La inflación volvía
a apretar la soga de los cuellos de millones de argentinos, Córdoba
se convertía en un nuevo vórtice de anarquía. La situación se
tornó inaguantable, aunque el catalizador de las revueltas fue la
huelga indefinida de los cuerpos policiales. El gobernador cordobés
pidió, en vano, ayuda al gobierno central. Las unidades prometidas
por el equipo político de la presidenta jamás llegaron. Aquella
inseguridad inherente a la sociedad argentina se convirtió en una
hipérbole fatídica. Las familias, conocedoras del alto nivel de
delincuencia, se armaron, levantando barricadas en las esquinas de
sus barrios. Los pequeños comercios fueron saqueados sin escrúpulos.
En uno de los
barrios de Córdoba, una madre joven, Marta, y su hija de cinco años,
Flor, intentan salvar sus escasas propiedades. Marta corre con su
hija en brazos, histérica, expectante de unos brazos que las recojan
a ambas, los del hombre que las abandonó cuatro años atrás. Saben
la oleada que se acerca a su marchito hogar, oyen los primeros
gritos de desesperación y pánico en el vecindario, no ven el
momento de desaparecer de aquel inhóspito edificio, mas son
incapaces de abandonar todo aquello por lo que habían luchado.
Gritos, sonidos de
cristales rotos, botellas que vuelna de un lado a otro, la imagen
vista desde el balcón de aquel pequeño ático las aterroriza. Se
abrazan desconsoladas. Se miran y una fuerza sobrehumana se enciende
en el interior de aquellas dos personitas. Flor baja instintivamente
del regazo de su madre. La mujer se acerca a una mesilla de noche,
abre un cajón y de éste extrae una flor de nenúfar.
- Flor, une tus manos y acércalas hacia mí. –la niña obedece, con mirada cristalina- ¿Viste qué hermosura? Esta flor fue capaz de vivir suspendida sobre el agua, quiero que la lleves contigo, pase lo que pase. El verde de las hojitas es la esperanza y los pétalos, Flor, son tu identidad. –una lágrima recorre la mejilla de Marta. – Nadie te la podrá quitar, dulzura.
- Mami, es preciosa, ¿qué haremos ahora?
- Tú corre a esconderte dentro del armario, no te olvides de la florecita, guardarla entre tus manos. Dale, rápido. –se besan, mientras intentan mitigar el miedo que surca sus corazones, aquella maldita incertidumbre.
La niña corre a
esconderse a un agrietado y gastado armario. Se agazapa en su
interior, llevando el nenúfar cuidadosamente entre las palmas
cerradas de sus manos. Minutos más tarde, un hacha atraviesa el
débil conglomerado de la puerta del apartamento. El hedor de los
seres que atraviesan el umbral de la legalidad es irrespirable:
mezcla de mate, cerveza y alcohol de quemar. El pulso de Flor se
acelera, se le hiela el aliento, mientras procura concentrarse en un
punto de luz que atraviesa una rendija.
Los hombres saquean
la miseria. Desde alguna parte de la vivienda, una terrible
desolación femenina se hace cada vez más intensa. Uno de los
ladrones se acerca al armario, lo observa, no le causa una gran
impresión: es pesado y antiguo, no tiene intención de llevárselo.
No obstante, una chispa de avidez, de codicia reaparece en su
interior, ¿qué maravillas se esconden en aquel mueble tan bien
tallado? Sin dudas, ni remordimientos, las fornidas manos de aquel
truhan tiran de la madera. Las puertas están cerradas con llave. Una
fuerza demoledora se desata en los brazos del ladrón, que con
renovadas energías golpea la madera, astillándola. Un nuevo golpe,
algo se mueve en el interior, un susurro, un suspiro, un nuevo
crujido y un llanto ahogado.
Los dulces ojos de
Flor se encuentran con los del maleante, inyectados en sangre.
- Pero, ¿qué tenemos acá? Una linda mina. ¿Dónde está tu mamá, pequeña? –no recibió respuesta de la niña. – Che, carajo. ¿No te enseñaron a contestar a los mayores?
- No a los desconocidos, señor. Además está robando en mi casa.
- Cierto… Visto así. ¿Pero qué tenés acá, niñita, entre tus manos?
- ¡No la toques!
Sin previo aviso,
el hombre alarga la mano para robarle aquel preciado tesoro a la
niña. Como una señal divina, una botella sostenida por una mano
angelical, describiendo un movimiento circular, impacta en la nuca
desnuda de aquel pendejo.
Un país, que cada
día debía luchar por salir adelante, donde hacer la compra un día
costaba 200 pesos y al siguiente subía a 400, tarde o temprano, iba
a estallar. La policía siguió pidiendo, como tantos otros gremios,
un aumento en sus sueldos, como única condición para parar la
huelga. Las revueltas se multiplicaron a lo largo de la geografía
argentina.
1 comentario:
iiY como sigue?' tienen que escapar a 1 lugar diferente, buscar ayuda o unirse a otros en la misma situacion, se cargaron a uno pero vendrán 20 mas¡¡¡busca 1 desenlace coherente con la historia, porque es realista lamentblemente no es ciencia ficción: ojalá lo fuera¡¡
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