Me presento

Hola a todos, soy Santi, alias Galdor. Desde que tengo 16 años, las palabras se han vuelto mis aliadas para crear mundos e historias, y para dar mi peculiar visión del mundo real que nos rodea. He publicado unos relatos recientemente, y ahora estoy a punto de publicar mi primera novela. No obstante, sigo escribiendo cortos relatos, que serán mi regalo a este lugar donde guardaré trocitos de mi ser. Mi mail es santi_galdor_quantum@hotmail.com, por si alguien quiere opinar de una manera más personal. Muchas gracias.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Identidad


La inflación volvía a apretar la soga de los cuellos de millones de argentinos, Córdoba se convertía en un nuevo vórtice de anarquía. La situación se tornó inaguantable, aunque el catalizador de las revueltas fue la huelga indefinida de los cuerpos policiales. El gobernador cordobés pidió, en vano, ayuda al gobierno central. Las unidades prometidas por el equipo político de la presidenta jamás llegaron. Aquella inseguridad inherente a la sociedad argentina se convirtió en una hipérbole fatídica. Las familias, conocedoras del alto nivel de delincuencia, se armaron, levantando barricadas en las esquinas de sus barrios. Los pequeños comercios fueron saqueados sin escrúpulos.


En uno de los barrios de Córdoba, una madre joven, Marta, y su hija de cinco años, Flor, intentan salvar sus escasas propiedades. Marta corre con su hija en brazos, histérica, expectante de unos brazos que las recojan a ambas, los del hombre que las abandonó cuatro años atrás. Saben la oleada que se acerca a su marchito hogar, oyen los primeros gritos de desesperación y pánico en el vecindario, no ven el momento de desaparecer de aquel inhóspito edificio, mas son incapaces de abandonar todo aquello por lo que habían luchado.
Gritos, sonidos de cristales rotos, botellas que vuelna de un lado a otro, la imagen vista desde el balcón de aquel pequeño ático las aterroriza. Se abrazan desconsoladas. Se miran y una fuerza sobrehumana se enciende en el interior de aquellas dos personitas. Flor baja instintivamente del regazo de su madre. La mujer se acerca a una mesilla de noche, abre un cajón y de éste extrae una flor de nenúfar.
  • Flor, une tus manos y acércalas hacia mí. –la niña obedece, con mirada cristalina- ¿Viste qué hermosura? Esta flor fue capaz de vivir suspendida sobre el agua, quiero que la lleves contigo, pase lo que pase. El verde de las hojitas es la esperanza y los pétalos, Flor, son tu identidad. –una lágrima recorre la mejilla de Marta. – Nadie te la podrá quitar, dulzura.
  • Mami, es preciosa, ¿qué haremos ahora?
  • Tú corre a esconderte dentro del armario, no te olvides de la florecita, guardarla entre tus manos. Dale, rápido. –se besan, mientras intentan mitigar el miedo que surca sus corazones, aquella maldita incertidumbre.
La niña corre a esconderse a un agrietado y gastado armario. Se agazapa en su interior, llevando el nenúfar cuidadosamente entre las palmas cerradas de sus manos. Minutos más tarde, un hacha atraviesa el débil conglomerado de la puerta del apartamento. El hedor de los seres que atraviesan el umbral de la legalidad es irrespirable: mezcla de mate, cerveza y alcohol de quemar. El pulso de Flor se acelera, se le hiela el aliento, mientras procura concentrarse en un punto de luz que atraviesa una rendija.
Los hombres saquean la miseria. Desde alguna parte de la vivienda, una terrible desolación femenina se hace cada vez más intensa. Uno de los ladrones se acerca al armario, lo observa, no le causa una gran impresión: es pesado y antiguo, no tiene intención de llevárselo. No obstante, una chispa de avidez, de codicia reaparece en su interior, ¿qué maravillas se esconden en aquel mueble tan bien tallado? Sin dudas, ni remordimientos, las fornidas manos de aquel truhan tiran de la madera. Las puertas están cerradas con llave. Una fuerza demoledora se desata en los brazos del ladrón, que con renovadas energías golpea la madera, astillándola. Un nuevo golpe, algo se mueve en el interior, un susurro, un suspiro, un nuevo crujido y un llanto ahogado.
Los dulces ojos de Flor se encuentran con los del maleante, inyectados en sangre.
  • Pero, ¿qué tenemos acá? Una linda mina. ¿Dónde está tu mamá, pequeña? –no recibió respuesta de la niña. – Che, carajo. ¿No te enseñaron a contestar a los mayores?
  • No a los desconocidos, señor. Además está robando en mi casa.
  • Cierto… Visto así. ¿Pero qué tenés acá, niñita, entre tus manos?
  • ¡No la toques!
Sin previo aviso, el hombre alarga la mano para robarle aquel preciado tesoro a la niña. Como una señal divina, una botella sostenida por una mano angelical, describiendo un movimiento circular, impacta en la nuca desnuda de aquel pendejo.


Un país, que cada día debía luchar por salir adelante, donde hacer la compra un día costaba 200 pesos y al siguiente subía a 400, tarde o temprano, iba a estallar. La policía siguió pidiendo, como tantos otros gremios, un aumento en sus sueldos, como única condición para parar la huelga. Las revueltas se multiplicaron a lo largo de la geografía argentina.

1 comentario:

Anónimo dijo...

iiY como sigue?' tienen que escapar a 1 lugar diferente, buscar ayuda o unirse a otros en la misma situacion, se cargaron a uno pero vendrán 20 mas¡¡¡busca 1 desenlace coherente con la historia, porque es realista lamentblemente no es ciencia ficción: ojalá lo fuera¡¡