo, el parquet crepitó. Plaqué a Aurora y con solo la ayuda de mis dientes, le arranqué la camisa, aparté las tiras del sujetador, le mordí el cuello intermitentemente, haciéndola sumirse en un éxtasis. Ella me destripó la blusa nueva y la tiró al escritorio. Era directa, no quiso saber nada de mi sujetador y blandió mis pezones, como si fueran dagas. Mis pechos, según ella, eran como un par de peritas que aún les queda por madurar, turgentes, jóvenes y simpáticos. Rebotan al azar y me dan un enfoque atrevido. Las aureolas de mis senos, simétricas, oscuras y codiciadas (más de una vez, mi sujetador y mi escote dejan ver a los hombres más de lo debido), eran mordisqueadas por Aurora hasta mi máximo estremecimiento. Era un blanco seguro y ella se percató de ello. Ahora era ella la que me placaba a mí. Se desprendió de mis zapatos nuevos, me levantó la minifalda que llevaba aquel día y sumió su lengua por entre mis piernas. No apartó braguitas, no hacía falta, si hubiera entrado alguien, me hubiera visto el culo en pleno resplandor, pues es lo que conllevan los tangas. Por suerte para mí y desgracia para el mundo, estábamos completamente solas. Me ardía, me quemaba, me devoraba por dentro, mi clítoris bailaba al son de la lengua de Aurora y mi cuerpo se mojaba para evitar incendios. Atraje su culo hacia mí y descargué mi ira en su vagina. Le mordí los labios, le separé el bello y le introduje mi lengua hasta que mi lengua tiraba de mí. Aurora con sus anacarados dedos y sus oscuras uñas, me acarició las más recónditas zonas de mi interior. Ambas sudábamos, acariciábamos nuestros lubricados y calientes cuerpos. En un momento, me doblegó. Con sus lindos pezones, acarició mis labios, los apretó para que los sintiera más adentro y, noté como si me desgarrara de placer. La así de un brazo y la obligué a levantarse. Luego la tumbé violentamente y entrecrucé nuestras piernas. Mi clítoris notaba sus labios, su clítoris notaba los míos; los unos aferrándose a los otros. Fricción y más fricción, cada vez más, nuestra humedad facilitando las cosas, saliendo sin más. ¡Diós! ¡Qué orgasmo! ¡Orgasmos! Extasiadas y muertas por el cansancio caímos en un profundo sueño. Al despertarnos, teníamos ambas una nota del jefe en sendos escritorios. El mensaje lo podréis imaginar. Sexo o a la calle.

-    ¡Raquel! ¡Raquel! Vuelve al mundo real. –oí decir a una voz conocida.- deja de pensar en las musarañas.

Abrí los ojos y allí estaba Aurora zarandeándome. Noté que bajo mis pantalones, había expulsado calor y humedad. Me la tiraría ahora mismo, pero tengo que irme. Tendré que tocarme al llegar a casa. Espero que Aurora no me haya mirado los pechos. Como os he dicho antes, Aurora hace lo que sea por tener lo que quiere. Yo este trabajo, no lo quiero.

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